⛓ 1. LIBRO DE MYUNGSOO

15 3 0
                                    

1

No tienes que estar solo.

Aunque mayormente nacemos así. Nos enseñan mientras crecemos que la otra mitad de nuestra alma está en alguna parte allá afuera. Y dado que hay seis billones de personas habitando el planeta, las probabilidades son que uno de ellos sea para ti. Para encontrar a esa persona, para encontrar ese trozo de alma, o nuestro gran amor, debemos confiar en nuestros caminos divergiendo, la maraña de la vida, el susurro suave de un alma reconociendo a la otra.

Encontré mi trozo. Él no era lo que estaba esperando. Si formas el alma de una persona de grafito negro, lo bañas en sangre, y luego lo haces rodar sobre pétalos de rosa, ni siquiera tocarías la superficie de la complicación que era mi pareja.

Lo conocí el último día de verano. Se sintió apropiado que encontrara un hijo del invierno cuando lo último de la luz del sol de Seúl se colaba a través del cielo. La semana siguiente llovería, llovería y llovería más. Pero el día de hoy, había sol, y él estaba de pie debajo de él, entrecerrando los ojos incluso debajo de sus gafas de sol como si fuera alérgico a la luz. Yo estaba paseando a mi perro a través de un parque concurrido en el Río Han. Acabábamos de dar la vuelta para dirigirnos a casa cuando me detuve a mirarlo. Era delgado, un corredor, probablemente. Y estaba usando una de esas cosas que son más largas que un suéter. Seguí la línea de sus piernas hasta botas de camuflaje. Uno podía ver que amaba esos zapatos por los pliegues desgastados y la manera en que se erguía tan cómodamente en ellos. Me encantaban esas botas para él. Y en él. Quise estar dentro de él. Un pensamiento varonil que estaría demasiado avergonzado de admitir en voz alta. Las correas de una bandolera se cruzaban sobre su pecho y colgaba en su muslo izquierdo.

Ahora, me considero un hombre valiente, pero no tanto como para aproximarme a una persona cuyo cada movimiento de su cuerpo decía que quería estar solo. Ese día lo hice. Y a medida que me acercaba más a él, más extraño se volvió él. No me vio; estaba muy ocupado mirando el agua. Perdido en ella. ¿Cómo un hombre puede estar celoso del agua? Eso es exactamente lo que quise explorar.

—Hola —dije, cuando estuve de pie frente a él. No levantó sus ojos inmediatamente. Cuando lo hizo, su mirada fue un poco indolente. Me zambullí de lleno—. Soy escritor, y cuando te vi allí parado, me vi obligado a poner palabras en papel. Lo que me hace pensar que eres mi musa. Lo que me hace creer que tengo que hablar contigo.

Me sonrió. Se vio como algo forzado, como si quizás no sonriera muy a menudo y sus músculos faciales estuvieran rígidos. —Esa es la mejor frase para ligar que he escuchado —meditó.

No estaba seguro si era una frase para ligar. Fue vergonzosamente veraz. Sólo decirlo hizo que mis labios se fruncieran como si estuviera conteniendo un bocado de pulpa de limón. Miré la bandolera desgastada en su cadera. —¿Qué hay en el bolso? —pregunté. Estaba empezando a tener un presentimiento sobre él.

Como si supiera lo que era antes de que me lo dijera. —Una computadora.

No me lo imaginaba como un estudiante universitario. Tenía demasiada actitud para ser un profesional. Autónomo, estaba suponiendo. —Eres escritor, también —dije.

Asintió. —Entonces hablamos el mismo idioma —concedí. Tenía una cinta plateada a través de su cabello marrón. Otra prueba, parecía, que nació para el invierno.

—Eres Choi John  —dijo—. He visto tu foto. En Barnes and Noble.

—Bueno, es vergonzoso.

—Solo si no me gustara la ficción sensiblera de mujeres —dijo—. Lo cual hago.

—¿Lo escribes?

Él negó con la cabeza, y juro que esa tirita de plata brilló en el sol moribundo. Mi mente de escritor inmediatamente dijo mithril.

—Estoy trabajando en mi primera novela. Se siente muy molesto.

—Hablemos de ello durante la cena —concedí. No podía quitar mis ojos de el. O sea, seguro que era impresionante, pero era más que eso.

Él era una casa sin ventanas. Podías volverte loco en una de esas. Quería entrar. Miró a mi perro. —Puedo dejarlo, mi casa está en dirección a la ciudad.

Se detuvo un instante sólo para comprobar su reloj antes de asentir. Caminamos en silencio por unas pocas manzanas. Se mantuvo cabizbajo, escogiendo la acera por encima del resto del mundo. Me pregunté si le gustaban las grietas, o si no quería encontrarse con los ojos de las personas que pasábamos. Pudo haberse sentido incómodo, nuestra caminata silenciosa, pero no fue así. Sospeché que era una persona de pocas palabras. Las musas a menudo hablan con sus ojos y sus cuerpos. El poder que suministran es electrificante. Encienden el fuego a tus sinapsis.

Esperó en el borde de la entrada de mi casa, aunque pensé en invitarlo, pateado una maleza que había crecido a través del concreto. Yo no era un jardinero. Mi jardín parecía poco querido. Paseé a Max de regreso a la casa y abrí la puerta que nunca cerré con llave. Me detuve junto a su recipiente de agua y lo llené hasta el borde bajo el grifo mientras él me observaba. Max conocía mi rutina con mis citas. Lo llevaría a cenar, le diría cosas sobre mi escritura y mi pasión, luego regresaríamos aquí. Antes de volver a salir, pasé los dedos a través de mi cabello, agarré un Juicy Fruit del mostrador, y salí al frío.

Se había ido.

Fue entonces cuando me di cuenta que nunca le había preguntado su nombre. Nunca le dije realmente el mío, de todos modos. Con cuidado le quité el envoltorio al chicle, metiendo la tira amarilla entre mis dientes. Metí el trozo de papel encerado en mi bolsillo, mirando la calle por alguna señal de él.

Había perdido un chico que realmente quería conocer.

No se sentía bien.

Vena Sucia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora