Capítulo 5: Salvada.

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Me acerqué a ellos para asegurarme de que era César. Sí, claro que era él, pero no entendía por qué estaba allí si yo no le había dicho nada del partido. Tampoco entendía qué hacía hablando con Itsaso, aunque eso no era cosa mía.

—¡Hola! —les dije animadamente, aunque en el fondo estaba molesta porque mi hermano no me había dicho que vendría. Aunque todavía quedaba la posibilidad de que hubiese venido una vez terminado el partido. No entendería por qué yo no quería que me viese jugar ese partido, él era tan él y yo tan yo en estas cosas...

—Anda, Laia —me dijo César sorprendido—, qué raro, tú en el polideportivo... —bromeó— ¿Has visto el partido? Me estaba comentando Itsaso que han ganado pero que ha sido, en parte, gracias a una jugadora del junior femenino... —empezó a contar.

—Sí, claro, he venido a ver el partido —contesté enseguida—, estaba sentada por aquella grada —dije rápidamente señalando la grada que tenía él a sus espaldas, y quité la mano antes de que se girase—. Ya decía yo... Había una jugadora que parecía más pequeña... La 7 creo, ¿no? —dije algo nerviosa, y recé para que Itsaso me estuviese entendiendo.

—Eh... Sí, sí, la que llevaba el dorsal 7, es junior de primer año, pero nos ha ayudado en este partido —dijo Itsaso algo desconcertada. Suspiré algo más aliviada.

—¿Y quién era? —preguntó mi hermano con curiosidad— Igual la conoces, Laia.

César miraba a Itsaso esperando una respuesta, y sin que él me viera le hice señas para que no le dijera la verdad.

—Esto... No recuerdo su nombre ahora, ya sabes, pero igual era una jugadora del junior B —mi hermano no preguntó más y yo pude respirar tranquila. Agradecí con la mirada a Itsaso que me hubiese salvado, pero ella me miró pidiéndome explicación.

—Bueno, Laia, yo tengo que irme a hacer unas cosas por aquí, nos veremos en casa —se despidió César y se fue.

Esta vez me había salvado; no quería que mi hermano se enterase que había jugado ese partido sin decirle nada, y menos después de lo que le había contado Itsaso. Nos quedamos las dos solas y rápidamente se lo expliqué, aunque poco tenía que decir puesto que en realidad no tenía razones de peso para no haberle dicho nada a mi hermano, simplemente no quería que me viese jugándolo. Ella tampoco terminaba de entenderme pero me dio igual. 

Cuando iba a irme ya del pabellón entraron Héctor y Alex hablando.

—Eh, Laia, enhorabuena por el partido —me dijo Héctor al verme—. Quería comunicarte que estás dentro del equipo, aunque supongo que en eso no tendrías ninguna duda... Pero bueno, tengo que pedirte la equipación de partidos, ¿qué número prefieres? —al decirme esto una sensación de extrema alegría invadió mi cuerpo, pero intenté no mostrarlo demasiado, quería mostrarme seria y dura.

—Ah, perfecto. Pues supongo que el 11, ¿o ya lo tiene alguna? —dije lo más serena que pude, aunque por dentro mi yo interior saltaba y gritaba eufórica.

—No, no hay problema, el 11 entonces. Nos vemos —se despidió.

—Hasta mañana —y me fui a casa.

Lavé la ropa sucia y guardé la equipación del sénior. Antes de irme a dormir envié un mensaje a Itsaso para ver cuándo le devolvía la equipación, pero me dijo que no, que me la quedase, que era un regalo por parte del equipo. Le insistí en que no hacía falta, pero al final tuve que acceder, nadie gana a Itsaso en cuanto a insistencia, debí haberlo pensado.

Me puse el pijama, me metí en la cama y en cuanto mi cabeza tocó la almohada quedé profundamente dormida.

Me sonó la alarma a las ocho y no tuve más remedio que levantarme. Hice todo lo que tenía que hacer esa mañana y a las tres y media me fui a entrenar. Como siempre, incluso en un nuevo equipo, llegué la primera, aunque no tardaron en llegar el resto.

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