Cuando Jimin tenía once años, decidió que patear las piedras sobre el camino de tierra era más interesante que llegar a clases a tiempo. Con las manos en los bolsillos de su chaqueta amarilla grande y esponjosa, en su rostro contraído y sonrosado por el escozor del frío, se dibujó uno de sus tantos mohines. Entornó las esmeraldas hacia el mediano edificio de ladrillos rojos y permaneció oculto entre los arbustos, mirando a los demás niños ingresar. Él no lo haría. Lo había decidido al salir de casa esa mañana nublada. Mamá y papá podían irse al carajo.
Retornó sobre sus botas manchadas de barro, desviándose del camino usual. Internándose en el prado repleto de hierba bajo el dosel de los árboles caducifolios, siguió el camino frondoso que le llevaría al cementerio de animales. Había estado allí muchas veces, enterrando a las pobres criaturas que se encontraba muertos por el bosque.
Pero leer los nombres de las tumbas y limpiarlas no era precisamente lo que haría ahora. Él continuó más allá, donde el herbaje era más verdoso y espeso, procurando no lastimarse con las ramas como consecuencia desmedida. Hacia las montañas se hallaba una casona abandonada. Era siniestra y antigua. Pero tenía sus encantos, como por ejemplo el que muy pocos pudiesen llegar hasta allí sin ser antes guiados por alguien experto.
Era un sitio apartado, tan confuso que podía cometerse el homicidio más exitoso. Jimin siempre corría riesgo al merodear por donde le advertían que no lo hiciera. Fácilmente podía lesionarse o peor, ser seguido y violado, tal vez luego asesinado. Eran las consecuencias a tal rebeldía.
Un par de risas hicieron eco alrededor, Jimin levantó la mirada al cielo y agudizó el oído. Iba por buen camino. Poco a poco las voces gruesas y roncas se iban haciendo más claras y los pudo divisar sentados en sillas y sillones que ellos mismos habían adquirido.
Salió de entre las ramas, sacudiéndose las hojas de la ropa, dirigiéndose hacia los hombres mayores que mantenían una pandilla. La banda de su hermano. El mayor de ellos redondeaba los cuarenta. Eran sujetos con vidas distintas, pero dedicados a lo mismo. La delincuencia.
¡Hyung! —Gritó a unos pasos.
Esas miradas duras con experiencia le miraron fijo, como las águilas que acechaban a su presa desde lo alto. Jimin no se inmutó y sonrió, cerrando los ojos alegremente en el proceso. Había compartido con todos ellos en algún momento. Y no eran tan rudos como aparentaban.
Una cabeza curiosa se asomó entre ellos y vio a Namjoon suspirar, apresurándose. Era tan alto que Jimin tuvo que alzar la cabeza.
Enano, se supone que debes estar en clases. ¿Qué haces aquí?
Jimin se encogió de hombros y pasó por su lado. Orientado con la situación y con quienes le rodeaban, avanzó con total confianza. Namjoon contuvo una risa por su aspecto gracioso y tierno. Jimin era pequeño y rechonchito. Llevaba una mochila que parecía ser más grande que él y esa chaqueta mullida que le cubría hasta las rodillas le hacían ver mucho más chiquito. Y ni hablar de sus botas para la lluvia que mamá le obligaba a usar.
Hey, Piolín —Park Seo Joon se acomodó sobre el sillón para alborotarle el cabello—. ¿Te has escapado otra vez?
Jimin sonrió, tímido. Había obtenido el apodo por su cabello rubio y sus ojos claros. Entrelazó las manos detrás de su espalda y se meció sobre sus talones. Él tenía un flechazo por Seo Joon. Su voz gruesa y su aspecto tosco le hacían posar los ojos en él como un imán. Pero fuera de esa apariencia desdeñosa, era quien más le hacía reír dentro del grupo.
Se despojó de las correas de su mochila y la abrazó contra su pecho. Pudo sentir como la silueta de Nam se acercaba por detrás.
He traído mi lonchera. ¿Quieres compartirla conmigo? Mamá me hizo dos emparedados de lechuga, queso y tomate
ESTÁS LEYENDO
HASTA QUE TE CONOCÍ ✿ KOOKMIN
Romance© HISTORIA ORIGINAL. PROHIBIDA SU COPIA Y ADAPTACIÓN. | Hasta que te conocí | Jamás lo comprendió. Tal vez nunca lo pensó. O varias veces renegó de aquel sentimiento anómalo que se aferró indomable en su mente, cuerpo y alma. Quién era aquel y por...