20 - Antigua Valyria.

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Harwin no sabía qué hacer con el príncipe ahora desmayado en sus brazos; solo sabía que su príncipe estaba sufriendo y que tenía que ayudarlo

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Harwin no sabía qué hacer con el príncipe ahora desmayado en sus brazos; solo sabía que su príncipe estaba sufriendo y que tenía que ayudarlo. La sensación de impotencia lo inundaba, pero el instinto de protección era más fuerte.

Lo cargó en sus brazos al estilo princesa, sintiendo la ligereza del niño, y corrió por los pasillos, gritando desesperadamente por un maestre. Sus pasos resonaban con fuerza, y cada grito suyo rebotaba en las paredes de piedra, creando un eco que amplificaba su angustia. Agradecía enormemente su fuerza en ese momento, sabiendo que podía sostener al niño sin dificultad, aunque ciertamente el pequeño príncipe no pesaba demasiado. Cada músculo de su cuerpo estaba tenso, impulsado por la urgencia de la situación.

Los guardias, sorprendidos por los gritos que rompían la habitual tranquilidad del castillo, se apresuraron al pasillo por donde el comandante de las capas doradas venía. Se sorprendieron aún más al ver al príncipe más joven en los brazos del comandante. El desconcierto en sus rostros era evidente, pero rápidamente comprendieron la gravedad del momento y se movilizaron para ofrecer ayuda.

Harwin, con el príncipe en brazos, continuó su carrera frenética hacia la habitación del niño. El sonido de sus botas golpeando el suelo marcaba un ritmo constante y apresurado. Detrás de él, al menos diez guardias lo seguían, formando una barrera de protección y asegurándose de que nada interrumpiera su camino. Mientras tanto, otros guardias habían ido en busca del maestre, sabiendo que cada segundo contaba, y del padre del chico, quien seguramente estaría devastado al saber lo ocurrido.

Al llegar a la habitación, Harwin depositó con cuidado al príncipe sobre la cama, su respiración agitada por la carrera. Miró alrededor, asegurándose de que los guardias mantuvieran la puerta y el perímetro seguros. Sentía el peso de la responsabilidad sobre sus hombros, y aunque estaba agotado, no podía permitirse un momento de descanso. La prioridad era la salud del príncipe, y sabía que el maestre llegaría en cualquier momento.

El tiempo parecía detenerse mientras esperaban. Cada guardia en la habitación compartía la tensión palpable, y Harwin no podía apartar los ojos del pequeño príncipe, esperando ver algún signo de recuperación. En su mente, una sola pregunta resonaba: ¿qué había causado que el príncipe se desmayara de esa manera? Pero por ahora, lo único que importaba era que el maestre llegara lo antes posible para brindar la ayuda necesaria.

Finalmente, se escucharon pasos apresurados acercándose. El maestre entró en la habitación con su equipo de emergencia, seguido de cerca por el padre del príncipe, cuyo rostro reflejaba una mezcla de miedo y desesperación. Harwin dio un paso atrás, permitiendo que el maestre se acercara al niño, pero permaneció cerca, listo para ayudar en lo que fuera necesario. La espera aún no había terminado, pero al menos ahora había esperanza de que el pequeño príncipe recibiera el cuidado que tanto necesitaba.

 La espera aún no había terminado, pero al menos ahora había esperanza de que el pequeño príncipe recibiera el cuidado que tanto necesitaba

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