Siguió pasando lista y cuando llegó a mi nombre simplemente me saltó. Pensé que habría sido un error o algo, pero vi que terminaba de verlos todos y todavía no me había llamado. Levanté la mano, no sé ni cómo.
—Perdone, Javier, pero a mí no me ha llamado —dije con mi tono de voz más seguro cuando me dio permiso para hablar. Él casi pareció reír, aunque lo disimuló muy bien.
—No, Laia, tu trabajo ya lo he visto —me contestó con la misma estructura y el mismo tono con el que yo le había hablado. No entendía a qué se refería con que ya lo había visto y él pareció adivinar lo que estaba pensando, porque cogió una funda de plástico que enseguida reconocí.
—Oh —fue lo único que salió de mi boca. Tanta preocupación y tanta cosa que había tenido que hacer para que al final lo tuviese él.
En pocos pasos se colocó justo al lado de mi mesa y lo dejó con delicadeza. Después volvió a la suya y nadie dijo nada más. "Deberías tener cuidado" era lo único que había, escrito en un post-it, pegado a la primera hoja. Miré a Javier; estaba sentado leyendo unas hojas. "¿Lo habrá escrito él?" me pregunté a mi misma. Pero no parecía su letra, además, lo habría escrito en rojo en la misma hoja, no en un adhesivo.
No le di importancia y guardé mis cosas. El resto del día pasó sin nada importante, y por la tarde, como siempre, fui a entrenar.
Cada vez me gustaba más entrenar con el sénior, pero eso de que mi profesor de educación física y amigo de mi hermano fuese el entrenador no terminaba de convencerme; sobre todo si eso iba a provocar los celos de una compañera del junior, que en su día tuvo o quiso tener algo con él, jugadora con la que ya de por sí tenía cierta rivalidad por jugar en la misma posición. Aun así, me gustaba, y no iba a dejar de entrenar por tonterías así.
—¿Qué te pasó ayer, Laia? —me dijo Alex nada más aparecí por el pabellón.
—Hola, Alex, yo también me alegro de verte —le dije esquivando su pregunta, él puso los ojos en blanco.
—Venga, Laia, dejémonos de tonterías —se puso serio—. Cuéntame. ¿Ha pasado algo?
—No, claro que no ha pasado nada —le contesté; él me miró pidiéndome explicación—. Esa noche no dormí bien, y por la mañana me olvidé de desayunar —terminé por decirle.
—¿Cómo puedes olvidarte de desayunar? —dijo casi gritando. Estaba cabreado y no entendía por qué.
—Oye, oye, que no es para tanto —lo intenté calmar; no era buena idea que él me gritase—. Además, hacía calor y yo tengo la tensión algo baja —traté de excusarme.
—¡Pues con más motivo deberías vigilar de comer siempre! —gritó; yo le lancé una mirada de advertencia para que se calmase de una vez, y funcionó— Laia, ten en cuenta que tú haces mucho deporte, debes comer lo suficiente —esta ya era la gota que colmaba el vaso.
—Alex, no soy tonta, ya lo sé. Llevo toda mi vida haciendo deporte, y sé llevar una vida sana. Es más, quiero estudiar Medicina —le dije levantando el tono. Él se quedó callado.
—Lo siento, no debería haberme puesto así —se disculpó, y parecía avergonzado—. Es solo que me preocupo por ti, Laia —dijo pasándose las manos por el pelo desesperado.
—No pasa nada, yo tampoco debería haber reaccionado de esa manera. Dejémoslo —le dije al ver que algunas jugadoras iban llegando ya. Me cambié y empezó el entreno.
Al terminar fui directa al vestuario y me duché enseguida. Al salir me encontré a Alan. Pasé de largo.
—¡Laia! —gritó— ¡Para! —volvió a gritar.
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24 segundos.
Teen FictionLe había costado horrores conseguir amistades tanto dentro como fuera del instituto, formar parte de un gran equipo y un mejor club, ser excelente en los estudios y en lo deportivo, pero sin olvidarse de quién era y cuáles eran sus prioridades. Tení...