Hora de la visión

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*Esquiva los chanclazos y les saca la lengua*

Esa mañana se levantó con la sensación más desagradable conocida por ella: la de su cuerpo absolutamente sudoroso y pegajoso entre la delgada sábana que usaba al dormir. Pateó con el ceño fruncido la estorbosa cobija y se levantó sintiéndose agotada. Había olvidado lo horroroso que era el calor del verano.

Se levantó, duchó, vistió, preparó lo que necesitaría para el día, se aseguró de llevar todo, y bajó a desayunar. Saludó a sus padres, y se sentó en la mesa, donde ya la esperaba su café con leche y unas cuantas tortitas en un plato. Su padre estaba frente a ella, buscando algo en su celular.

Después de aquella larga y tediosa charla llena de sus secretos e intimidades, su actitud hacia ella había cambiado bastante. Ya no la cuestionaba tanto cuando iba a hacer algo, no se quejaba de cada mínima cosa, y podían hablar como dos personas civilizadas. Para muchos no sería nada, pero para ella era suficiente. Su teoría parecía ser cierta, y le alegraba que así fuera. Aun así, no mencionaba ni llevaba a Karma a casa, para mantener el ambiente en calma hasta que el chico fuera el fin de semana, pues le parecía demasiado bueno para ser verdad.

Con su mejor amigo, las cosas no habían cambiado demasiado después de aquella agradable y curiosa tarde en su casa. Tal vez que su corazón se aceleraba con más frecuencia cada vez que lo tenía cerca, y que no podía evitar pensar en él y traer de vuelta el recuerdo de su cuerpo más grande y pesado sobre ella, su cálida respiración haciéndole cosquillas en el cuello, presionada e indefensa debajo de él, volviendo a sentirse como una presa y volviendo a encontrarlo agradable.

Además, parecía estar mejorando sus habilidades para consolarla, o más bien simplemente dejó de fingir ser un antipático. Estar en sus brazos, y sentir que la cuidaba mientras se desahogaba, recordando todas las veces que le hicieron sentir menos, todas las veces que se hizo a sí misma menos para no molestar a los demás, para encajar en un sitio al que no pertenecía, forzándose a cambiar por gente que no merecía la pena. Todas las palabras, todas esas pequeñas acciones que mostraban el rechazo de las personas hacia ella. A veces dolía, a veces volvía a pensar que tal vez, si fuera normal...

Pero sacudía la cabeza y sacaba esos pensamientos de su cabeza, recordando que debía amar siempre lo que era y en quien se había convertido, sin importar las circunstancias que la llevaron a serlo.

Regresando a lo principal, Karma no había cambiado. Después de ese día, volvió a mostrar su cariño de la manera habitual: jalones de cabello, golpecitos, palmaditas, y bromas. Pero así se le quería, así se llevaban, y eso era parte de lo que le gustaba de su relación.

Una vez en su instituto, el pulpo los envió directo a cambiarse por sus trajes de baño escolares, y confundidos, todos obedecieron. Y cuando los guió entre los árboles hacia abajo, el quejido fue general, pues el calor no daba tregua y tener que caminar a esas temperaturas no era agradable. Agradecía que los árboles daban suficiente sombra.

—¡Ya se nota el calor del verano!—dijo el pulpo, batiendo su abanico—. Es lo que dicen en Osaka cuando hay una ola de calor.

—Que calor hace, macho—se quejó Sugino—. ¿Por qué tenemos que bajar la montaña por atrás?

—Y que lo digas—jadeó ella a su lado.

Por el traje de baño, era fácil saber a dónde planeaba llevarlos, lo que le extrañaba porque iban en sentido contrario, y dudaba que los dejaran usar las piscinas de las instalaciones. A su lado, desde el teléfono de su compañero peliazul, Ritsu confirmó lo que pensaba. Sin embargo, no dudaba de que Koro-sensei debía tenerles una sorpresa que incluía agua y mucha diversión.

Mitades Complementarias || Karma Akabane Donde viven las historias. Descúbrelo ahora