VII: Un Nuevo Amanecer en Cuatro Patas

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Desperté en mi jaula después de un sueño reparador y profundo que duró unas ocho horas completas. Aunque físicamente estaba encerrada, mentalmente me sentía más libre que en mucho tiempo. Al otro lado, Steve había pasado una noche tranquila también.

Poco después de las 9:00 de la mañana, me despertó con su voz animada, -Despiértate, perrita,- mientras esperaba mi respuesta. Aun medio dormida y confundida por la realidad de mi situación, abrí los ojos y bostecé ampliamente.

Steve parecía divertirse con mi despertar rápido, aunque tuve un pequeño accidente: al estirarme golpeé mi cabeza contra el techo de la jaula y caí al suelo. Steve, entre risas, preguntó si estaba bien. Avergonzada por mi torpeza, solo pude responder con una risa nerviosa y un intento de broma sobre mis hábitos matutinos.

-Está bien, puedes estirarte, pero ahora es hora de desayunar,- dijo Steve mientras abría la jaula. Salí a cuatro patas, y él enganchó la correa a mi collar, guiándome hacia la cocina.

Una vez allí, Steve se sentó y, con una sonrisa, anunció: -Tienes dos opciones para desayunar. Mi leche o un plato normal, ¿Qué prefieres, perrita?- Mis mejillas se calentaron con la insinuación, y tras un breve momento de duda, murmuré, -la primera...-, pensando en una interpretación más íntima de su oferta.

Steve regresó con un bol de leche, colocándolo en el suelo. Comprendí mi error cuando vi el bol y no pude evitar sonrojarme aún más por la confusión. Steve se rió de mi malentendido. -Parece que me he explicado mal, a la siguiente vez lo haré más claro para que no haya tanta confusión con mis palabras.-

Con la cara ardiente, sumergí la cabeza en el bol y comencé a beber con la lengua, tratando de ocultar mi vergüenza mientras luchaba con la situación humillante. Steve observaba, entretenido y claramente de buen humor.

Después de que bebí el bol de leche con una velocidad que reflejaba mi sed matutina, Steve observaba divertido, una sonrisa bailando en sus labios ante mi torpeza y urgencia evidente. Mientras rebañaba el plato, intentando no dejar ni una gota, su risa llenaba la cocina, ampliando aún más mi vergüenza.

Cuando finalmente levanté la cara del plato, me encontré de rodillas, mirándolo directamente. Steve continuó riéndose de mi estado, claramente entretenido por la situación. -Bueno, ahora que has terminado de tomar tu leche, ya hemos terminado de desayunar. Ahora solo podemos pasarlo bien el resto del día.-

Sonreí, aún con las mejillas ardientes, y asentí. -¿Ya has desayunado?- pregunté, consciente de su cuidado constante hacia mí, pero curiosa sobre sus propias necesidades.

-Oh, es verdad, lo había olvidado. Pues no, no he desayunado aún. Dame un segundo que me vaya a hacer algo de desayuno y luego podemos pasar tiempo juntos.- Steve se levantó de su silla y se dirigió hacia la cocina.

Regresó poco después con un plato de huevos fritos y carne, sentándose con placer visible. El aroma de la comida se esparció por el aire, y aunque no podía verla, el olor era suficiente para hacerme agua la boca. Gateé hasta quedar cerca de la mesa, observando cómo disfrutaba de cada bocado.

Mi estómago gruñó audiblemente, la leche claramente insuficiente para llenar el vacío. -Steve...- dije, intentando captar su atención entre mordiscos.

-Hmm? ¿Qué pasa, perrita?- Respondió sin dejar de comer.

-Tiene muy buena pinta... ¿Podría probar un poco?- La comida se veía deliciosa, y la necesidad de algo sólido era abrumadora.

-Vale, pero vas a tener que pedírmelo de una forma especial,- dijo Steve, sin dejar de saborear otra loncha de carne.

Tragué saliva, mi estómago rugiendo de nuevo. -¿Cómo exactamente?-

Mi vida como una mascotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora