Capítulo 4

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Aún pudo sentir la emoción rugir en su estómago cuando bajó del autobús. No pudo dejar de pensar en esa mirada fiera que le calcinó el alma, la deliciosa fragancia a lavanda de sus prendas ante el más mínimo contacto. Le deseaba, no estaba dispuesto a negarlo una vez más. Le anhelaba. Quería ser presa de esa hostilidad salvaje. Esa brutalidad con que solía tocarle hasta provocar que su piel ardiera y cediera ante esa pasión dormida en él.

Giró en la esquina del paradero, introduciéndose en los barrios marginales de Twinpeaks, lugar de la gente deprimida con una pobreza fatal. Eran las lejanías que se ocultaban entre los inmensos y frondosos árboles, donde los inadaptados habían dejado de protestar cuando la alcaldía le construyó un par de edificios con no más de diez pisos por cada bloque. Una zona que pese a la naturaleza, era oscura y deteriorada. La tierra húmeda invadía el paso y te ensuciaba los zapatos, el hedor a orina te obligaba a no respirar tan profundamente y te forzaba a no llevar pertenencias de lujo por el hurto de los más necesitados.

Jimin estaba acostumbrado a toda esa mierda. A caminar sin prisa y sin temor por los pasajes. Estaban familiarizados con su presencia, de todos modos. Verle a diario con un buen vestir y el cabello rubio angelical perfectamente peinado y limpio. Era un pedazo de destello que sobresalía entre tanta inmundicia. Una preciosidad que frenaba el paso sin rumbo de cualquiera para contemplarle con una genuina curiosidad. ¿De dónde venía? Nadie lo sabía, asumían que era del centro del pueblo, donde la vivencia era más cómoda. Le habían hecho parte de la manada hace años, cautivados por su sencillo tratar y gentileza a la hora de ayudar.

Permaneció con las manos en los bolsillos cuando un niño esnifando de una bolsa con pegamento que conseguían por ahí, se paró frente a él.

Oye J, ¿Me das una moneda?

Jimin ni siquiera lo dudó. Registró en los bolsillos traseros de sus jeans, pasándole unas cuantas que le habían sobrado del pasaje en bus. Miró la palma sucia alzada y recordó las veces que le quitó la bolsa a ese mismo chico y la tiró a la basura. Dejó de hacerlo cuando se dio cuenta que no tardaba en encontrar otra. Era una pérdida de tiempo, y aunque sonase cruel, era la vida que acostumbraban llevar.

Chuck era un chico que apenas y alcanzaba la pubertad. Vivía en unos bloques más allá. Su madre era alcohólica y caminaba por allí a veces, cuando le iba bien en la prostitución y podía traer algo de dinero para gastarlo en un poco de pan y bebidas alcohólicas.

Más allá, se encontraba Samanta, una pequeña de ojos chocolates y el rostro repleto con pecas. Era la hermana menor de Chuck, pero había corrido con mejor suerte,

Jiwoo, quien vivía en el departamento contiguo, se hacía cargo de ella.

¿Qué me trajiste esta vez, J?

Se balanceaba en el pequeño y oxidado triciclo que habían conseguido del basural a unos kilómetros de allí. La gente se abastecía con los objetos que los más ricos desechaban.

Jimin siempre solía traerle pequeños regalos. Los dulces eran sus preferidos, pero esta vez, no tenía nada consigo. Hurgó en todos sus bolsillos, encontrando un pequeño caramelo con el envoltorio deteriorado, lo había conseguido en algún momento y había olvidado que estaba allí. Los ojos de Samanta resplandecieron y fue ese pequeño detalle de agradecimiento que le apretó el corazón. Dejó caer su mano sobre su cabello sucio y opaco y le acarició.

Para la próxima, voy a traerte una bolsa enorme. Lo prometo.

¿Pueden ser chocolates esta vez?

Claro. Chocolates.

Divisó el departamento de Taehyung y trotó por los escalones. Su amigo llevaba viviendo allí hace algún tiempo, cuando logró independizarse y subsistir por sí mismo. Sus idas y venidas en centros de acogidas fueron varias. Con un par de padres sumidos en las drogas, vivir entre familias adoptivas fue su única opción. Sin embargo, siempre lo detestó. Las experiencias fueron malas y tuvo suerte de no internarse en las calles por el desespero.

HASTA QUE TE CONOCÍ ✿ KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora