Pasaron un par de minutos en que ambos estuvimos callados.
—Y... ¿Vas a llevarme a casa? —le dije ya cansada.
—Sí, voy a llevarte a casa —me contestó y empezó a andar.
Llegamos a su moto, le indiqué dónde estaba mi casa, nos pusimos los cascos y nos fuimos de allí. Al cabo de unos minutos vi que no iba por donde debía.
—Cristian, mi casa no está por ahí —le dije, pero no me escuchaba.
Aceleró, y unos minutos más tarde paró.
—¡¿Qué hacemos en la playa?! —grité al ver dónde estábamos— ¡Llévame a casa! —le exigí.
—Luego te llevaré a casa, antes tienes que saber unas cuantas cosas —dijo sin alterarse.
—No me interesan tus cosas —le solté aún cabreada.
—Oh, sí, sí que te interesan. Déjame hablar —decidí escucharlo—. Pero aquí en mitad de la calle no —dijo encaminándose hacia la orilla, yo le seguí.
Nos sentamos cara al mar. Me tranquilicé al momento. Hacía buena noche; corría la brisa y las estrellas y la luna brillaban. El sonido de las olas me relajaba, y casi agradecí que me hubiese llevado hasta allí.
—Bien, te escucho —le dije ya calmada.
—Laia, no puedo darte detalles pero tienes que confiar en mí —me dijo—. Ten mucho cuidado el jueves —no me dio más información, pero estaba claramente preocupado. Preocupado por mí.
—Pero, ¿por qué? No pueden ser malos chicos —le dije confusa.
—No puedo explicarte el por qué, tú solo ten cuidado. Sobre todo con Izan.
—Me estás asustando, Cristian —confesé—. ¿Y si digo que no voy? —propuse, pero el negó.
—No, ahora no puedes hacer eso, solo lo empeorarías todo —dijo serio—. Vas a tener que ir, no tienes opción —algo en su tono de voz me decía que de verdad era algo importante, y me estaba empezando a asustar de verdad.
—No, ya no quiero ir —dije con los ojos húmedos. En mi vida no había lugar para problemas y líos gordos, y esto tenía pinta de serlo—. Por favor, Cristian... —rogué.
—Es tarde, Laia, no hay marcha atrás, tú misma lo has dicho.
—Sí, claro que lo he dicho, pero antes sí quería ir —exclamé. Las lágrimas empezaban a acumularse en mis ojos. No podía evitarlo.
—Laia, tranquila —me dijo con un tono de voz más suave mientras me cogía de los hombros—. El jueves yo también iré, y cuidaré de ti. No te pasará nada, te lo prometo —algunas lágrimas tontas cayeron por mis mejillas—. Laia, no... —dijo en un susurro mientras me secaba con sus manos las lágrimas.
Nos quedamos mirándonos a los ojos unos segundos. "¿Por qué a mí?" era lo único que se escuchaba en mi cabeza. Cerré los ojos y un momento más tarde nos estábamos besando.
De repente me olvidé de todo, una agradable sensación me recorrió todo el cuerpo y reconozco, me sentía en las nubes.
Cuando nos separamos ambos giramos la cara hacia el mar. Mis mejillas debían estar exageradamente rojas, pero él también parecía encontrarse incómodo en ese momento. Estuvimos en silencio un buen rato.
—Vamos, es tarde, te llevaré a casa —dijo poniéndose de pie y tendiéndome una mano para levantarme. Yo asentí, y estuvimos en silencio el resto del camino.
Al llegar a mi casa bajé de la moto y le miré preocupada.
—No pasará nada, Laia, te lo prometo. Pasaré toda la noche a tu lado y no me separaré más de lo necesario en ningún momento.
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24 segundos.
Teen FictionLe había costado horrores conseguir amistades tanto dentro como fuera del instituto, formar parte de un gran equipo y un mejor club, ser excelente en los estudios y en lo deportivo, pero sin olvidarse de quién era y cuáles eran sus prioridades. Tení...