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⛓ Catorce ⛓

Woohyun respiraba como si tuviera confianza.

Aspiraba aire constante y profundo y lo exhalaba como si fuera un suspiro. Me hubiera gustado que yo pudiera ser así. Pero todo eso se había ido. Lo escuché durante mucho tiempo, el tiempo suficiente para que el sol saliera y tratara de presionar a través de las nubes. Las nubes ganaron, en Seúl siempre ganaban. Yo todavía estaba envuelto en él, apoyado contra su pecho, este hombre que no conocía. Quería estirar mis músculos,
pero me quedé quieto porque había algo bueno acerca de esto. Sus manos estaban sobre mi abdomen. Las estudié, desde que mis ojos eran lo único que me atrevía a mover. Eran manos que lucían como el promedio, pero yo sabía que los veintisiete huesos en cada una de las manos de este hombre eran excepcionales.

Estaban rodeados de músculos, tejidos y nervios que juntos salvaban vidas humanas con su destreza y precisión. Las manos podían lastimar o podían arreglar. Sus manos reparaban. Con el tiempo, su respiración se aligeró y yo sabía que estaba despierto. Me sentía como en un callejón sin salida para ver quién haría el primer movimiento. Sus brazos salieron de mi cuerpo, y me arrastré hacia adelante y salí de la cama. No miré hacia él mientras caminaba hacia el baño. Me lavé la cara y tomé dos aspirinas para el dolor de cabeza. Cuando salí ya no estaba. Conté las tarjetas sobre la mesa.

Él no dejó una ese día.

No regresó esa noche, o en la siguiente.

O la siguiente.

O el siguiente.

O la siguiente.

No hubo más sueños, pero no por falta de terror. Yo tenía miedo de dormir, así que no lo hice. Me senté en mi oficina en la noche, tomando café y pensando en su bicicleta roja. Era el único color en la habitación, la bici roja de Woohyun. El treinta y uno de enero mi padre me llamó. Yo estaba en la cocina cuando el teléfono vibró en el mostrador. No había teléfono de casa, sólo mi celular.

Le respondí sin mirar. —Hola, Sunggyu. —Su voz siempre distinta, nasal con un acento que él trataba de no tener. Mi padre nació en Gales y se mudó a Corea cuando tenía veinte años.

Conservó la mentalidad europea y el acento y vestía como un vaquero. Era una de las cosas más tristes que he visto alguna vez—. ¿Cómo estuvo tu navidad? — Inmediatamente sentí frío.

—Bien. ¿Cómo estuvo la tuya?

Comenzó una relación detallada minuto a minuto de cómo pasó el día de navidad. Yo estaba, en su mayor parte, agradecido de que no tenía que hablar. Envolvió las cosas diciéndome acerca de su promoción en el trabajo; dijo lo mismo que él repite cada vez que hablamos. —Estoy pensando en hacer un viaje por ahí para verte, Sunggyu. Debería ser pronto. Bill dijo que obtuve una semana extra de vacaciones este año porque he estado con la compañía veinte años.

Yo había vivido en Seúl desde hace ocho años y nunca había venido a visitarme ni una vez. —Eso sería genial. Escucha papá, tengo algunos amigos viniendo. Tengo que irme. —
Nos despedimos y colgué, apoyando mi frente en la pared. Eso sería todo de él hasta el final de abril, cuando llamaría de nuevo.

El teléfono sonó por segunda vez. Casi no respondo, pero el código de área es de Seúl. —Kim Sunggyu, este es el consultorio del Dr. Choi Eunho. —Me devanaba los sesos tratando de colocar el médico y su especialidad, y luego, por segunda vez ese día, se me heló la sangre—. Ha surgido algo acerca de su estudio. Al Dr. Choi le
gustaría que usted venga al consultorio.

Estaba saliendo de mi casa a la mañana siguiente, caminando a mi carro cuando su híbrido se detuvo en mi camino de entrada. Me detuve para verlo salir y ponerse su chaqueta. Era casi hermoso, casual, en su gracia. Nunca había venido tan temprano antes. Eso me hizo preguntarme lo que hacía en las mañanas de los días de descanso.
Caminó hacia mí y se detuvo justo a tiempo para mantener dos pies sólidos entre nosotros. Llevaba una chaqueta de color azul claro, empujada hacia arriba más allá de sus codos. Me quedé muy sorprendido de ver la tinta oscura de tatuajes asomando.

¿Qué tipo de médico tenía tatuajes?
—Tengo una cita con el doctor —dije pasando a su alrededor.

—Soy un doctor.

Me alegré de haber dado la vuelta alejándome de él cuando sonreí. — Sí, lo sé. Hay algunos otros en el país.

Su cabeza se echó hacia atrás como si estuviera sorprendido de que yo era otra cosa más que el estoico, impasible víctima para la que él había estado cocinando. Estaba abriendo la puerta del lado del conductor de mi Volvo cuando él me tendió la mano
por mis llaves. —Te llevaré. —Dejé caer mis ojos a su mano y di otro vistazo a los tatuajes. Palabras, solo podía divisar la punta de ellas. Mis ojos se deslizaron por las mangas de su camisa y se posaron sobre su cuello. No quería mirarlo a los ojos cuando le entregué las llaves. Un doctor que amaba las palabras.

Imagina eso. Tenía curiosidad. ¿Qué tenía un hombre, que había sostenido a una persona gritando toda la noche, escrito en su cuerpo?

Me senté en el asiento del pasajero e instruí a Woohyun a dónde ir. Mi radio estaba en la emisora de música clásica. Le dio volumen para oír lo que estaba reproduciendo y luego lo bajó—. ¿Alguna vez has escuchado música con palabras?

—No. Gira a la izquierda aquí.

Dio la vuelta a la esquina y me lanzó una mirada curiosa. —¿Por qué no?

—Debido a que la simplicidad habla más fuerte. —Me aclaré la garganta y miré al frente. Sonaba como un tonto. Sentí que me miraba, cortando dentro de mí como a uno de sus pacientes. Yo no quiero ser diseccionado.

—Tu libro —dijo—. La gente habla de el. No es simple. —No dije nada—. Se necesita simplicidad para crear complejidad —dijo—. Lo entiendo. Supongo que el exceso puede obstruir tu creatividad.

—Exactamente. —Me encogí de hombros—. Así es —dije en voz baja.

Él dio la vuelta en un complejo médico y se detuvo en un lugar de estacionamiento cerca de la entrada principal.

—Te esperaré aquí mismo.

Vena Sucia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora