Capítulo 1: Punto y aparte.

59 2 0
                                    

El verano terminaba y en un par de días estaría viviendo en otra ciudad, en un par de semanas empezaría el curso en un nuevo instituto, y también pronto tendría que buscar un nuevo equipo; por no hablar de que también tendría que hacer nuevas amistades y todas esas cosas que una no hace todos los días... Pero en ese momento no era importante, todo eso solo lo podría hacer a partir del domingo, y hasta entonces tenía otras cosas más importantes de las que ocuparme.

Por ejemplo, se suponía que ese lunes empezaría oficialmente la pretemporada. Todas llevaban esperando todo el verano para que llegara ese día, para empezar una temporada más todas juntas y repetir tantos buenos momentos. Lógicamente yo no quería que llegara; pasé todo el verano y parte del curso anterior con la esperanza de que al final mis padres me dijeran que era una broma, que no íbamos a irnos. Y ese viernes, dos días antes de irme, seguía manteniéndola. Por eso no había dicho nada a nadie.

Pero nadie merecía que me fuera sin decir nada, que llegara la hora del entreno del lunes y yo, que siempre era la primera en llegar, no estuviese; que me esperasen unos minutos pensando que me habría dormido o que me habría entretenido con cualquier tontería (como me solía pasar alguna que otra vez), pero que al no aparecer empezasen sin mí, esperando a que yo llegase corriendo y me pusiera a dar vueltas al campo para luego incorporarme al entreno; pero que éste terminara y yo sin aparecer, y así día tras día. No, no lo merecían, claro que no, ni tampoco las pocas amistades que llegué a hacer en el instituto lo merecían.

Decidí aprovechar la comida de equipo que teníamos el sábado, o el partido amistoso del primer equipo contra una universidad americana de después, como muy tarde, para dar la noticia. Ese sábado tenía muy buena pinta, o al menos la hubiese tenido si yo no me hubiese tenido que despedir, porque ese partido iba a ser espectáculo hecho baloncesto.

Esa tarde quedé con Carla y Belén, dos grandes amigas del colegio, y más tarde con Óscar, quien también había sido un muy gran amigo, para despedirme. Con ellas fue una despedida de película, con su llorera y sus miles de abrazos, tal vez un poco exagerada, pero siendo ellas como eran no podía esperar menos. Con él fue bastante más relajada, informal, tratando de no darle demasiada importancia, pero para qué mentir, también tuvo su momento sentimental.

Pasé la noche prácticamente en vela pensando en cómo decírselo al equipo. "Chicas, tengo algo que contaros: mañana me voy a vivir a otra ciudad.", o tal vez "Os comenté que me mudaba el domingo, ¿verdad?", no había manera. Al final me quedé dormida sin una idea clara.

Por la mañana me costó horrores abrir los ojos, no tanto por el hecho de haber dormido poco, sino porque abrirlos significaba tener que levantarme y asumir todo lo que tenía que hacer ese día.

Habíamos quedado a las 12 en el polideportivo y todavía no eran ni las diez por lo que no me di ninguna prisa en desayunar y ducharme. A las 11:40 salí de casa y pasé a por Marta con la moto. Llegamos un poco antes de la hora, pero como siempre, no había llegado nadie aún.

No tardaron mucho en llegar y poco después de la hora prevista (que ya estaba puesta a las 12:10) salimos.

Me pasé toda la comida pensando en cómo iba a decírselo a todos, hasta que en un silencio mientras elegían el postre lo dije. Al principio se mostraron incrédulos, con cara de no encontrarle la gracia a la broma, pero cuando vieron que lo decía en serio alguien me preguntó por qué no lo había dicho antes. Tenían los ojos algo llorosos, pero todos callaban esperando una respuesta. Yo solo me encogí de hombros si decir nada. Tras unos segundos de silencio en los que todos nos mirábamos a todos, llegaron los postres.

—Bueno, supongo que llorando no conseguiremos que te quedes, así que disfrutemos al máximo todo el tiempo del que nos queda, ¿no os parece? —como siempre, Marta sabía qué decir en cada momento. Todos asentimos y empezamos a comer, continuaron hablando de cosas sin demasiada importancia, y a eso de las cinco y media algunos nos fuimos hacia el pabellón ya, mientras que otras fueron antes a casa para luego, a las siete, ir al partido.

Yo tenía que ir al pabellón para ayudar a preparar algunas cosas, como siempre solía hacer. A Marta la llevé a casa.

—Marta, siento no habértelo dicho antes a ti y que te hayas enterado hoy, un día antes de que me vaya... —empecé a decir, recordando la cara que había puesto en la comida. La conocía a la perfección, sabía que le había dolido no enterarse antes.

—Laia, no necesito que me expliques el porqué, te conozco desde que éramos pequeñas y me puedo imaginar que hasta el día de hoy estabas esperando por si por una de aquellas la cosa cambiaba. Lo sé, Laia, y te entiendo perfectamente, no te preocupes —me dijo sonriendo, aunque tenía los ojos húmedos—. Venga, nos vemos luego. ¡Hoy toca partidazo del primer equipo! —se despidió, cambiando de tema.

Volví al pabellón y ayudé a colocar bien los banquillos, la mesa y sus sillas, la consola del marcador, el sistema de altavoces y todas esas cosas que siempre se utilizan con el primer equipo. Sobre las seis llegaron los jugadores, los árbitros y anotadores. Poco después fueron saliendo todos ya cambiados a calentar, la música ya puesta, y ya iban llegando los primeros aficionados.

Como se esperaba, el pabellón se llenó, y sin ninguna duda fue un partido dignísimo de recordar, todo puro espectáculo por parte de los americanos, aunque los nuestros no defraudaron y nos ofrecieron algunas jugadas de lo más impactantes. En cuanto al marcador ambos pusieron de su parte, haciendo de este uno de los finales más tensos con un reñido 101-99, donde a falta de 5 segundos se iba 98-99 a favor de los americanos, pero que supimos solventar con un triple en el último segundo.

Cuando sonó la bocina de final de partido todo el pabellón se levantó entre aplausos y gritos de júbilo. Una vez el todo empezó a vaciarse y los jugadores estaban ya en el vestuario Marta cogió un balón.

—¿Una última pachanga antes de que te vayas? —dijo con cara de buena niña.

—No será la última, te lo aseguro —le dije, dando comienzo al juego. ­

Uno de los conserjes del polideportivo vino a avisarnos de que ya se hacía tarde y tenía que cerrar el pabellón, pero hablamos con él y nos dejó estar un rato más. Después de tantas horas en el polideportivo una acaba conociéndose a todo el mundo y nunca es mal momento para pedir algún que otro favorcillo.

Cuando ya no hubo más remedio, y tras una más que emotiva despedida, nos fuimos a casa. Esa noche tampoco dormí bien, aunque ya no tenía remordimientos de conciencia, ya me sentía un poco más libre, sin un grandísimo peso encima. Mañana vendrían el resto, pero no era el momento adecuado para pensar en eso, debía dormir.

Mi madre me despertó bastante pronto para terminar de coger las cosas. Un rato antes de irnos Marta me llamó y me dijo que me pasara por su casa para devolverme unas cosas, así que cogí la moto y fui directa.

Al llegar me abrió la puerta su madre, me abrazó, me dijo que me echaría muchísimo de menos y me pidió que pasara, que Marta estaba en el salón. Su madre siempre me había caído tan bien.

En el salón no había nadie, pero la puerta que daba al jardín estaba abierta así que salí fuera. Me encontré a, literalmente, medio club allí. Estaban mi equipo, el cadete, y las del junior, ya que subía a reforzar el equipo. También estaban los entrenadores de los equipos. Pero lo que más me sorprendió fue ver que también estaban los chicos del junior y sénior masculino, incluso los del primer equipo.

Seguro que Marta tuvo mucho que ver en todo esto, aunque en el fondo sabía que si estaban allí en ese momento era porque nos habían acabado cogiendo cariño. Después de haber pasado tanto tiempo yendo a todos los partidos supongo que era inevitable... Por algo éramos las "joyas del club".

Me emocionó mucho ver que todos estaban allí para despedirse y dedicarme parte de su tiempo y unas palabras. César, mi hermano, también estaba, por lo que supuse que también tendría algo que ver con que estuvieran los chicos por allí.

Estuvimos cerca de una hora comentando cosas graciosas que habían pasado durante todo ese tiempo, lo típico en una despedida, y después César y yo volvimos a casa para ya irnos definitivamente. No podía haber tenido una despedida más perfecta, nunca habría imaginado, al menos no en ese momento, que alguien podría hacer este tipo de cosas por mí.

24 segundos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora