1. Tengo un espacio en blanco, y escribiré tu nombre.

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-- Saw you there, and I thought, 'Oh my God, look at that face'. You look like my next mistake. Love's a game, wanna play?...

(Te vi allí, y pensé, 'Oh Dios mío, mira ese rostro'. Pareces ser mi próximo error. El amor es un juego, ¿quieres jugar?...)

Mis AirPods Max me evadían por completo de la realidad. Eran las siete y media de la mañana, y estaba metida en un videoclip de mi cantante favorita, Taylor Swift. Me apetecía ir andando al instituto, teniendo en cuenta que hoy daban las notas, era mejor que el camino se hiciera lo más largo posible. ¿Y si suspendía qué?... Había echado la matrícula en la universidad (bueno, lo había hecho Milo por mí, para variar...), de hecho, estarían a unas horas de actualizar el estado de las matrículas, si ahora resultaba que había suspendido... probablemente me quedaría sin novio y sin futuro.

Andaba por la calle completamente motivada, bailando al ritmo de la Diosa Taylor. Cantaba en alto, sin ninguna vergüenza. Me daba igual que los niños que pasaban por mi lado en la misma dirección que yo, se quedaran mirándome como si estuviera loca.

-- I can make the bad guys good for a weekend. So it's gonna be forever or it's gonna go down in flames.

(Puedo hacer buenos a los chicos malos por un fin de semana. Así que esto será para siempre o arderá en llamas).

Esa era mi parte favorita de toda la canción, así que la canté de la misma forma e intensidad que la propia Swift. Mi motivación hizo que casi le metiera el dedo índice en el ojo a un niño que pasaba por mi lado, mucho más pequeño que yo. Me disculpé, supongo que a gritos, debido al volumen de mis auriculares.

Milo odiaba que hiciera eso, bailar. Por eso lo daba todo cuando nadie me veía. O mejor dicho, cuando él no me veía. Me gustaba Taylor porque la veía valiente, fuerte, con mucho coraje. Exactamente todo lo que yo no era cuando estaba con él.

Mi novio, desde hace seis años, sí, seis, empezamos con tan solo doce. Era el chico perfecto, con decir que estaba enamorada de él desde el primer día que entramos al instituto... Siempre fue alto, con los ojos claros, y el pelo alborotado, no muy corto. En todos los momentos que podía lo observaba, me quedaba embobada mirándolo, hasta que un día me pasé todo un descanso mirándolo jugar al baloncesto. Sí, era muy bueno. Pero lo relevante fue el pelotazo que me llevé en la cara. Hizo que me cayera de culo, y el chico que jamás me había prestado atención vino a ayudarme, preocupado. Ahí supe que sería mi novio. Todavía recuerdo el día que me pidió ser su novia, en el recreo, con un anillo que había hecho con el papel del bocadillo. Os parecerá cutre, pero a mí me pareció lo más romántico del mundo.

Todo era maravilloso, hasta que al curso siguiente decidí meterme en el equipo de animadoras. Todo cambió, él cambió. El Milo que siempre había observado, y disfrutado durante todo ese curso, desapareció. Desde ese año cada vez discutíamos más, todo le molestaba, y siempre acabábamos igual, enfadados. Al final siempre acabo asumiendo yo la culpa de cualquier discusión, así evito que se alargue y volvamos a estar bien lo antes posible, aunque sea durante unas horas.

Milo vivía obsesionado con que me dejara el equipo, ¿pero sabéis cuando algo os hace tan tan feliz que consigue motivarte hasta en los peores momentos?, pues para mí eso significaba ser animadora. Era mi vida. Y no solo eso, era jodidamente buena. No lo decía yo. Empecé con trece, y al año siguiente era la capitana de un equipo en el que la mayoría me sacaban tres años. Yo no me veía tan buena, Milo tampoco, pero tanto mi entrenadora como mis compañeras siempre me lo decían.

Iba a echar mucho de menos ese equipo, no me creía que llegara a su fin, ¿qué iba a hacer yo ahora?... Entrenar me evadía cada vez que discutía con él, o cada vez que necesitaba tiempo para mí.

Susúrrame al oídoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora