¿Sabes que las mariposas no pueden ver sus alas?

Cap. 3: Olive

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Olive

La comida había resultado un auténtico tostón. Sabía que no iba a conectar en la vida con todas esas personas cuya máxima preocupación era llevar el brillo de labios bien puesto o el pelo bien peinado (por no hablar de la falda bien corta y el escote bien pronunciado, no fuera a ser que alguien se atreviera a juzgarlas por algo que no fuera su físico, que ojo, no me parece mal que una mujer se pueda vestir de la manera que le dé la gana, faltaría más, pero en este contexto eso era una connotación de lo más machista y denigrante). Tampoco acababa de entender qué demonios hacía Erin formando parte de todo ese espectáculo porque, la Erin que yo había conocido hace años no tenía absolutamente nada que ver con ese mundo o con esa forma de ver la vida, pero no iba a juzgarla, a veces la gente evoluciona de manera curiosa.

Durante la comida estuvieron haciéndome preguntas, sobre todo Samantha y Chloe que parecían estar muy unidas a Erin (también parecía que le hacían muchísimo la pelota). Querían saber por qué me había cambiado de instituto a mitad de curso, por qué nos habíamos mudado a otro estado de repente y un millón de por qué, que yo no podía responder a priori. Todavía no y menos a ellas. Entendía que era la novedad, la comidilla... que una chica apareciera de repente como nueva alumna en pleno febrero en un instituto no era lo normal, pero, todas esas preguntas y toda esa curiosidad mal contenida, me saturaban y agobiaban a partes iguales. ¿Acaso no sabían qué era la discreción? Yo no estaba acostumbrada a ser el centro de atención, es más, lo evitaba a toda costa. O sí, pero no de esa manera y por eso lo evitaba. Y aunque la otra manera fuera mucho peor, esta tampoco me gustaba. Exponerme tanto a los demás me dejaba a merced de sus opiniones y me daba pavor. De momento, iba a intentar mantenerme en un segundo plano, si es que me dejaban, sin llamar demasiado la atención, si eso era posible con esta gente.

No lo vas a conseguir ni de coña, querida.

Dame una tregua conciencia.

Soy sincera, no te voy a engañar. Cuanto antes sepas la realidad que te espera, mejor.

Erin sí sabía la verdad, obviamente. Y confiaba en que hubiese sido discreta porque lo último que necesitaba era que todo el instituto se enterara de lo que me había ocurrido. Bastante tenía con gestionarlo yo, como para que tuviera que aprender a gestionar lo que iban a pensar los demás de mí en cuanto se enteraran. No quería la lástima de los demás ni tampoco quedar vulnerable ante los que quisieran utilizar lo que me había pasado contra mí. Eso, ya lo había vivido.

Todas esas preguntas me llevaron a sumirme en mis más profundos pensamientos y recordar lo que desencadenó todo el desastre en navidad.

Como era habitual, íbamos a celebrar la navidad solos en casa. A mi padre no le gustaba que viniesen parientes ni amigos a casa, por lo que generalmente, siempre estábamos solos: mis padres, mis hermanos y yo. Él se molestaba mucho en que no interactuásemos con nadie y nos había ido separando paulatinamente de todo lo que nos rodeaba, ya fuera familia, amigos, compañeros, vecinos... controlaba hasta la más mínima relación que pudiera surgir desde nuestra familia hacia el entorno, hasta el punto, de prohibir a mi madre entablar conversaciones incluso con las vecinas, algo que a priori le puede parecer de lo más normal a cualquier persona. Más de una paliza se había llevado la pobre por el mero hecho de que, alguna de las personas que vivían en nuestro vecindario, la hubieran parado por el simple hecho de la convivencia, para charlar o comentar algo relativo al barrio, simplemente por ser amable y mantener una relación de cordialidad vecinal. A eso había que sumarle el hecho de que mi padre, además de ludópata empedernido, era un alcohólico que no quería rehabilitarse. Cuando mi padre venía borracho, lo mejor era no interponerse en su camino. Lo recomendable era quitarse del medio y no llamar su atención si no querías que su ira recayera sobre ti.