II : Un fin de semana en las rocosas

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El tiempo se deslizaba entre mis dedos como granos de arena mientras esperaba el día de mi partida hacia el rancho del excéntrico filántropo. Aquella mañana de viernes, antes que el sol asomara, me encontré subiendo a un avión con destino a Denver, con el corazón palpitante y la mente inundada de preguntas sin respuesta.

Aterricé en el aeropuerto bajo un cielo que prometía tormenta, una metáfora perfecta para el tumulto en mi pecho. Steve estaba allí, como prometido, su figura destacándose con una alegría inconfundible que se reflejaba en su amplia sonrisa al verme.

—Hola, George, no tenía tanta ganas de ver a alguien como te tenía a ti —sus palabras brotaban con un calor sincero—. ¿Te fue bien el viaje?

Le devolví la sonrisa, extendiendo mi mano en un gesto de cortesía que rápidamente se transformó en un abrazo espontáneo y reconfortante.

—Hola, Steve. ¿Puedo tutearte? —inquirí, casi como un reflejo de la familiaridad que él emanaba.

—Por supuesto, lo que te parezca mejor. Yo no soy de los que son tan formales —respondió con una risa ligera que despejó cualquier formalidad residual.

Nos dirigimos hacia su vehículo, un Range Rover que parecía más una promesa de aventura que un simple medio de transporte. Cargué mi única maleta y no pude evitar expresar mi admiración: —Menudo cochazo.

—Bueno, es un coche caro... Pero no tenía nada mejor que hacer con mi dinero, así que en vez de ahorrarlo se me ocurrió más útil gastar el dinero para cosas que a las demás personas podría hacer felices. Una de ellas es poder invitar a mis amigos a mi rancho.

Durante el trayecto, que duró una hora hasta el rancho, hablamos de muchas cosas: política, arte, deporte... Con eso y lo que hablamos por el móvil los días anteriores, incluso le había contado bastante de mis problemas personales. Aunque extrañamente él apenas hablaba de su vida...

Steve parecía estar bastante interesado en lo que yo decía, sin embargo, tenía problemas en hablar de su vida. Parecía estar bastante tranquilo mientras hablábamos de temas que no eran de su propia vida. Al menos se veía que era alguien muy amable que estaba dispuesto a escuchar para intentar entender la situación que estaba pasando. Por otra parte, parecía bastante simpático que supiera escuchar y entender a la gente.

Finalmente, nos acercamos al rancho. Steve se detuvo frente a un portón de un rancho de lujo. El rancho se parecía más a una mansión ya que estaba completamente rodeado de verde. Steve presionó un botón que estaba al lado del portón, y una vez el portón se abrió, me dijo:

—Este está mi rancho. ¿Qué tal te pinta la vista?

—Joder... es incluso más grande de lo que pensaba —exclamé, impresionado.

Steve sonrió de una manera bastante amable y respondió:

—Sí, es bastante impresionante la verdad. Lo que no te he dicho es que el rancho lo construí a mi estilo personal, no es una mansión del siglo pasado, más bien es un diseño muy actual.

—Mola —respondí, sintiendo cómo la expectativa crecía dentro de mí.

Steve se rió con un poco más de confianza que antes.

—Sí, mola, y además de estar muy bien construido, el rancho tiene la mejor vista de todo el valle. No creas que cuando me voy de semana a mi rancho estoy completamente desconectado del mundo, tengo un cable que me permite estar conectado en todo momento a mi trabajo.

Steve me invitó a seguirle, y juntos cruzamos el umbral de su impresionante rancho. El interior reflejaba una fusión perfecta de modernidad y clasicismo, con decoraciones que respiraban un lujo sobrio pero impactante. La vista desde los grandes ventanales era simplemente impresionante.

Mi vida como una mascotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora