XVI : Perra estúpida

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El vuelo había durado varias horas, y aunque al principio me sentía intranquila por la conversación que había tenido con Tiffany, con el tiempo logré concentrarme en el pequeño juguete de plástico que me habían dejado en la jaula. Sabía que a los animales solían dejarlos en la bodega, pero a mí me permitieron estar junto a los pasajeros. Allí, entre mordiscos al juguete, podía escuchar a Steve, su hermano Theo, y Tiffany conversar en los asientos.

—Así que, básicamente, desde que os fuisteis, además de la privación sensorial, le he quitado la comida humana de su dieta —dijo Steve con su tono habitual, tranquilo y controlado.

—Creo que nunca habíamos criado a una perra que llegase a la fase final tan rápido —replicó Theo, su voz cargada de un interés profesional, como si estuviera evaluando el rendimiento de un experimento.

—Lo sé —afirmó Steve—. Aunque, si soy sincero, me sorprende más la rapidez con la que ha aprendido a comunicarse de nuevo sin poder hablar. De verdad parece como si por momento se olvidara de hablar en lenguaje  humano. Pero si, en lugar de hablar, ahora solo se comunica con ladridos, bueno, eso es lo que se le debe pedir a una perra, ¿verdad?

Theo asintió levemente con la cabeza y añadió:

—Puede que sea muy inteligente para ser una perra, pero eso no va a hacer que reciba ningún trato especial como mascota.

Steve soltó una pequeña risita ante las palabras de su hermano.

—Claro que no, Theo. Ella sabe que es una perra, una perra estupidita pero leal, y las perras no comen otra cosa que no sean croquetitas. Además, si la acostumbro bien a comer lo que le doy, no debería morder la mano que la alimenta.

Theo suspiró y asintió de nuevo.

—Lo sé, lo sé. Pero las perras malcriadas son un dolor en el culo. He de admitir que esta es la mejor hasta la fecha.

Steve sonrió, satisfecho con el comentario de su hermano.

—Se comporta, siempre hace lo que le digo. Solo hay que mantener un cierto nivel de disciplina y no tener miedo de ejercer algo de control si se pone testaruda. Es solo una perra, es incapaz de mantener una discusión si la convences lo suficiente.

Mientras hablaban de mí, Steve lanzó una mirada rápida hacia la jaula, comprobando que no estuviera metiéndome en alguna travesura.

—Mmm, parece dócil ahora, pero no lo olvides, esa perra tiene instintos en algún lado. Si se siente atrapada, se puede poner violenta —advirtió Theo, mirándome atentamente a través de la puerta de la jaula con su habitual semblante serio.

—Tranquilo, hermano. Sé muy bien cómo tratar a las perras. Si ella lo merece, incluso le dejaré dormir conmigo. Esta noche lo decidiré —respondió Steve con calma, pero con una autoridad indiscutible.

Al escuchar esas palabras, levanté un poco la cabeza, emocionada ante la posibilidad. "¿Dormir con el amo?" pensé para mis adentros. Quizá esa era la recompensa de la que hablaban antes. Por primera vez en mucho tiempo, sentí una ligera presión en mi dispositivo de castidad, pero lo disimulé y seguí jugando con el juguete, fingiendo que no entendía la conversación que estaban teniendo sobre mí.

—Jeje, si me la has educado bien —dijo Theo con un leve tono de burla—, pero las perras educadas deben ser recompensadas de vez en cuando, ¿no? —añadió, esbozando una leve sonrisa satisfactoria.

Steve rió suavemente ante las palabras de su hermano.

—Eso es verdad. Las perras buenas merecen recompensas como cualquier animal. Solo hay que saber cómo recompensarla adecuadamente. Las perras son muy simples; cualquier gesto de afecto ya las deja contentas.

Mi vida como una mascotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora