Capítulo 1

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Inició como una punzada leve, nada grave, llevaba tiempo asociado a aquel dolor tan recurrente después de una noche alocada. Pero esta vez resultó diferente, imaginó como sus ojos se salían de sus cuencas lentamente, la habitación pronunciada parecía girar como si acabara de ingerir su último vaso con alcohol.

Cubrió con ambas manos su rostro, gimoteando como si se tratara de un novato. Su boca se hallaba seca y su garganta agrietada. Y entonces no comprendió qué era lo que más odiaba: despertar con una enorme resaca que parecía matarle, o el cuerpo de su mejor amigo Taehyung recostado a su lado, observándole con un mirar burlesco, comiendo lo que parecía ser leche con cereal.

La serenidad y la pereza en los movimientos de Taehyung le llevo a entender que aún era temprano. Tenía tiempo de una simple ducha y un ligero desayuno antes de su primera clase.

Su celular vibró detrás de su almohada, pero sólo se dedicó a refunfuñar mientras se envolvía en las sábanas y se aferraba a la frescura de la pared. Sintió como la mano de Taehyung hurgaba entre medio, tomando su teléfono para verificar lo que ambos creían sucedería.

Tu madre va a matarte —Taehyung murmuró, deslizando el dedo sobre la pantalla, leyendo cada mensaje que dictaba

una sentencia para nada agradable en cuanto Jimin se atreviera a poner un pie dentro de su casa.

Mi madre siempre quiere matarme, es una histérica.

Oh, vamos J —Taehyung le golpeó—, ambos sabemos que es una mujer maravillosa.

Lo dices porque no es tu madre y no intenta controlarte todo el maldito día.

Esto de comportarte como un rebelde sin causa no es la forma y ambos lo sabemos. Yo desearía que mi madre fuera de esa manera.

Augurando el camino de la conversación, Jimin decidió levantarse incluso si las ganas de vomitar le superaban. El sol invadía cada centímetro de la amplía ventana y renegó de los momentos qué anheló que el verano llegara pronto.

Tengo 19 años —Se desnudó y cogió una toalla—. Ella no entiende que puedo cuidar perfectamente de mí mismo sin problema.

Ignoró el suspiro cansino que resonó en la habitación e ingresó a la ducha. Lo que menos necesitaba en ese momento era discutir.

Maldición, amaba a su madre más que a su propia existencia, pero no había forma de hacerle enternder que no era el niño que recurría a su auxilio cada que quería. En instancias como aquellas odiaba el paso de la vida y lo que dejó en ella. Aborrecía el ayer que les invadía y la amargura

que se bañaba en el verde claro de sus ojos cada vez que le observaba.

En su recuerdo el momento del detonante permanecería aferrado eterno, implorando al universo nunca más volver a hablar de ello. Era un tema delicado, y aunque la mayor parte del pueblo lo sabía, preferían guardar silencio como símbolo de respeto.

Sin embargo, a pesar de los constantes intentos por negarlo y aparentar ser una persona valiente, él tampoco volvió a ser el mismo. Odiaba incluso el hecho de saber que tenía que volver a esa fría y desolada casa después de la universidad. Era incómodo y resultaba un verdadero fastidio tener que recurrír al amparo de alguno de sus amigos con la excusa de no tener que retornar allí porque simplemente no soportaba la inmensa soledad que esa persona dejó impuesta.

A mediodía se halló recorriendo los pasillos de la universidad, en total acuerdo con que a esa hora el flujo de estudiantes era más decente y le facilitaba su desganado andar. Era un día extraño y él también se sentía extraño. Algo no calzaba y no podía dejar de pensar en el pasado, asumiendo que el breve recordar sobre su madre había sido el detonante.

HASTA QUE TE CONOCÍ ✿ KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora