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Matt
Esa mañana me desperté como tantas otras, sin ganas de nada porque mi vida estaba vacía. Era lo normal en mí, no encontraba una motivación, nada que me hiciera ilusión y me pasaba los días vagando por el instituto de clase en clase, o metido en mi habitación acostado, o como mucho, tocando mi guitarra sin sentimiento alguno. Alguna vez salía con mi amigo Jacob y su novia, pero cada vez se me hacía más insufrible y estaba claro que ellos también necesitaban su propio espacio, ser espectador de besuqueos no era mi afición preferida y tampoco les podía decir nada, estaban en todo su derecho, enamorados y esas cosas. Admito que de vez en cuando también quedaba con alguna chica por eso de desahogarme porque en el fondo era un poco golfo (o quizás no tan en el fondo, ¡ups!), pero era tan vacío todo que la cita duraba, lo que duraba el polvo, no me interesaba nada más de ella, no había nada que me enganchara ni que me hiciera por un momento pensar en hacer cualquier otra cosa con esa chica. Cero. Mi reputación entre las chicas del insti no era la mejor, tengo que decirlo, pero me la había ganado a pulso. Los días pasaban sin ton ni son y yo vivía como un autómata.
Como todos los lunes, estaba sentado en el pupitre de la clase de biología inmerso en mis pensamientos, sopesando la idea de hacerle una proposición indecente a Carol, que estaba sentaba unas filas por delante de mí y a la que se veía tan aburrida como yo en clase, cuando la vi entrar. Era una chica menuda, de pelo castaño y piel pálida que miraba hacia el suelo. El cuerpo me dio una sacudida que apenas pude disimular cuando sus ojos subieron y se posaron en mí al mismo tiempo que el Señor Connery le indicaba que el único sitio que quedaba libre a esas alturas del curso (estábamos en febrero) era justo el que estaba a mi lado. Me quedé rígido y sin poder reaccionar y, de repente, no podía pensar con claridad. Mi mente se había sumido en el estado que a veces me invadía al ver a algunas personas o tocar ciertas cosas, con una hipersensibilidad alucinante hacia ese algo o alguien. Y ELLA había sido el detonante esta vez, mucho más virulento que otras veces que me pasaba. La sacudida me había recorrido el cuerpo entero, desde la cabeza hasta el último dedo del pie.
Hacía tiempo que no me pasaba, lo de las visiones, alucinaciones o como quiera que se llamen, pero al verla, tuve una clarísima y pude sentir un montón de sensaciones y emociones recorriendo mi cuerpo, pero, sobre todo, sentí dolor físico, algo que me descuadró totalmente. En la visión, estaba ella, la misma chica que tenía ahora delante, rota, herida, tenía sangre por todas partes y huesos rotos. Me dolía la cabeza como si me hubieran pegado en ella con un martillo y los pulmones me quemaban como si se hubiese desatado un incendio dentro de ellos. El miedo la invadía y buscaba desesperadamente a su madre que parecía aturdida. Podía sentir ese miedo como propio, era pánico, terror, desesperación... y la conexión que se estableció con esa chica fue casi instantánea y extremadamente fuerte, algo que tampoco me había pasado nunca, era la primera vez desde que había descubierto mi don.
Era algo que no podía controlar y un "don", por llamarlo así, que teníamos algunas personas de mi familia, en este momento y que supiéramos, mi abuela y yo. Te transportabas a un estado en el que interiorizabas las experiencias, sentimientos, sentidos e incluso dolores y diferentes males de la otra persona. Mi abuela al descubrir que yo también lo tenía, me había estado hablando de lo que se sentía para que no me asustara porque yo era un crío la primera vez que me pasó. Me habló de que existía la posibilidad de establecer un vínculo espiritual o nexo con las personas que a veces nos lo provocaban pero que era algo extremadamente difícil y que no solía pasar nunca. Otras veces era algún objeto el que me trasladaba todas esas sensaciones, pero en ese caso, eran mucho más suaves y pasajeras. Yo había renegado del "don" desde el primer momento en el que fui consciente de tenerlo, ya muy pequeño, con cinco o seis años, porque pensaba que era un lastre, que lo único que hacía era dificultarme la vida y hacer que fuera un bicho raro, lo que me sumió en una profunda depresión al no ser capaz de gestionar todo lo que las visiones y sensaciones que me invadían me transmitían y me hacían sentir como si fueran mías al mismo tiempo. No fui un niño al uso o normal, no podía serlo con esas experiencias y digamos que eso marcó mucho mi personalidad y la necesidad de no estar rodeado de gente continuamente, por lo menos, todo el tiempo que pudiera evitarlo.
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¿Sabes que las mariposas no pueden ver sus alas?
RomanceLa historia de Olive no empezó bien. A sus dieciséis años ha tenido que vivir situaciones que no debería haber vivido y parece que el destino no se lo ha puesto fácil pero ¿se dará cuenta del potencial que tiene? ¿Podrá ser capaz de aferrarse a las...