XIII : Disciplina para una chica mala

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El sol apenas comenzaba a levantarse cuando Steve salió al jardín. Aunque estaba exhausto del viaje, tenía algunas cosas que hacer esa mañana temprano, así que se preparó un café y salió afuera. Después de disfrutar de las vistas unos minutos, abrió la puerta de la habitación donde dormía su sobrina. Al contemplar a la niña que había querido más que cualquier otro miembro de su familia, se sobresaltó al no ver a Canela durmiendo a sus pies ni en ningún lugar de la habitación. Rápidamente se dio cuenta de que no estaba en su cama y no respondió a su llamada. Steve salió a buscarla, encontrando las puertas del jardín abiertas. Se alarmó y salió apresuradamente, encontrándome afuera entre la oscuridad, tirada en la tierra. Caminó rápidamente hasta donde estaba, arrodillándose frente a mí.

—Mierda, pequeña, ¿qué estás haciendo aquí afuera? ¿Estás bien?

Me sobresalté al oír la voz de Steve y me levanté casi de un brinco. Si hubiera estado en la jaula, me habría golpeado al intentar levantarme como de costumbre. Me di cuenta rápidamente y me puse a cuatro patas. Noté algo irritado y pegajoso en mi trasero; tenía mis heces de la noche anterior pegadas como una pasta. Mi cuerpo temblaba por pasar esas horas al raso y mi cara estaba pegajosa por las lágrimas de la noche.

Steve observó cómo me quedé en shock al escucharlo y cómo me levanté de un salto, aunque rápidamente me coloqué en cuatro patas, siguiendo los reflejos automáticos que había desarrollado. Se percató de los restos secos de excrementos en mi trasero y de mi temblor.

—Mierda, Canela... ¿has estado toda la noche afuera?

Moví tímidamente la cabeza en tono afirmativo. —Yo sé que se supone que no puedo... lo siento.

Steve me observó con seriedad, sus ojos pasando por todos los detalles de mi lamentable estado, incluyendo los restos de excrementos secos en mi trasero. Después de un momento de silencio, lanzó un suspiro prolongado.

—¿Por qué has dormido afuera, Canela? Sabes que tienes que estar dentro, en tu caseta o cerca de mí. Eso está en nuestro contrato.

Tragué saliva, realmente me dolía el cuerpo después de estar horas allí afuera. —Lo siento, tenía que, ya sabes, hacer mis necesidades y por eso salí.

Steve me miró unos segundos más antes de apartar la vista hacia otro lado. Su expresión se suavizó un poco cuando vio lo agotada que estaba y escuchó lo avergonzada que sonaba.

—Teníamos un acuerdo... Podrías habérmelo dicho y te llevaría al patio para que hicieras tus necesidades, pero preferiste pasar la noche sola afuera...

Seguía con la mirada gacha. "Tenemos un acuerdo", decía él, como si eso significara algo, como si yo aún siguiera teniendo alguna clase de poder y nuestro acuerdo fuera de algún modo vinculante. Ahora no soy más que un animal. —Tiffany me sacó... eso es todo.

Steve se tensó al escuchar el nombre de su cuñada. Frunció el ceño y se inclinó más cerca de mí, su voz bajando a un tono más severo.

—¿Qué te dijo Tiffany?— preguntó, su mirada fija en la mía.

Desvié la vista, sintiendo la presión de su mirada. No quería contarle todo, no quería provocar más problemas. —Solo hablamos... nada importante.

—Canela— dijo Steve con un tono de advertencia—. Necesito que me digas la verdad. ¿Qué te dijo Tiffany?

Steve alza una ceja ante mi tono derrotado y resignado. Ve el brillo de la frustración y la desesperación en mis ojos y mi expresión abatida mientras miro hacia abajo.

—¿Tiffany te sacó? ¿Te sacó y te dejó afuera toda la noche?

Miro hacia abajo, aún pensando en tantas cosas. —Sí, pero no le eches la culpa, yo le pedí que me dejara aquí.

Mi vida como una mascotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora