Matt aparcó enfrente de mi casa y sin saber por qué, salí disparada hacia ella y le dije un adiós rápido, sin fijar mi mirada en él, para desaparecer corriendo. No le di opción a nada, lo reconozco, pero es que no era capaz de hablar o de mirarle en ese momento, la situación me superaba y las dos cervezas que había tomado no lo hacían más fácil precisamente. Mientras alcanzaba la puerta de mi casa oí cómo Matt me llamaba, pero no fui capaz de volver la cabeza en su dirección, aun a sabiendas que era posible que estuviera cometiendo un tremendo error.
Admito que lo que pasó entre nosotros era lo que deseaba, había fantaseado muchas veces con besar a Matt desde que lo había conocido y, por primera vez en mi vida, me sentía irremediablemente atraída por alguien, pero, tal y como Matt arrancó el coche en dirección a mi casa al salir de la fiesta, mi cabeza empezó a tejer una red inmensa y enredada de excusas para auto convencerme de que lo que acababa de pasar no estaba bien, ni era real, porque, a mí no me pasaban esas cosas, no merecía que me pasara nada bueno. Pronto, empecé a pensar en las consecuencias que tendrían en el instituto para mí mis actos de las últimas horas si todo esto salía mal. Mi mente divagaba con argumentos burdos porque sabía que yo no era suficiente para él, que él merecía a otra chica mejor que yo (más lista, más guapa y menos rota, sobre todo, menos rota), todo el mundo se burlaría de la situación y le diría que que estaba chalado por haberse liado con la pringada de Olive, la tía rara y con traumas que había tenido que abandonar su casa en otro estado a mitad de curso, y, yo sabía, que en el momento en que Matt fuera consciente de lo que había pasado en el coche, de que seguramente todo había sido fruto de la mezcla de alcohol y de la adrenalina por lo vivido con Owen, recapacitaría y se arrepentiría. Incluso, llegué a pensar que me había devuelto el beso por compromiso, por pena, por no dejarme mal, no olvidemos que fui yo la que se abalanzó sobre él y le besó, otra razón más para querer que la tierra me engullera en ese momento. Mi cabeza bullía, tenía tanto ruido interno que era incapaz de pensar con claridad y parecía que me iba a explotar de un momento a otro. Esa noche, acostada en mi cama, fui auto saboteando mi propia felicidad y mis propios deseos, uno por uno, hasta convencerme de que yo no merecía que nadie me quisiera, nadie, y él no era una excepción, no era suficiente para él y lo que había sucedido era un error, y, me había avocado en una caída a un pozo sin fondo porque en cuanto se diera cuenta de la realidad, comenzaría un nuevo infierno en este instituto también y me volvería a convertir en el objetivo paria de todas las burlas e insultos de esos desalmados y no podría soportarlo, no otra vez.
El problema de haber vivido tantas cosas con apenas dieciséis años es que, sin duda, tu personalidad no se ajusta a la de una persona de tu edad. Sin querer, te conviertes en un anciano emocional en el cuerpo de una persona joven y esa dualidad mental y emocional en una misma persona es explosiva de por sí, la mires por donde la mires. Tienes demasiados traumas, demasiada experiencia en que te ocurran cosas horribles. Estás demasiado roto, como para saber que no todo es de color de rosa y de que en cualquier momento se pueden torcer las cosas sin previo aviso y arruinarte la vida, pero lo peor de todo es que estás convencido de que eso pasará sin tener ninguna otra opción o alternativa en el horizonte porque en el fondo te lo mereces. Has perdido la inocencia de la infancia tempranamente y no has llegado a experimentar la osadía y la inconsciencia de la adolescencia porque todos los miedos acumulados hasta ese momento, con fundamento, la han bloqueado condenándote a vivir midiendo al milímetro cada acto de tu vida y sus consecuencias. No eres capaz de cometer locuras, no te lo puedes permitir.
***
Estando en la cama empecé a recibir mensajes de las chicas por el grupo que teníamos de WhatsApp. Me habían incluido hacía relativamente poco pero ya era una más de ellas, por primera vez me sentía parte de un todo y eso también me tenía en alerta. Estaban preocupadas, era normal, desaparecí sin avisar de la fiesta y de la peor manera posible y entendía su desasosiego, pero no podía encariñarme con ellas ni con su tierna preocupación porque, cuando me explotara todo esto en las narices, volvería a quedarme sin amigas y el dolor sería todavía más grande después de haber conocido lo que es poder confiar en alguien. Mi responsabilidad era resguardarme de todo el dolor emocional que pudiera y, sobre todo, si era innecesario, había aprendido a palos que la prioridad era sobrevivir. Era imposible que me sucediese nada bueno, era Olive, por favor... no me había sucedido jamás nada bueno en mis dieciséis años de vida. ¡Si incluso mi padre había intentado matarme, joder! No sabía cómo narices iba a afrontar esta situación que me superaba con creces. Era incapaz de gestionar todos los sentimientos encontrados que tenía, pero, sobre todo, era incapaz de mantener a raya el miedo, ese terror paralizante que volvía a ser el objetivo primordial de mi mente y que estaba justo en el centro de la diana cuando pensaba de nuevo en los desalmados adolescentes que me esperaban en mi instituto y que no dudarían en volcar otra vez sobre mí sus frustraciones, rabia e inseguridades. Había vivido ya en mis propias carnes la crueldad de aquellos que no piensan ni ven más allá de sus narices, de chicos que lo único que quieren es pertenecer a la manada, que no se paran a pensar si lo que hacen está bien o mal, aunque eso suponga acabar con la vida de alguien, literal o metafóricamente hablando.
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¿Sabes que las mariposas no pueden ver sus alas?
RomanceLa historia de Olive no empezó bien. A sus dieciséis años ha tenido que vivir situaciones que no debería haber vivido y parece que el destino no se lo ha puesto fácil pero ¿se dará cuenta del potencial que tiene? ¿Podrá ser capaz de aferrarse a las...