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⛓ Cuarenta y uno ⛓


Antes de bañarme, antes de comer, antes de meterme en la cama y dormir mis catorce meses de pesadilla, llamo a un taxi.

Tengo que arrástralo a mi garaje, y luego me paro al lado de su ventana y le echo un vistazo. Hombre pequeño, principios de veinte, calvo por elección. Puedo ver las sombras de donde su pelo debería estar. Está luchando contra esas entradas de cabello con una cabeza rapada. Desafiante y un poco cojonudo, porque podemos ver por qué lo está haciendo. Sus ojos están muy abiertos y sospechosos; ya sea que las camionetas de la prensa lo asustaron, o se va a retirar. Lo hará, pienso. Me subo al asiento delantero.

—¿Te importa? —pregunto. Pero no me importa si dice que no. Abrocho mi cinturón de seguridad—. Llévame a una de esas tiendas con la madera y las herramientas.

Escupe un par de opciones y me encojo de hombros. —Lo que sea.

Nos movemos más allá de las camionetas de la prensa y les sonrío. No sé por qué excepto que es un poco divertido. Solía ser famoso por mis libros, ahora soy famoso por algo más. Eso como que constipa tu mente; ser famoso por algo que alguien más te hizo a ti.

Hago que mi taxista espere mientras tropiezo en ferretería que eligió. El edificio es amplio. Camino con rapidez pasando la iluminación y las perillas de las puertas hasta que encuentro lo que estoy buscando. Estoy aquí durante treinta y cinco minutos mientras dos empleados miran mi pedido. No tengo ningún bolso o tarjeta de crédito, sólo el fajo de billetes de cien dólares que metí en mi bolsillo trasero antes de salir de casa. Los guardaba en una vieja lata de galletas en mi despensa para un día; un día lluvioso, un día necesitado, un día simplemente de un fajo de billetes. Ahora solo quedaban unos pocos días, así que pensé que era el momento de gastar. Lanzo tres de los billetes al cajero y traigo mis compras al taxi. No voy a dejarlo ayudarme. Apilo todo en el baúl, y subo de nuevo en el asiento delantero.Mis piernas rebotan todo el camino de regreso.

Flashes, puertas, preguntas lanzadas hasta mi calzada. Otra vez tengo que arrastrarlo al garaje. Me ayuda esta vez, apilando todo justo dentro de la puerta que conduce al vestíbulo. Le doy el resto del fajo de mi lata de galletas. —Por un día —digo. Sus ojos sobresalen. Piensa que estoy loco, pero oye, le estoy dando mucho dinero. Se va antes de que pueda cambiar de opinión. Lo veo salir y rápidamente cerrar la puerta del garaje. Agarro una brazada de mis compras y empujó el equipo de música con mi dedo del pie al pasarlo por delante. La primera canción de Woohyun siempre me da patadas. Es ruidosa. La hago más ruidosa hasta que está sacudiendo la casa. Estoy seguro de que pueden oírla fuera: una fiesta de un hombre. LLevo todo a la habitación blanca y quito de encima las tapas de las latas con un cuchillo de mantequilla: carmesí, amarillo, cobalto, rosa chicle, oscuro morado—como un moretón, y tres verdes diferentes para coincidir con las hojas de verano. Meto la mano en la pintura roja primero, y froto las puntas de mis dedos juntas. Cae pesada, derramándose en mi ropa y el piso donde estoy arrodillado. Recojo más, hasta que mis manos están rebosantes. Luego la tiro, un puñado de pintura roja en mi blanca, blanca
pared. Color explota. Se propaga.

Corre. Tomo más, tomo de todos los colores, y mancho mi habitación blanca. La mancho con todos los colores de Woohyun, mientras Florence Welch me canta su canción. Es entonces que mi teléfono suena. No lo recojo, pero cuando escucho el mensaje más tarde esa noche, el Detective tonto Garrison me informa que Dongwoo está muerto.

Muerto por su propia mano. Bien, pienso primero, pero luego mi pecho duele. No me dijo como lo hizo pero algo me dice que él abrió sus propias venas. Se desangró. Le gustaba que sus pacientes sangraran sus pensamientos y sentimientos; el habría elegido ir en esa dirección. Dongwoo y su complejo de Dios nunca habrían tolerado ser juzgados en un tribunal de justicia. Pensaba que la gente era estúpida. Habría sido por debajo de él ser juzgado. Lo llamo a la mañana siguiente.

Vena Sucia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora