V :Un premio para una chica buena

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El reencuentro con Steve se convirtió en un alivio inmediato, casi un bálsamo para las heridas emocionales infligidas por la asistenta. Mis patas, aún temblando por la reciente humillación, me llevaron directamente hacia él. Al verlo, no pude contener el impulso: me lancé hacia su pierna, abrazándola con un desespero conmovedor, mis lágrimas marcando el retorno al refugio que representaba su presencia.

A pesar de que Steve parecía portar una sombra de enfado en su rostro, al ver mi estado, su expresión se suavizó. Me acarició la cabeza con una palmada que, aunque breve, me reconfortó profundamente. Sentí, no como un humano, sino como un perro que vuelve a ver a su amo después de un largo tiempo, un sentimiento puro y visceral de pertenencia.

-Steve, qué bien que estés aquí-, susurré, mi voz quebrada por el alivio y la reciente angustia.

Steve, sin embargo, guardaba silencio, su mirada perdida en pensamientos que parecían turbarlo. Sentí una punzada de miedo, preguntándome si algo de mi conducta había provocado su preocupación.

-Steve, ella se portó muy mal conmigo...-, intenté explicar, esperando alguna forma de consuelo o quizás comprensión. Pero Steve se mantuvo en silencio, aumentando la tensión en el aire.

El silencio se prolongó, cargado de una expectativa ansiosa por mi parte. Finalmente, Steve habló, su voz revelaba una seriedad inusual. -Yo sé lo que pasa...-, comenzó, y algo en su tono me hizo tensar. Asentí, instándolo a continuar.

-No estoy enojado contigo, ni siquiera triste por tu comportamiento. Estoy preocupado por lo que pudo haber pasado para que ella te tratara así-, confesó, y por un momento, el alivio me inundó. No era una reprimenda lo que seguía, sino una preocupación compartida.

Abrazando su pierna más fuertemente, murmuré, -Estoy feliz de que ya estés aquí...-. Steve pareció reflexionar sobre mis palabras antes de responder. -Es bueno que ya esté aquí, pero lo que me preocupa no es tu comportamiento... es la mujer que te gritó. Es algo extraño, ¿no crees?

-Yo solo... me comporté como tú me dijiste... no sé por qué reaccionó así-, respondí, confundida y aún tratando de procesar los eventos recientes.

Steve finalmente se relajó un poco, su postura perdiendo algo de la rigidez anterior. -No te preocupes, estoy seguro de que no hiciste nada mal. El problema fue ella, no tú.

El resto de la tarde transcurrió en una calma tensa, rota solo por el sonido de nuestras voces y el ocasional crepitar de la chimenea. Steve finalmente se levantó, indicándome que lo siguiera a la cocina, donde una sorpresa gastronómica me esperaba. A pesar de mi hambre, el acto de comer en el suelo, directamente del plato, fue un recordatorio de mi papel en este juego extraño y oscuro en el que nos habíamos embarcado.

Entiendo tus indicaciones. Vamos a continuar con la adaptación al estilo de Jennifer Woolf, manteniendo la esencia pero elevando el texto a un tono más novelesco:

Steve se levanta de su asiento con una elegancia distraída, y con un gesto sutil, me invita a seguirle. Mis patas palpan el suelo con cuidado, mientras sigo su figura imponente. Nos dirigimos hacia la cocina, y al entrar, veo a Steve colocarse frente a un plato descomunal que alberga un filete de carne jugoso. Me acomodo a sus pies, cada sentido alerta ante el aroma que inunda el espacio.

Steve indica con un gesto firme que permanezca en mi lugar y luego se aleja. La espera se torna una tortura lenta; el filete, un objeto de deseo inalcanzable. Escucho el eco de sus pasos regresando y un suspiro de alivio escapa de mis labios antes de que pueda contenerlo.

Él regresa con un plato de agua para mascotas y lo coloca cuidadosamente junto al filete. -Puedes comenzar a comer,- me dice, su voz bañada en una gentileza inesperada.

Mi vida como una mascotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora