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Esto es por amor



aegon's perspective




Me desperté perezosamente, estirándome y bostezando con algo de cansancio. Aunque muy complacido de las vistas que tenía en mi cama. De una de las raras veces que dormía en mi cama matrimonial, siempre me despertaba con Helen durmiendo plácidamente al lado. Esta era una de las mejores y más hermosas vistas que tenía de una mujer en mi vida. No me importaba si estaba o no desnuda, a decir verdad, nunca había visto a Helen sin ropa pero debía admitir que me lo había imaginado. Controlaba cualquier impulso que tuviera con ella por nuestro bien, si quería que el amor floreciera de esta relación forzada. Le prometí que no la obligaría a nada que ella no quisiese, eso incluía las relaciones sexuales o que se desnudara a mi alrededor. No le exigía aquello que ella no quería darme, ya que podía encontrar el pequeño consuelo en otro lado.

Sin embargo, había algo que me atraía a ella. No importaba cuántas mujeres habían pasado por mi cama, ni si eran exóticas, nadie se compraba con Helen Targaryen. Quién era una mismísima diosa y tenía el honor de llamarla mi esposa. Ya que yo solamente era un simple mortal pecador que le suplicaba cada noche sin éxito, aunque volviendo con esperanzas de una mirada o abrazo suyo. Ella era mi mundo entero, yo giraba a su alrededor.

Observé su calmado rostro, tenia las facciones faciales perfectas: mandíbula marcada, pómulos rosados naturales, nariz simétrica, rostro redondo, ojos de un morado que jugaba entre tonos claros y oscuros. Además de lo que más me gustaba personalmente, esa era su sonrisa. Una por la que están dispuesto a matar. Lo demostré en una cena hace un año, cuando volvió Jacaerys a la capital e insinuó cosas que no debía a mi esposa. Debía de pagar por el error que cometió, quizás la pequeña cicatriz en su ceja era el recordatorio de su transgresión.

Helen era la princesa más hermosa de todas, sobretodo por sus rasgos valyrios. Su larga melena plateada blanquecina, piel pálida, ojos violetas. Y algo más que no era capaz de explicar. Tenía una especie de aura, de magia diferente al resto. Ella me aseguró que serían alucinaciones mías, pero como la veía ahora, estaba seguro de ello.

—Está belleza etérea no puede ser real, eres una hechicera Helen Targaryen como para enamorar a un mujeriego como yo tanto.—susurre mirándola por última vez antes de levantarme.

Debía de levantarme en ese mismo momento si no quería descontrolarme, me conocía muy bien y no confiaba en mí mismo cuando estaba a solas así con Helen tan vulnerable, tan dócil. Le hice caso a mi subconsciente y me vestí, salí de los aposentos sin algún rumbo concreto para el día de perros que me esperaba por delante. Ya que cualquier buen humor o felicidad momentánea que hubiera tenido con Helen antes, se esfumó al ver al par de bastardos que osaban a ser llamados príncipes a través de la ventana. Junto con toda la estirpe negra, ellos acaban de llegar a Desembarco seguro. Me sonó oír de la boca de Aemond que volverían, aunque en ese momento no le estaba escuchando muy atentamente.

—Han vuelto.—dice Aemond caminando hacia donde estoy en el largo pasillo con ventanas al patio principal.—Han vuelto y esta vez como le pongan un dedo encima o le dirijan la palabra a Helen, no saldrán tan bien como antes.

—Nos aseguraremos de eso.

Mi día había sido arruinado de tan solo ver a esa odiosa e insoportable bastarda que tenían como "La Luna del Reino", Visenya Velaryon, melliza del príncipe Jacaerys. Quién era igual de insufrible que su melliza, aunque este porque no captaba ninguna indirecta o directa que se le lanzara. Y que Helen no lo amaba, ni lo haría. Ella era mía.

𝐇𝐄𝐋𝐄𝐍 𝐎𝐅 𝐓𝐑𝐎𝐘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora