21. Mi maravilloso plan, dirás.

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-- Ya estoy mejor mamá, solo fue una caída estúpida. Intentaré entrenar hoy, lo que pueda.

-- Ay hija, lleva cuidado por favor. Eres la única hija que tengo.

-- Soy tu favorita, lo sé. – bromeé.

-- ¡No digas eso!, tu hermano es un amor, aunque a veces sea muy pesado...

-- ¿A veces?... – reí. Y ella al final, también. – Te dejo mamá, que hoy solo tengo entrenamiento. Y ya llego tarde.

-- ¿No tienes clase hoy?.

-- No, era verdad eso que dicen de que en la universidad se apoya el deporte. Los profesores son súper comprensivos con los entrenamientos, y si es necesario entrenar todo el día, no ponen ningún problema.

-- Bueno, espero que no afecte a tus calificaciones, Juli.

-- Por supuesto que no. No te preocupes por eso, mamá.

-- Cuídate esa mano y escríbeme esta noche cariño.

-- Te quiero mamá.

Colgué el teléfono, a la vez que cerraba mi bolsa de entrenamiento. Me la puse en el hombro contrario a mi mano vendada y salí de la habitación.

-- Juli, ¿cómo estás?.

-- Hola Milo. Bien. Tengo prisa. Llego tarde. – intenté escabullirme de él, yendo rápidamente al ascensor. Toqué el botón tres veces.

-- ¿Seguro que estás bien?.

-- Sí, claro. Aunque no me veo con ganas de ir a la fiesta de Halloween, ¿sabes?... Será mejor que me quede descansando.

-- Sí, es lo mejor. – dijo, e intenté disimular mi cara de querer mandarlo a la mierda.

-- ¿Tú vas?.

-- Sí, voy con los chicos del equipo.

-- Claro... -- y con la tía esa, imbécil. -- ¿Ya tienes disfraz?.

-- Por supuesto. De carnicero sangriento.

-- Wow, muy chulo. – intenté sonar convincente, a la vez que volvía a darle al maldito ascensor. Ya tenia la información que necesitaba, ya podía aparecer. Gracias.

-- ¿Vas a entrenar?. – señaló mi bolsa, indignado.

-- Sí.

-- ¿En serio tía?, tienes la mano rota.

-- ¡No está rota!. – le respondí un poco más alto de lo normal. Y dando gracias que solo hice eso, porque lo que quería hacer realmente era decirle lo cabrón que era. Decirle que lo sabía todo.

-- Pues casi. ¿Cuándo vas a dejar de cometer estupideces?.

Me giré hacia él, y estuve a dos segundos de gritarle que el único que cometía estupideces era él, que se había enrollado con otra. Que me había puesto los cuernos. Pero gracias a Dios, al universo, o a quien quiera, que el ascensor apareció y se abrió en el momento justo.

-- Adiós Milo.

Salí de la residencia de muy mala hostia. No sabía cuánto tiempo más iba a aguantar con este peso encima. Si el plan de Kai no salía bien, se lo diría, explotaría contra él. Necesitaba que supiera de una vez que lo sabía todo.

Anduve hacia la universidad tranquilamente, pero feliz. Realmente lo estaba. A pesar de enterarme de que mi novio me estaba poniendo los cuernos, me sentía aliviada. Había abierto los ojos, yo misma me había dado cuenta de lo idiota que era. Colin siempre tuvo razón, y nunca le quise hacer caso.

Entraba a la universidad, cruzando el parking.

-- Buenos días Baker. – la voz de Kai hizo que me girara. Venía por detrás, cerrando su coche desde la distancia.

-- Que sepas que ya tengo el dato que necesitamos. – dije, orgullosa, sin dejar de andar. Él aceleró el paso, consiguiendo ponerse a mi lado.

-- Sorpréndeme.

-- Milo se va a disfrazar de carnicero sangriento.

-- No me jodas. ¿No había disfraz más hortera?. – puso cara de horror. Me reí.

