Mary
Me resultaba extraño dormir en esa casa y llevaba un rato dando vueltas en la cama. Quizás no era sólo la casa, también era la incertidumbre, el miedo, toda esa vorágine de sentimientos malos que se habían generado en mi vida desde hacía mucho tiempo formando un cayo de dolor y que era imposible deshacerse de ellos porque, cuando empezaba a ver la luz al final del túnel, ocurrió algo que nos hizo volver a la casilla de salida. Darren había huido de la cárcel y podía aparecer en cualquier momento.
Mi vida con Darren nunca fue fácil. También es verdad que no tuve tiempo a comparar porque con trece años ya estábamos juntos y, es posible, que en algún momento viese las señales de alarma, quizás incluso desde el principio, pero éramos apenas unos niños y que vi que él me tratara como si fuese de su propiedad como algo normal debido a mi inexperiencia e inmadurez. En definitiva, creo que crecí sabiendo que mi vida siempre pendió de sus manos. Que doblegaba mi voluntad como si de papel de fumar se tratara y lo sabía, él lo supo siempre. Pero yo no le podía dar importancia a esos detalles porque era una niña y estaba enamorada, y el amor, ese gran sentimiento que si no se gestiona bien es tóxico como él solo, atonta los sentidos, mucho más que cualquier droga y todavía más cuando eres una adolescente ingenua.
Lo cierto era que la única experiencia amorosa que había tenido en mi vida no era ejemplo de nada. Era insana hasta decir basta y había imbuido en mí conductas abusivas como si fueran normales, y lo peor de todo, era que había marcado un claro rasgo en mi cerebro de fobia hacia todo lo que supusiese abrirse sentimentalmente a alguien. Tenía que reconocer que, aunque en un grado mínimo, me ocurría incluso con mis propios hijos. Siempre tenía la sensación de que en algún momento me dejarían o se revolverían contra mí porque no era capaz de generar buenos sentimientos en nadie. Me culpaba.
Tras un tiempo en terapia supe que este es un rasgo muy característico de las mujeres maltratadas y abusadas, y aun sabiéndolo, me costaba mucho asumir que no era culpa mía nada de lo que pasó y que no fui yo quien quiso matar a mi hija.
Abrirme al mundo después de todo lo que ocurrió estaba siendo una tarea ardua y costosa, pese a la terapia, aunque mi familia me apoyaba... pero el miedo, la inseguridad y una autoestima rota, hacían muy difícil poder seguir hacia delante, por lo menos con tota normalidad y como cualquier persona de a pie.
Cuando Ronald apareció en mi vida lo hizo sin pena ni gloria, era mi jefe y no me paré a pensar ni por un momento más en ese tema. Ronald conocía mi pasado, obviamente. Habíamos hablado largo y tendido durante los ratos muertos de los turnos en la cafetería y se había mostrado comprensivo e indulgente conmigo. La realidad era que él siempre había cuidado con mimo de mí entre esas cuatro paredes y había facilitado que pudiera encargarme de mis hijos, favoreciéndome siempre con los turnos de trabajo y permitiéndome faltar al mismo cuando había sido necesario. Nunca pensé que sus sentimientos hacia mí fueran distintos a los de un jefe con su empleada, sinceramente, creía que él simplemente estaba siendo amable porque también había tenido que vivir una situación dramática en su familia y ocuparse de su hija en solitario y, quizás, se sentía identificado con mi situación. Por eso me impactó tanto cuando después de acompañarme a casa el día que vinieron los agentes a notificarme la huida de Darren de la cárcel, se mostrara tan afectado y acabara por confesarme sus sentimientos, imagino que llevado por el estrés y la ansiedad de la situación. Imagino que pensar que el ex de la persona que te gusta pueda aparecer en cualquier momento y matarla, ejerció bastante presión para que se decidiera a dar el paso. Pero bajo ningún concepto se me había pasado por la cabeza que entre él y yo pudiera surgir ningún tipo de relación que no fuera meramente laboral.
Ronald era viudo. Había perdido a su mujer hacía cuatro años a causa de un cáncer que, por lo visto, fue agresivo y fulminante. Poco o nada se pudo hacer por salvar la vida a Coraline, su mujer. Yo había visto las fotos que él tenía en su despacho y había sido una mujer bellísima. Por lo que la gente del pueblo cuenta, eran una de esas parejas que permanecen enamoradas a pesar del tiempo y formaban junto a su hija una familia unida y feliz. Por lo visto, su enfermedad llegó pillándolos desprevenidos y arrollándolo todo a su paso. Unos dolores de cabeza intensos, unas visitas a urgencias donde los médicos no daban con lo que le pasaba y un diagnóstico brutal: cáncer terminal. Así, sin anestesia. Coraline falleció apenas un mes después del diagnóstico dejando a Ronald y a su hija, Brianna, sumidos en la más absoluta tristeza y desesperación. Brianna tenía diez años cuando su madre murió, por lo que Ronald se volcó en su cuidado y en el restaurante. En los cuatro años y medio que habían pasado desde la muerte de su esposa, no se le conocía pareja alguna, ni interés en nada que fuera más allá de su negocio o de su hija. Por eso mismo, quizás me descolocó tanto su declaración, era algo que no habría imaginado nunca.
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¿Sabes que las mariposas no pueden ver sus alas?
RomanceLa historia de Olive no empezó bien. A sus dieciséis años ha tenido que vivir situaciones que no debería haber vivido y parece que el destino no se lo ha puesto fácil pero ¿se dará cuenta del potencial que tiene? ¿Podrá ser capaz de aferrarse a las...