Era Javier, aunque estaba irreconocible. Llevaba puesto bañador, solamente; el pelo todo revuelto y mojado, y las gotas de agua brillaban por todo su torso. Me quedé, espero, unos segundos contemplándolo. Sobre todo por lo alegre que se veía.
—Buenas —nos dijo a mí y a mi hermano con una sonrisa—. Tengo allí las llaves, venid —y nos llevó a la parte de la playa más desértica.
Había dos chicos y dos chicas en el agua, los amigos de Javier, supuse. Se detuvo en una toalla que había tendida en el suelo y de unos pantalones sacó las llaves de mi hermano.
—Gracias tío —le agradeció mi hermano, que miró al grupo de gente del agua y de nuevo a Javier—. Anda... Ahora entiendo a qué te referías anoche —fue lo único que dijo, pero ambos parecieron entenderse y rieron; mientras yo en medio, sin entender nada de nada.
Tras eso nos despedimos, Javier volvió al agua y nosotros a la moto. Llevé a César a su piso y luego yo volví a casa. Subí a mi habitación y retomé el libro por donde lo había dejado.
—Cariño —dijo mi madre llamando a la puerta de mi cuarto—, ¿podrías ayudarme con una cosilla? —me dijo, una vez dentro, con una sonrisita en la cara. Sabía perfectamente lo que quería pedirme, así que me adelanté, dejé el libro en mi cama y me levanté.
—Sí, mamá... ¿Qué es esta vez? —le dije mientras salíamos de mi habitación.
—Tu padre y yo nos vamos a una cena de nuestro antiguo grupo de amigos, y ya sabes, ¡quiero verme espectacular! —me dijo emocionada justo delante de su habitación.
—Me lo temía... —le dije poniendo los ojos en blanco; para estas cosas mi madre solía pedirme ayuda, o al menos mi visto bueno. Sé que lo hacía para estar un rato conmigo y, de paso, asegurarse de que se vería bien; porque vale que yo no tenía ni idea de moda, pero no tenía mal gusto tampoco, y era sincera a la hora de decir si algo me gustaba o no.
—Mira, he pensado en ponerme este vestido... —me mostró un vestido largo azul oscuro— Con estos zapatos —cogió unas sandalias plateadas con brillantes, sin mucho tacón porque, al igual que yo, mi madre era bastante alta, y añadirle altura a su metro ochenta a costa de su propia comodidad no era una idea que se le pasase con frecuencia por la cabeza.
Entró al baño y yo me senté en su cama a esperar, aunque tardó solo unos minutos. El vestido le sentaba de maravilla; su figura se veía bien definida, y la espalda abierta le daba un aire romántico y sensual.
—Ahora entiendo por qué últimamente estabas siguiendo la dieta más estrictamente de lo normal... —le dije un poco burlona; ambas sabíamos que siempre se saltaba la dieta, pero también que lo compensaba haciendo mucho ejercicio.
—Qué boba eres, Laia, ya serás mayor, ya... —me advirtió entre risas.
Al final decidió ponerse ese vestido, el pelo recogido en un moño sencillo, un colgante no demasiado llamativo a juego con unos pendientes iguales. Se puso un poco de rímel y se pintó los labios de un tono rosado, bastante sencilla.
—Estás espectacular, mamá —le dije cuando vi el resultado final, y era verdad.
Ella me lo agradeció y poco después papá y ella se fueron. Me hice palomitas, puse una película cualquiera, me puse cómoda en el sofá y empecé a ver la peli. A los pocos minutos sonó el timbre de casa. "Mamá no me habrá pedido nada para cenar, ¿no?" me dije un tanto confundida.
No me gustaba contestar al telefonillo, así que siempre salía al jardín a ver quién era; y así hice esa noche, aunque creo que hubiese sido mejor hacerme la dormida.
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24 segundos.
Teen FictionLe había costado horrores conseguir amistades tanto dentro como fuera del instituto, formar parte de un gran equipo y un mejor club, ser excelente en los estudios y en lo deportivo, pero sin olvidarse de quién era y cuáles eran sus prioridades. Tení...