-- Es lo que hay. ¿Era tu plan, no?.

-- Mi maravilloso plan, dirás. – me guiñó el ojo. – Hablamos Baker. – llegamos a la parte del campus donde nuestros caminos debían separarse. Y lo volvió a hacer. Con las manos metidas en sus bolsillos, se acercó a mi, rápido, y me dio un beso en la mejilla, corto, pero que me cortó la respiración por completo. Ni siquiera pude responder, porque se fue. Tampoco hubiera podido. Vi que se iba sonriendo, con una sonrisa de oreja a oreja.

-- ¿Peeerdón?, ¿mi hermano sonriendo a las ocho de la mañana?. – Bella apareció por mi lado, y tuve que volver a la realidad.

-- Está feliz, va a entregar su primer trabajo a tiempo. – bromeé.

-- Es verdad, que eres su 'profesora'. – dijo ésta última palabra con retintín. Pero no dije nada, solo la miré arrugando mis cejas.

-- Sí... -- no iba a ser yo quien desmintiera aquello. – Ayer lo terminamos, entre sushi y sushi.

-- Espera, espera. ¿Kai comiendo sushi?, eso sí que no me lo creo.

-- Sí, lo compró él. Bueno, le dije yo de pedirlo, pero no puso ningún problema.

-- Mi hermano no quiere comer sushi desde que mi madre se fue. En mi casa está prohibido proponer eso para cenar si está él. – puso los ojos en blanco. No lo entendía, no me cuadraba lo que Bella decía con la reacción de él al proponerle cenar eso.

-- Bueno, ¿qué haces aquí tan temprano?.

-- A Ava se le ha olvidado la comida. – me enseñó la bolsa que sujetaba en su mano derecha.

-- Voy para allá, se la puedo dar.

-- ¿Sí?, por favor. Llego tarde al instituto.

-- Claro.

Nos dimos un pequeño abrazo para despedirnos, y fui hacia el gimnasio.


-- Ava, creo que esto es tuyo. -- fui directa hacia ella, que agarraba unas cuantas colchonetas.

-- ¡Mi comida!. – se puso muy feliz cuando vio la bolsa. -- ¿Cómo es que tienes tu...?.

-- Ah no, Isabella. La he visto fuera, pero tenía bastante prisa.

-- Esa niña, siempre llegando tarde. – sonrió. -- ¿Estás mejor?, espero que descansaras.

-- Sí, bastante mejor. No me duele nada ya. – no le iba a contar mi día de reposo. Con su hijastro. Mejor no.

-- Me alegro. Hoy haz lo que puedas, no te fuerces, ¿vale?. – comenzó a alejarse, arrastrando tres colchonetas, que pesaban bastante. – Me alegro de que estés de vuelta Juliet. – me sonrió.

-- Y yo de volver a estar aquí.

Salimos a entrenar al campo. Ava dijo que quería entrenar las entradas y las salidas, así que tendríamos que compartir espacio con el equipo, e intentar interferirnos lo menos posible.

El equipo corría de un lado para otro, haciéndose unos placajes que me dolían con solo mirarlos. Supe dónde estaba Parks desde que puse un pie en el césped. Pero él no me vio a mí.

No hice todo el entrenamiento completo, de hecho, tan solo hacia los ejercicios que no afectaran a mi mano. Como saltar por los aires, o hacer volteretas sin manos. El resto, me quedaba esperando a que cambiáramos de ejercicio. Y en una de esas pausas, Kai me vio. A lo lejos, con sus manos apoyadas en la cadera, se quedó fijamente mirándome. Por poco, porque un compañero suyo llegó por su izquierda, y en milésimas de segundo, estaba en el suelo del placaje que le acababa de hacer. Me tapé la boca, arrepentida de haberle distraído, pero se levantó como si nada. Y siguió entrenando.

Durante las dos horas que duró mi entrenamiento, el cruce de miradas no paró, al revés. No podíamos dejar de hacerlo. Y tampoco quería.

Susúrrame al oídoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora