CAPÍTULO 17 - EL PADRE PORTMAN

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Hay cosas sobre mi pasado que no os he contado. Es normal, supongo, ya que apenas nos conocemos, pero entenderíais mejor todo si las conocierais. Por ahora os basta con saber la historia de ese símbolo que hay grabado en el diario. Andrew tiene razón, es algo similar a un escudo de armas. Sólo que este pertenece a una orden religiosa a la que pertenecía el hombre que me cuidó cuando era pequeño. Dejad que os cuente todo lo que sé sobre ese símbolo y entenderéis por qué me hace sentir así.

Viví en Marruecos gran parte de mi infancia, especialmente en Rabat. El Padre Portman tenía allí un refugio para niños de la calle, pero nada que ver con un orfanato. Era una casa medio en ruinas a la que no se acercaban ni los peores rateros de la zona, los niños de la ciudad nos reuníamos allí para mendigar comida a los demás, comerciar entre nosotros o pasar la noche. No quiero que penséis que yo era alguna especie de criminal o algo por el estilo, no tuve otra opción tras la desaparición de mis padres. Aquel refugio fue mi escuela, el lugar donde aprendí a moverme en silencio, a defenderme con mi labia y sí, también a robar. El Padre Portman no apoyaba eso último, pero sus misiones lo llevaban por todas partes del mundo y no podía darnos la educación y atenciones que le hubieran gustado. Una vez al mes enviaba siempre a un aprendiz de confianza o venía él mismo en persona para resolver unos asuntos, pero se marchaba rápidamente en cuanto recibía instrucciones para una nueva misión. Las misiones de las que hablo no tienen nada que ver con las que aparecen en historias de agente secretos o aventuras, él era religioso. Sus dirigentes movilizaban a personas como él por todo el mundo para extender el bien y predicar sus creencias. Él era bastante más laxo que los demás aprendices que venían a visitarnos. No negaba que a veces había que hacer cosas desagradables para sobrevivir, pero siempre nos transmitía que era mejor hacer el bien que el mal siempre que fuera posible. La orden religiosa a la que pertenecía, la que representa el símbolo que hay en este diario, se llamaba Orden de los Guardianes, y la historia que quiero contaros ocurrió la noche en que descubrí su existencia.

Había sido un buen día, de esos en los que la comida parecía caer del cielo y nadie te pisaba para quitarte lo que te correspondía. El Padre Portman había pasado la noche anterior conmigo...bueno, con nosotros, y se marcharía al día siguiente. Era una noche tranquila, las estrellas brillaban con fuerza en el cielo a pesar de las luces de la ciudad y el ambiente empezaba a calmarse conforme la mayoría de personas se iban a la cama. Yo no podía dormir, así que busqué al Padre Portman por todo el refugio para hablar un rato con él. Lo encontré en la azotea, mirando a las estrellas.

—Padre Portman, ¿va todo bien? —le pregunté, acercándome a su lado.

—Sorprendentemente bien, Atwood. —Recuerdo cómo me despeinaba con una mano enorme y llena de callos, fruto del trabajo duro y el esfuerzo. —¿A qué se debe que no estés durmiendo como los demás?

—Me preguntaba adónde te irías mañana. Siempre hablas de tus misiones, pero no nos cuentas mucho sobre ellas.

—La vida de un religioso es más aburrida de lo que puedas creer, muchacho.

—No puede ser más aburrido que esto. Estoy todo el día mendigando por la ciudad, corriendo por los callejones y trepando tejados.

—Y atendiendo a la escuela local, tal y como te sugerí. ¿No? —Me juzgó con sus pequeños ojos marrones, a veces sentía que podía leer mis pensamientos por cómo me trataba.

—A veces. —mentí, no solía ir a la escuela mientras no fuera obligatorio.

—Atwood, algún día serás lo suficientemente maduro para salir de estas calles y hacerte un nombre ahí fuera. —Señaló a las estrellas con la palma de la mano abierta hacia el cielo. —En nuestra orden se suele decir que cada estrella que ves en el cielo es una vida que podrías estar viviendo, una oportunidad de ser diferente sin dejar de ser uno mismo. Ahora estás aquí, pero dime, ¿dónde te gustaría estar en el futuro? ¿Tal vez la estrella en la que te conviertes en un líder de masas? ¿La estrella en la que descubres la cura para una enfermedad rara y contagiosa? ¿O simplemente la estrella en la que formas tu propia familia y vives una vida común y corriente?

Recuerdo que esas palabras me hicieron pensar por un buen rato. Yo apenas tendría cinco o seis años en ese momento, aunque por las situaciones que había vivido mi cabeza estaba más amueblada de lo que se esperaba a mi edad. Es lo que les ocurre a todos los niños de la calle, se saltan muchos pasos de la infancia y van directamente a una etapa más avanzada.

—Me gustaría encontrar la estrella en la que me reúno con mis padres. —Sé que es una respuesta muy dramática, pero es lo que le dije aquella noche.

—Vaya...esa es una estrella muy concreta. Una estrella fugaz, diría yo.

—¿Qué quieres decir?

—Algunas estrellas no brillan siempre en el firmamento. Se mueven, cambian y viven una existencia rápida. Tienes que estar muy atento para no perdértelas, Atwood, pero la mayoría de veces uno sencillamente no es capaz de percatarse de su presencia.

—No lo entiendo, Padre Portman. ¿Quiere decir que volveré a ver a mis padres algún día?

—Sólo digo lo que mi orden nos enseña, Atwood, que algunas estrellas son mucho más difíciles de alcanzar que otras. Pero, antes de ponerse a cazar estrellas fugaces, hay que aprender a diferenciarlas del resto.

En ese momento fue cuando me enseñó el símbolo. El Padre Portman se levantó la manga de la túnica y me mostró un tatuaje igual a lo que hay grabado en el diario. Una espada con el filo apuntando hacia abajo, rodeada por una estrella que a su vez está encerrada en un anillo. El tatuaje era completamente negro, por lo que no sé si el símbolo original tiene color o no.

—Atwood, este es el símbolo de la Orden de los Guardianes. —me dijo, señalando la espada. —Fuerza, para cumplir con nuestro cometido. —Señaló entonces la estrella. —Estrellas, para encontrar siempre nuestros objetivos. —Por último, siguió el patrón del anillo con el dedo varias veces, remarcándolo. —Y este anillo, que representa la unidad del grupo y nuestro sentido de pertenencia a la orden. Los Guardianes tenemos el deber de enseñar, ayudar y proteger, por eso aparecí en aquella casa destartalada la noche en que te libré de esa horrible mujer y por eso fundamos este refugio aquí, en Rabat. Me preguntabas adónde iré mañana, pues bien, iré a un gran país conocido como Grecia. Los dirigentes de mi orden nos han pedido que investiguemos acerca de algo que no te interesa demasiado, ya que como te he dicho antes, la vida de un religioso es muy aburrida. ¿Satisface eso tu curiosidad?

Quizá os estéis preguntando por qué os he contado todo esto sólo para deciros que conozco el símbolo del diario. Aquella noche pensé que realmente el Padre Portman no eran más que un religioso aburrido que viajaba por el mundo porque unos sacerdotes se lo ordenaban. Pero esa noche también fue la última que compartí con el Padre Portman, ya que no volvió a visitarnos al refugio de Rabat nunca más. Sus aprendices y compañeros siguieron llegando una vez al mes, pero siempre que le preguntábamos por él nos decían que su misión se había complicado y que no sabía cuándo volvería. No creo que sea casualidad que este diario haya llegado a manos de Andrew con el símbolo de la Orden de los Guardianes, como tampoco creo que sea casualidad que Jade y yo hayamos recibido un huevo extraño y mi colgante a manos de alguien anónimo. Ahora más que nunca, creo que el Padre Portman no fue del todo sincero conmigo. Si este diario perteneció a alguien de la Orden de los Guardianes, debemos investigarlo y llegar al fondo de este asunto. Creo que es mi deber, pero si estáis aquí hoy es porque también es vuestro deber en cierto modo.

Vamos a encontrar ese medallón.

Wizarding World: El Ataúd de WiggenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora