CAPÍTULO 24 - TIEMPO MUERTO

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Andrew y Jade encontraron a Atwood desorientado en una celda vacía, muy cerca de la salida del pasadizo que acababan de cruzar. Jade se fijó en los surcos de lágrimas que se habían formado en la cara del muchacho y en sus piernas, que no dejaban de temblar ni siquiera estando sentado en el suelo. Atwood no parecía muy dispuesto a hablar, tenía la mirada perdida y balbuceaba algo acerca del hombre encapuchado y su magia.

—Jade, ayúdame a levantarlo. —dijo Andrew, colocándose detrás del muchacho. —Creo que ha debido de toparse con nuestro misterioso enemigo.

—¿Crees que se pondrá bien? —le preguntó Jade mientras agarraba a Atwood de las manos para ponerlo en pie.

—No lo sé, pero aquí no hacemos nada ya. Tenemos que...

—Estoy bien. —dijo Atwood de pronto, arrancando un grito ahogado en Jade. —Sólo...vámonos. Por favor.

Aunque Atwood había recuperado la voz, Jade le permitió caminar el resto del camino apoyado sobre su hombro. Andrew iba en cabeza, con la varita iluminando los oscuros pasillos desconocidos para ellos. No habían recorrido aquella zona antes, pero por suerte sólo había un camino y suponían que en algún momento llegarían a la salida. Un hilillo de luz al final del camino confirmó su teoría.

—Creo que veo la salida. —dijo Andrew, estirando más el brazo para iluminar la zona. —No parece estar relacionado con el lugar por el que entramos, podríamos salir en cualquier parte.

—Creo que prefiero cualquier otro lugar antes que estar aquí abajo. —confesó Jade, mirando a Atwood que parecía más pálido de lo normal. ¿Qué le habría pasado?

Llegaron a una puerta camuflada en la pared de ladrillos, ligeramente desencajada como si alguien la hubiera utilizado hacía poco tiempo. Andrew la empujó lo suficiente para permitirles ver al otro lado, revelando que se encontraban en las bodegas del castillo, cerca de las cocinas y la entrada a la sala común de Hufflepuff.

—¿Tal vez Susane ya esté en su sala común? —preguntó Jade en voz alta al ver dónde se encontraban.

—No. —dijo Atwood, sorprendiendo a Jade. —Ese tipo me dijo que los profesores la habían atrapado al salir.

—¿Te lo dijo el encapuchado? —preguntó Andrew mientras apagaba la luz de su varita. —Tal vez fuese mentira.

—No lo sé, no parecía tener motivos para mentirme.

—Sea como sea, no podremos ayudar a Susane hasta que amanezca. Jade, ve directa a tu sala común. Yo me encargo de Atwood.

—No. —dijo Atwood, zafándose del apoyo de Jade. —Estoy bien, puedo ir sólo. Id cada uno a vuestra sala común.

—Atwood...

—Andrew, no. Mi sala común es la que está más cerca y puedo caminar perfectamente. No estoy herido, sólo cansado. —Echó a andar de inmediato hacia la salida de las bodegas. —Vosotros, por otra parte, tenéis que subir a vuestras respectivas torres. Tendréis suerte si no os atrapan Filch o los cuadros.

—Hablando de cuadros, —dijo Jade—¿dónde estará el señor Dearborn?

—No lo sé, supongo que habrá vuelto a la Sala de Reuniones. —dijo Andrew, siguiendo el camino de Atwood. —Nos preocuparemos mañana. Atwood tiene razón en que será arriesgado regresar para nosotros, será mejor que nos demos prisa.

Los tres salieron juntos de las bodegas en absoluto silencio, aprovechando las sombras que proyectaban las antorchas para moverse en la oscuridad. Si uno de aquellos cuadros se despertaba o un fantasma aleatorio pasaba por allí, tendrían que dar muchas explicaciones. Antes de separarse, Andrew acordó con los tres reunirse al día siguiente en la Sala de Reuniones con Susane para hablar de lo ocurrido. Atwood fue el primero en dejar el grupo, Jade y Andrew continuaron un rato más por las escaleras.

Wizarding World: El Ataúd de WiggenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora