CINCO AÑOS ANTES
El año que pasé junto a Malak aún me provoca pesadillas. No, mis padres no volvieron a buscarme tras aquella fatídica noche de luna llena. Tampoco James, el supuesto amigo de mis padres, ni tampoco otros miembros de mi familia. A decir verdad, desconozco si tengo más familia ahí fuera. Ya tengo problemas para recordar aquellos años en los que yo comenzaba a tener consciencia de mi propia existencia, por lo que todo lo que tengo de antes son apenas un par de rostros grabados en mi memoria.
No sé si fue por el tiempo que pasé con ella siendo tan pequeño, pero recuerdo a Malak como una mujer de rasgos bellos. Pelo lacio negro, no era de aquel poblado, pero con el tiempo descubrí que tenía familia marroquí, aunque no compartía la mayoría de sus costumbres. Su piel era oscura, al contrario que sus ojos, de un color azul gélido desprovistos de emociones. Vestía siempre el mismo tipo de camisas semiabiertas, de color blanco o gris muy claro, y faldas largas de colores oscuros. Caminaba descalza, creo que nunca la vi usar zapatillas de ningún tipo. Malak era mi cuidadora, pero también mi dueña. Me costaba comprender por qué seguía con ella, aunque con el tiempo descubrí el motivo. No sé si estoy preparado para pensar en eso, por ahora lo dejaré descansar en mis recuerdos más profundos. Durante todo un año fui poco más que un esclavo para ella, vistiendo con las mismas ropas que me habían dejado mis padres el día que desaparecieron y haciendo toda clase de tareas para ella, algunas demasiado complicadas para un niño de seis años. No era excusa para ella, siempre me golpeaba con una tira de cuero que colgaba sobre la puerta de su casa cuando cometía algún error. Un solo golpe por cada error, solía decir ella, que tenía un retorcido sentido de la justicia. Un año pasé a su lado, viviendo prácticamente en la pobreza y sirviendo a sus órdenes. Un año de llantos, aunque también de aprendizaje. Creo que estoy orgulloso de cómo resistí a sus tareas y a los entrenamientos que me ordenaba realizar. Porque sí, además de un esclavo, también era su aprendiz en cierto modo.
Todo cambió para mi una noche particularmente fría. Malak ya estaba en su cama y yo estaba terminando de barrer el suelo de su pequeño salón. La puerta de su casa no encajaba a la perfección con el hueco, permitiendo que la arena del desierto traída por el viento se colara y formara pequeños montoncitos por toda la entrada y el salón. Malak no recibía visitas nunca, en el pueblo no la querían demasiado, por eso me sorprendió tanto que llamaran a la puerta.
—¡Ni se te ocurra abrir esa puerta! —bramó desde la planta de arriba.
Yo recuerdo mirar a la puerta, temblando de miedo. En ese momento no sabía si debía preocuparme más por Malak o por quien estuviera al otro lado de la puerta. Bajó las escaleras a toda prisa, clavando su fría mirada sobre mí. Se dirigió directamente a la puerta, abriéndola con decisión.
—¿Quién es usted? Aquí no se le ha perdido...
Fue todo demasiado rápido. Escuché un ruido sordo y cuando miré vi la cabeza de Malak inclinándose violentamente hacia atrás, como si algo la hubiera golpeado. Esta se abalanzó hacia fuera, provocando que la puerta se cerrara tras de si y me impidiera ver lo que ocurría en el exterior. Recuerdo escuchar gritos, golpes y gemidos de dolor. Aquel suceso se me hizo eterno, aunque con lo que sé hoy en día puede que apenas durara uno o dos minutos. Cuando el movimiento cesó fuera, escuché unos pasos dirigirse a la puerta de la casa. Yo estaba aterrorizado, pensando que quizá un monstruo había venido a por nosotros y se había comido a Malak. La puerta se abrió lentamente, revelando un rostro afable de un hombre de mediana edad. Tenía la nariz torcida, aunque no por culpa de Malak, y los ojos muy pequeños de color marrón. No había un solo pelo en toda su cabeza, a excepción de las cejas, y vestía una especie de hábito oscuro. Cuando entró en la casa de Malak me sonrió, iba apoyado en un callado y se esforzaba por ocultar las heridas producidas en su pelea contra la mujer.
—Atwood, ¿verdad? —me preguntó, tratando que su voz fuese lo más suave posible.
—¿Viene a matarme? —pregunté yo, al borde del llanto. Si no lloré antes debió ser por el choque emocional.
—Por supuesto que no, chico. He venido a sacarte de aquí. Soy un viejo amigo de tus padres.
En el momento que escuché eso me lancé a sus brazos y lo abracé con fuerza. No tenía ninguna prueba de que aquel hombre dijera la verdad, pero algo en mi interior me decía que así era. Quizá es que solo era un niño y era mucho más fácil engañarme entonces, pero tomé la decisión correcta al confiar en aquel hombre.
—Esa mujer te hizo daño, ¿verdad?
—Mucho. —Creo que en ese momento ya estaba llorando.
—Ya no volverá a hacerte nada, Atwood, te lo prometo. —Recuerdo cómo me acarició la cabeza, desatando aun más el llanto. —Puedes confiar en mí, ¿de acuerdo? Soy el Padre Portman, vamos a sacarte de aquí.
Me gustaría decir que a día de hoy sé quien fue ese hombre, pero me temo que jamás me lo contó. Para mí, el Padre Portman fue mi liberador. Un sacerdote que conocía a mis padres y, de algún modo, había descubierto dónde me dejaron y había venido a rescatarme. Estuvimos viajando mucho esos primeros días, atravesando el país a pie desplazándonos entre pequeños pueblos y aldeas. El Padre Portman me enseñaba algo nuevo en cada lugar que visitábamos, creo que quería asegurarse de que no odiaba al pueblo marroquí por lo que me había hecho esa mujer. Yo estaba demasiado asustado al principio y desconfiaba de todo el que se acercaba a nosotros, pero el Padre Portman me daba seguridad. Fue con él que aprendí mis primeras lecciones de engaño y subterfugio.
—Atwood, a veces hay que manipular un poco la realidad para evitar problemas importantes.
—¿Pdoblemas?
—Problemas. —Siempre intentaba corregir mis problemas al hablar. — Toda buena persona debe decir la verdad siempre que pueda, pero a veces no hay más remedio que jugar un poco con ella. Por ejemplo, yo soy el Padre Portman. ¿Quién eres tú?
—Atwood.
—¿Y de qué nos conocemos?
—Me...salvaste.
—No. Eres mi discípulo, somos misioneros y estamos aprendiendo sobre la cultura marroquí.
—Ah...
No estaba muy seguro en aquel entonces de lo que intentaba enseñarme el Padre Portman, pero hoy lo comprendo perfectamente. Era sospechoso que un niño pequeño extranjero viajara solo por Marruecos con un sacerdote adulto, pero por algún motivo no podíamos regresar a casa todavía. El Padre Portman me estaba preparando para enfrentarme a la verdad con pequeñas mentiras piadosas, aunque creo que no tenía ni idea de mi talento innato para los subterfugios.
Las cosas cambiarían un poco para mi a los meses de conocer al Padre Portman, cuando llegamos a la ciudad de Rabat. Fue la primera vez que nos movimos por un entorno tan masivo, íbamos de pueblo en pueblo y pocas veces veíamos a más de un par de cientos de personas juntas en los mercados más populares de la zona. Rabat sería la experiencia que lo cambiaría todo para mi y despertaría al Atwood Predcher en el que me he convertido hoy.
![](https://img.wattpad.com/cover/365929868-288-k883483.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Wizarding World: El Ataúd de Wiggen
Fiksi PenggemarAtwood, Jade y Andrew son tres jóvenes de primer año en Hogwarts que pronto se percatan de que no todo es estudiar en el mundo mágico. Sombras del pasado conspiran contra las fuerzas del bien y tratan de retornar para cumplir con sus malévolos plane...