Capítulo 6: Septiembre

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Pasaron los días y llegó septiembre. El instituto empezó el primer miércoles. Aquí cambiaba todo: las vacaciones terminaban oficialmente, mi hermano se había ido ya a su piso, y ahora empezaban las clases en un nuevo instituto.

Yo estaba muy nerviosa, si bien no por el instituto en sí puesto que siempre había sido una buena estudiante, sino por el hecho de no conocer absolutamente a nadie. Me aterraba la idea de verme sola todos los días, de no hacer ningún amigo, de pasarme siete horas todos los días ahí encerrada. Que sí, el instituto era enorme y había mil cosas que hacer y cientos de lugares donde podría estar tranquila, claro, pero todas esas cosas se disfrutan más en compañía.

Me había estado informando, y más o menos, según varios planos, ya sabía la disposición de las aulas y demás. Era un instituto grande y nuevo, con todas las cosas que los institutos grandes y nuevos tienen. También me informé sobre actividades que se podían realizar allí, y alguna que otra me llamó la atención, aunque no estaba segura de si mi horario daría para tanto.

Tenía que estar allí a las ocho, por lo que a las siete y media salí. Por si acaso. Dejé la moto en el aparcamiento para alumnos y me quedé unos minutos allí, pensando en todo lo que tenía que hacer.

Faltaban más de veinte minutos y no había nadie allí, tampoco se veía gente por el jardín de la entrada. Al lado de la valla había otro aparcamiento. Era algo más pequeño y estaba cerrado, por lo que supuse que sería para profesores y personal del centro.

Mientras repasaba por cuarta vez qué hacer un coche entró. Me quedé observando con curiosidad; era un coche negro, grande y muy nuevo. Nunca tuve ni idea de coches, pero era bonito y parecía caro. De él bajó un hombre de unos 30 años, tal vez menos; de pelo castaño oscuro y algo revuelto, alto y fuerte, y muy atractivo. Llevaba una camiseta blanca y unos vaqueros. Entró en el instituto y yo volví a la realidad.

A menos cuarto me cansé de estar ahí así que entré yo también. Me acerqué a secretaría a preguntar. La secretaria buscó mi nombre en las listas y me indicó mi aula: segundo piso aula 4; me dio una carpeta llena de folios.

—Léelos cuando tengas un rato, y si necesitas cualquier cosa siempre hay alguien aquí —me dijo amablemente.

Subí por las escaleras a mi aula, me senté al lado de una ventana y abrí la carpeta. Más de lo mismo: las normas del centro, un plano, folletos de actividades extraescolares que más adelante miraría más detenidamente... Pero también estaba mi horario y la lista de profesores.

Unos minutos antes de las ocho fueron llegando los alumnos y la profesora de valenciano, Rebeca Pérez. Me cayó bien al instante. Tenía unos 30 años, con el pelo castaño más o menos largo y ondulado, ojos marrones y una sonrisa durante toda la hora. Dijo los nombres de todos, y yo me fui fijando en cada cara. No conocía a nadie. "En fin, poco a poco" me dije.

La siguiente clase que tenía era Educación Física, y obviamente, ese día me había puesto vaqueros. Mientras recogía mis cosas se me cayó la carpeta que me había dado la secretaria, y mientras recogía los papeles vi uno que antes se me había pasado por alto. Era una ficha con mis datos, mis asignaturas, mis notas y bajo el número de mi taquilla y dónde estaba situada. Estaba en un pasillo del segundo piso, no muy lejos de mi aula, cerca de una pequeña biblioteca y de unos baños.

Fui hasta allí, la abrí, cambié la clave siguiendo las indicaciones y guardé mis cosas. Bajé al gimnasio donde se estaban dirigiendo el resto de mi clase. El patio era grande, con varias pistas, y en el gimnasio había una pista multiusos. Una puerta llevaba al pasillo con los vestuarios, y al final de éste, otra puerta daba a la piscina. O eso aparecía en el mapa; no era momento de curiosear.

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