Capítulo 55

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Capítulo 55: La Princesa de la Arena.

—¿Por qué tengo que llevar una piedra?

Preguntó Shikamaru que, con su típica expresión de aburrimiento, se negaba a guardar la piedrita en los bolsillos de su pantalón.

Sasuke se desperezó tran levantarse y le sonrió.

—Porque se me cansan los bracitos.

Shikamaru alzó una ceja.

—¿Tú? ¿El mismo tipo capaz de levantar a Naruto para tirarlo al río sin piedad alguna? ¿Te cansas?

—Sé que parezco un dios y, créeme, en verdad lo soy, pero ahorita soy tan humano como tú, Shika, de huecitos y así—aseguró Sasuke.

Por un momento Sasuke pensó que Shikamaru se reiría, pero no lo hizo y en lugar de eso se cruzó de brazos. Una ola de nerviosismo le invadió estómago mientras deliberadamente saltaba a una rama. Todavía le era difícil creer que había avanzado tanto sin morirse.

Su esperanza de vida nunca fue tan grande.

—Oi, ¿quiénes son esos?— Shikamaru intervino, sin saberlo, en las cavilaciones de Sasuke.

Sasuke se detuvo, mirando hacia abajo y encontrándose cara a cara con aquella escena en la que el niño con la cara pintada - Sasuke no se acuerda el nombre - tenía agarrado a Konohamaru y se burlaba de Naruto.

A unos cuantos metros del sujeto también se encontraba una rubia con cuatro coletas, los detalles más pequeños no era fáciles de distinguir desde la altura, especialmente por el ángulo. Pero Sasuke no tenía que verla para saber quién era. Sin embargo, eso no evitó que Sasuke mirara de reojo a Shikamaru.

La pequeña piña estaba más centrado en observar a sus alrededor en busca de posibles terceros. Bastante inteligente. Menos mal.

... ¿Menos mal?

—¿Intervenimos?—susurró Shikamaru—. Pueden que hallan más por aquí, llamaríamos la atención sobre nosotros... eso no sería sabio... pero si no lo hacemos entonces Konohamaru...

No obstante, Sasuke ya había alzado la mano.

—El que esté libre de pecado... ¡que tire la primera piedra!—no dudó en decir mientras lanzaba la piedra que de un momento a otro le había quitado a Shikamaru, con ligera fiereza.

—¡Q-qué te pasa!—gritó Kankuro, mientras se sostenía la mano con fuerza—. ¡Oye, enano! ¡Baja de ahí! ¡Ven aquí! Me las vas a pa...

—¿Enano?—replicó Sasuke con voz nivelada—. Lo único pequeño aquí es tu cerebro, pedazo de imbécil.

—Tú... No eres más que uno de esos mocosos vanidosos a los que más odio—dijo Kankuro entre dientes, con la mano cerrada alrededor de la correa de la carga en su espalda—, con una actitud que no es más que palabras.

—¿Ah, sí?—preguntó Sasuke de forma plácida.

Observó el estado de exaltación de Kankuro.

Entre el intrigante maquillaje destacaba un pequeño moretón recién formado, la ropa empolvada como si alguien lo hubiera barrido.

En la misma fracción de segundos Sasuke miró a Naruto y un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando vio los ojos peligrosamente fríos del Uzumaki, que tenía fija la mirada en Kankuro.

—Hum... ¿Qué es lo que tienes ahí? ¿Una marioneta?—preguntó Sasuke con interés—. Hace un momento... ¿Usaste hilos de chakra con Naruto, verdad? Eres un titiritero principiante.

Kankuro se volvió más voluble mientras la voz deliberadamente plácida y burlona de Sasuke hablaba. Fue como si hubieran leído sus cartas, aunque tuviera otras ocultas, la agudeza de los ojos ónice del muchacho, donde la burla no alcanzaba a rozar, le hizo pensarse las cosas dos veces. Pero, aún con todo, la chispa de odio en sus ojos no se apagó, sino que se intensificó.

—Cállate—espetó Kankuro—. Eres un engreído.

—¿Qué pasa? No me digas que realmente eres débil en combate a corta distancia. ¿Quién pule la espada y se olvida de proteger su espalda?

—¡He dicho que te calles!—gritó Kankuro, que había apretado su agarre en la correa del títere.

—En Konoha practicamos el derecho a la libre expresión—se apresuró a decir Sasuke—. Con diálogo... o a base de golpes.

—¡Cierra el pico!

La mano de Kankuro alrededor de la correa tiró hacia adelante con fuerza, haciendo girar el paquete vendado en su espalda en el aire, revelando una extraña marioneta con apariencia humana, que poseía tres ojos, cuatro brazos y una capa maltrecha y desgastada.

A punto de perder el control, la chica rubia detrás de Kankuro puso su mano sobre el enorme abanico en su espalda, lista para secundarlo en un noble acto de compañerismo que hizo reir a Sasuke en silencio.

Mientras Sasuke saboreaba la satisfacción que le producía burlarse de Kankuro a tal punto de poder ponerlo furioso, Shikamaru sabiamente intervino diciendo: —No sé cómo se hacen las cosas en el lugar del que ustedes provengan—dijo, y a su vez miró de reojo a Sasuke—, pero en Konoha no nos comportamos como animales.

La significante mirada del Nara y sus palabras hicieron que la sonrisa de Sasuke disminuyera gradualmente hasta desaparecer. Se cruzó de brazos y se apoyó en el árbol, girando la cabeza.

—¡¿Animales?!—exclamó la rubia de coletas - a la que Sasuke se negaba inexplicablemente a reconocer - con el orgullo herido—. ¡Nosotros no somos sucios animales como ustedes!

Sasuke fijó sus ojos en la figura de Shikamaru, que tenía la mandíbula tensa por el esfuerzo.

—Yo jamás, jamás—recalcó Shikamaru—, me rebajaría a desquitarme con un niño de ocho años que apenas puede defenderse.

Sasuke, nuevamente, regresó sus ojos a Temari, familiarizado con la mirada en sus ojos. Esa que posee alguien a la que le gusta tener siempre la razón. Por esa razón sabe que Shikamaru acaba de provocar a una bestia dispuesta a defender su punto con más que uñas y dientes. Una mujer despiadada, ciertamente. Y Sasuke regresó sus ojos a la pequeña piña, viendo sus reacciones en silencio, con una repentina necesidad.

«A todo esto —pensó—, ¿dónde está Gaara?»

¿Qué haces, Sasuke? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora