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"Sad emotions"

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"Sad emotions"













LA LUNA HABÍA SALIDO, bañando con su pálida luz el paisaje nocturno. La noche apenas comenzaba, envolviendo la preparatoria Auradon en un manto de silencio y misterio. Las linternas de Rouge y Carlos eran la única fuente de luz en los oscuros pasillos del antiguo edificio. Sus haces de luz cortaban la penumbra, revelando brevemente lockers y puertas cerradas antes de sumergirse nuevamente en las sombras.

Ambos caminaban con cautela, conscientes de que debían asegurarse de que no hubiera nadie más en los pasillos para evitar ser descubiertos. Cada crujido de la madera bajo sus pies y cada eco de sus respiraciones parecían amplificados en la quietud de la noche. Los nervios estaban a flor de piel, pero sabían que debían seguir adelante con su misión, a pesar del riesgo que corrían.

Carlos, sosteniendo firmemente la linterna, miró a su alrededor con inquietud. El silencio era casi palpable, y la tensión en el aire era casi sofocante —No recuerdo haber sacado el palito más corto —murmuró, tratando de añadir un toque de humor a la situación para aliviar su propia ansiedad.

Rouge, que caminaba unos pasos adelante, esbozó una sonrisa forzada sin voltear la cabeza—A veces no se trata de quién saca el palito más corto, sino de quién tiene más agallas —respondió, tratando de mantener la calma.

—¿Tú cre... crees que tengo a... a... agallas? —preguntó Carlos, casi tartamudeando. Si no fuera por la falta de luz, el pecoso podría haber jurado que la chica notaría el sonrojo que se acababa de formar en sus mejillas.

La chica se detuvo y giró levemente la cabeza para mirar a Carlos. Pudo ver el brillo de sus ojos reflejado en la luz de la linterna, llenos de una mezcla de miedo y esperanza.

—Claro que sí, Carlos —respondió con suavidad—Estás aquí, ¿no? Eso ya dice mucho—

El peliblanco bajó la mirada por un momento, pero una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios. Con tan sólo escuchar esas palabras salir de la chica, fue suficiente para que sintiera en su estómago esas inconfundibles mariposas que solo el enamoramiento puede provocar.

—Supongo que sí —dijo, más para sí mismo que para la chica, mientras recobraba un poco de su confianza—Gracias, Rouge —murmuró, tratando de mantener la compostura.

Ella no respondió, pero la suave inclinación de su cabeza y la manera en que apretaba la linterna con un poco menos de fuerza le dijeron a Carlos que sus palabras habían sido escuchadas y apreciadas.

—Parece que no hay nadie —dijo Carlos, rompiendo el silencio con un susurro.

Rouge asintió, observando los pasillos desiertos que se extendían ante ellos. La tranquilidad de la noche contrastaba con la tensión que sentían en su interior—Sí, pero no podemos bajar la guardia —respondió, su voz apenas audible.

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