Me desperté bastante más tarde de lo que quería, por lo que me volvió a caer otra pequeña bronca por parte de mis padres. Mientras yo desayunaba bajó mi hermano.
—Buenos días —dijo él mientras se revolvía el pelo y se desperezaba.
—¿Anoche estuviste merodeando por el jardín? —le pregunté directamente.
—No, claro que no —rió sarcástico—, ¿por qué lo dices? —puso una cara rara, pero sonaba sincero. Además, mi hermano no mentiría por una maceta. Yo negué con la cabeza y terminé de desayunar.
Cuando terminé salí al jardín, por el lado donde supuse que se había producido el ruido la noche anterior. Y ahí estaba la maceta rota, pero no había nada alrededor. Decidí hacer como si no lo hubiese visto y subí de nuevo a mi habitación.
Itsaso me llamó para asegurarse de que no había cambiado de opinión respecto al partido y para darme un par de indicaciones, y tras prometerle unas cien veces que no le fallaría y que estaría allí la primera, nos despedimos y colgamos.
Estaba ansiosa. A las cinco y algo fui a prepararme la bolsa, pero como me tenían que dejar la equipación allí, la llevaba medio vacía. "Mejor, menos peso en la mochila" pensé.
Bastante antes de las seis estaba que me subía por las paredes por los nervios, así que cogí la moto y me fui ya al pabellón. Como era pronto me entré al vestuario que Itsaso me había dicho y vi en uno de los bancos una equipación doblada y una tarjetita.
"Te agradecemos tantísimo el ayudarnos con este partido, Laia, no te imaginas cuánto. Muchísima suerte. Lo harás genial, estamos seguras de ello, confía en ti y en tus capacidades" ponía en la tarjeta firmada por todas las jugadoras. Fue un detalle muy bonito por su parte, y más teniendo en cuenta que no me conocían más que de vista, y ni eso.
Me puse la ropa, me hice el pelo y me puse las deportivas nuevas. De repente la puerta se abrió y entró un chico al que no conocía. Era un chaval rubito de mi edad, tal vez algo mayor, con una nevera portátil. Entró sin decir absolutamente nada.
—Oye —le dije esperando quién sabe qué—. Podrías llamar a la puerta, preguntar si puedes entrar, decir hola o algo, ¿no crees? —le dije enfadada por su pasividad. Él se limitó a mirarme con aire despectivo. Dejó la neverita en uno de los bancos y me miró de arriba abajo.
—¿Y tú eres la nueva? Vaya —fue lo único que dijo.
—¿Vaya? —bufé y le devolví la mirada despectiva. "¿Quién se cree este? Primero abre sin llamar a la puerta, entra sin decir ni hola ¿y ahora esto?" me dije cabreada.
—Sí, vaya —sonrió satisfecho y salió sin casi mirarme.
—¡Pues vale! ¡¡Y podrías cerrar la puerta al salir, chico!! —le grité desde dentro sin poder contenerme. Casi pude escuchar su sonrisa triunfadora por el pasillo de los vestuarios. La cosa no se quedaría ahí.
Miré dentro de la nevera y había varias botellas de agua, bebidas isotónicas y alguna que otra chocolatina. Cogí una chocolatina; si alguien preguntaba yo me haría la loca y diría que había sido él. Dejé la bolsa en el vestuario excepto el móvil y salí a pista, la cual se encontraba todavía vacía.
Abrí el reproductor de música del móvil y puse lo primero que vi, lo dejé en la mesa de anotadores y cogí un balón.
A las seis y poco fueron llegando más jugadoras. Todas me saludaron sonriendo, aunque no se pararon a presentarse. Tampoco podía esperar que me tratasen como una más del equipo.
Luego llegaron árbitros y anotadores, que al parecer salían todos de la cafetería; hablaban y reían animadamente. El resto del equipo fue llegando y a las seis y media estábamos todas ya en pista, justo cuando llegaron las del otro equipo.
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24 segundos.
Novela JuvenilLe había costado horrores conseguir amistades tanto dentro como fuera del instituto, formar parte de un gran equipo y un mejor club, ser excelente en los estudios y en lo deportivo, pero sin olvidarse de quién era y cuáles eran sus prioridades. Tení...