Parte 1 ✧.*

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La fría noche en Rusia dejaba su invernal ventisca revolotear alrededor del ya congelado cuerpo de Fourth, quien caminaba a paso rápido por las oscuras calles del centro, bufando molesto por cada decisión tomada aquella noche.

Primero, debía ser más cuidadoso con su vestimenta, pues, a diferencia de su lugar de origen, en este nuevo país no le sería posible combatir el frío con tan solo una chaqueta de jeans, cuyos coloridos pins no parecían ayudar en nada.

Segundo, tal vez debió averiguar antes respecto a los bares de allí, pues definitivamente no estaba consciente de que sería imposible entrar a ellos luciendo totalmente diferente a todos en la ciudad, con su piel dos tonos mas abajo a la de los albinos, ojos marrones, pelo castaño, y vestimenta llamativa.

Y tercero... Pues justamente estaba a punto de cometer su tercera decisión incorrecta aquella noche, dejándose guiar hasta lo que parecía ser un bar subterráneo, cuyas oscuras escaleras hacia abajo eran casi imperceptibles en el pavimento de la acera.

Ya se encontraba harto, Fourth sólo quería aprovechar de distraerse un poco y beber algo tranquilo. Suspirando aún molesto, bajó uno a uno los escalones, siendo casi absorbido por la falta de luz allí abajo, encontrándose de frente con un hombre pelinegro de traje. Un guardia. Otro de los numerosos que aquella noche le habían impedido la entrada a cada bar que intentó visitar. Sin embargo, algo en ese lugar no parecía ser del todo común, Fourth ignoró su sexto sentido y sus latidos acelerándose extrañamente.

El silencio y la oscuridad que había en aquel diminuto espacio entre la escalera y la entrada del sitio le comenzaban a poner nervioso, pero no alcanzó a realizar ningún movimiento cuando el mismo guardia alzó levemente su mano, negando con su cabeza sin decir palabra. La educación y solemnidad con la que fue rechazado se unía a un desconocido brillo en la mirada de aquel hombre, como si le advirtiera del peligro que podría significar ingresar al bar, sin embargo, la terquedad del castaño tomó posesión de sí, frunciendo el ceño antes de alegar.

—¡¿Es por mi tono de piel?! ¿Es porque no tengo los putos ojos azules como todos aquí? ¿Es eso? ¡¿Cree que no tengo el dinero para pagar por las bebidas?!— alzaba su voz alterado, furioso, viendo al guardia abrir sus ojos de par en par, pensando que le había logrado asustar.

Muy por el contrario aquella temerosa mirada no se debía a las amenazas del castaño, sino que se dirigía a alguien más. Fue entonces que Fourth sintió una presencia detrás suyo, y podría jurar que jamás algo había causado en él tanto pavor aún sin haberle visto.
Su aliento se ahogó, silenciándose a sí mismo sin moverse del espacio entre el guardia y quien acababa de bajar las escaleras, quedando aún más petrificado en cuanto oyó su grave e imponente voz,

—Déjale entrar, viene conmigo.— ordenó con severidad.

Sudando en frío, Fourth rogó mentalmente jamás haber tenido la idea de aprender lo básico de aquel idioma, seguido de visitar el país.

La puerta se abrió de inmediato frente a sus ojos, viendo al guardia moverse de su camino para permitirle la entrada.

—G-gracias— balbuceó apenas Fourth con su mirada apuntando al suelo. Y no es que fuese tímido o asustadizo, pero estaba segurísimo de jamás haber vivido algo tan aterrador. Ni siquiera volteó a mirar a quien le había ayudado, pues los escalofríos no hacían más que aumentar.

Respirando dificultosamente movió sus pies entrando al local. Paralizándose notoriamente sin alcanzar siquiera a ingresar por completo, pues las escasas mesas del lugar estaban siendo en su totalidad ocupadas por hombres en traje, deteniendo sus charlas apenas le vieron.
El abrumador silencio cayó sobre Fourth como si de toneladas de cemento se tratase, olvidando cómo moverse incluso, pues las miradas sobre su silueta parecían ser amenazas directas a su integridad física. Tragó apenas, sintiendo una enorme mano en su hombro.

—A la barra— una clara orden fue dirigida a Fourth, notando que aquella voz detrás suyo era la misma de quien le había permitido ingresar. Su conciencia había abandonado su tembloroso cuerpo tiempo atrás, por lo que, sin chistar asintió caminando hasta donde le fue dicho.

Frustrado notó la exagerada altura de los taburetes, comprendiendo que se debía a la notoria diferencia de altura entre él y cada ruso que allí había. Bufando silenciosamente se subió a uno de ellos, sentándose mientras ignoraba la incomodidad que ese lugar le generaba.
El taburete a su lado fue removido entonces, siendo usado ahora por quien le había ayudado. Lentamente se permitió a sí mismo mirarle de reojo, sintiéndose aún aplastado por la incertidumbre y la desconfianza de todo lo que estaba sucediendo.
Poco a poco su mirada se posó en la figura de él, un exuberante hombre de cabello negro y pálida piel, que vestía un costoso traje. Olvidando cómo respirar, Fourth debió admitir para sí mismo que lucía tan atractivo como aterrador.
Algo en su seria expresión congelaba cada músculo del castaño, haciéndole sentir en peligro constante a su lado pese a que no le había dañado de ninguna manera. La adrenalina en su torrente sanguíneo le mantenía en estado de alerta, nervioso.

—Señor Norawit— saludó el barman haciendo una reverencia a aquel hombre. Repitiendo el gesto para Fourth aunque sin mencionar su nombre que claramente nadie allí conocía. Incluso su apellido sonaba espeluznante dicho con tanta solemnidad.

Con tranquilidad el barman le tendió al de cresta la carta de bebidas alcohólicas, luciendo una real preocupación en su mirada, —¿Está seguro de que podrá pagar algo de aquí?— cuestionó en voz baja a Fourth, siendo interrumpido por el pelinegro.

—Yo me encargo—

Por el tono de su voz, Fourth podía adivinar que aquel ruso estaba acostumbrado a tener siempre el control sobre todo a su alrededor, sin embargo su obstinación no le permitiría ser pasado a llevar así sin antes preguntar por su parecer.

—Puedo pagar mis propias bebidas, grandulón— aseguró mientras sonreía con orgullo. Esto, hasta que una ceja de Gemini fue elevada junto a una media sonrisa con algo de malicia, haciéndole ver cuán incorrecto había actuado, y no por su maleducada objeción...

Posando su mirada en la carta comprendió su error, pues una ordinaria lata de cerveza tenía como precio la mitad de todo el dinero que había llevado para su viaje...

«¿Qué clase de sitio es éste?»

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Claws of a tigerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora