I : Una oferta difícil de rechazar

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Era una de esas noches interminables en el hotel de cinco estrellas, esas que se estiran como un largo suspiro en la vastedad del tiempo. Atrás en la recepción, el silencio era mi único compañero, interrumpido ocasionalmente por el eco de pasos distantes y el zumbido monótono de las luces del vestíbulo. Mis ojos recorrían las páginas de un libro, pero las palabras se mezclaban con los zumbidos de mi propia fatiga y las preocupaciones que colgaban sobre mí como pesadas cortinas. Mis deudas, mi solitaria rutina, y la monotonía de mi trabajo nocturno parecían conspirar para sumergirme en una mar de melancolía.

Justo cuando el peso del silencio comenzaba a ser demasiado palpable, un hombre entró en el hotel. Su presencia cortó la monotonía de la noche como un cuchillo afilado rasgando un lienzo de calma. Se detuvo en la penumbra, permitiendo que solo las luces tenues del vestíbulo esculpieran su figura en las sombras.

—Buenas noches, señor. ¿Ya se ha registrado en el hotel? —pregunté, intentando esconder el peso de mi cansancio bajo el timbre de mi voz.

El hombre bajó la capucha, revelando un rostro sereno, marcado por rasgos decididos y ojos que parecían esconder múltiples historias. Vestía un traje negro, pulcro y elegante, como si la noche fuera un evento al que debía asistir con la más alta dignidad.

—Me presento, me llamo Steve —dijo con una voz que resonaba con un timbre bajo, casi melódico—. Y tú, ¿cómo te llamas?

—Soy George, encantado —respondí, mi interés despertado no solo por su apariencia, sino por la aura de misterio que lo rodeaba.

Steve esbozó una media sonrisa, calculadora y cautelosa.

—George, como recepcionista de turno nocturno, debes ser alguien de confianza. ¿Podrías ayudarme con algo esta noche?

—Por supuesto, señor, ¿en qué puedo asistirle?

Steve avanzó, reduciendo la distancia entre nosotros con pasos mesurados, y su presencia era tanto magnética como un poco intimidante. Se detuvo justo al otro lado del mostrador, apoyando una mano casualmente sobre la superficie pulida.

—Dime, George, ¿estás al tanto de la crisis del insomnio que asola a quienes trabajan de noche? —preguntó, elevando ligeramente una ceja, su voz rebosante de un tono semi-serio que me desconcertó por un momento.

Asentí, algo desconcertado, esperando que solicitara algún remedio nocturno o quizás una recomendación para un buen médico. Al fin y al cabo, no era raro que los huéspedes buscaran consejos para mejorar su sueño.

—Bueno, Steve, en verdad es un problema común entre nosotros, los trabajadores nocturnos. El cuerpo humano no está realmente diseñado para invertir sus horarios de esta manera. —Empecé a divagar sobre los ciclos circadianos y cómo la luz artificial podía alterarlos, citando algunos artículos que había leído durante mis largas noches en vela.

Steve escuchaba, un brillo divertido comenzando a formarse en sus ojos mientras yo continuaba explicando las virtudes del té de manzanilla y las técnicas de meditación. Por un momento, creí verle suprimir una sonrisa.

—Es fascinante todo lo que sabes sobre el sueño, George. Pero, ¿sabes? A veces pienso que casi sería mejor solucionar ese tipo de problemas con algo un poco menos... científico.

Intrigado, incliné mi cabeza, animándolo a continuar.

—Como una buena copa, por ejemplo. —Dijo finalmente con una sonrisa cómplice, su voz bajando a un tono confidencial.

Me reí, la tensión inicial disipándose un poco. —Eso suena a una solución mucho más agradable que contar ovejas o tragar pastillas.

—Exactamente, George. A veces, todo lo que necesitas para una buena noche de sueño es relajarte de la manera correcta. ¿No estás de acuerdo? —Steve se apoyó un poco más sobre el mostrador, acercándose a mí de una manera amistosa y abierta.

Mi vida como una mascotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora