Me voy a casar contigo

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—¡Oye, niño! ¡Pórtate bien!

De haber sabido que este niñito era tan tremendo, no habría aceptado el trabajo de niñero a medio tiempo que implicaba cuidar a un enano tan terriblemente incontrolable.

El terremoto de cabello y pestañas blancas como la nieve, hacía un desastre por donde pasaba: los juguetes eran tirados por toda la casa, los cajones de ropa abiertos, los muebles de la cocina saqueados, ni hablar de los zapatos en donde DEFINITIVAMENTE no tenían que estar, y una lista de más cosas que sacaban de quicio al universitario de dieciocho años, Yuuji Itadori.

Eso sin contar que el enorme televisor de la sala de estar estaba encendido a todo volumen con las canciones de "La granja de Zénon" y el famoso "Baby Shark", a los que por supuesto no se les podía bajar el volumen o tendrías que lidiar con una enorme rabieta.

"Necesitas el dinero, necesitas el dinero, necesitas el dinero", repetía como un mantra para aliviar su estrés.

Otras de las cosas que ayudaban a disipar su agobio era cocinar recetas nuevas y hacer postres. Los padres del niño le habían dado permiso para que usara la cocina a sus anchas, así que iba a preparar algunas galletas de figuras para distraerse, porque ya no podía más.

Al cabo de un rato, unos ojos grandes y azules como el cielo infinito lo veían curiosos desde la puerta de la cocina:

—¿Qué hace, señor Yuuji?

—Galletitas de figuras, y no soy señor.

El pequeño se acercó hasta el mesón para mirar de cerca lo que hacía el niñero.

—¿Para quién son esas galletitas? ¿Para mí?

—Para mí y no te daré —bromeó Yuuji sacándole la lengua.

Una bonita sonrisa se dibujó en el rostro del niño, que parecía tener la misma edad mental y sentido del humor que su cuidador provisional.

—¿Sabes hacer otros dulces, señor Yuuji?

—Sé preparar tortas, brownies y tartaletas de frutas, aunque... estoy aprendiendo todavía.

—¡Wow! Eres como un súper cocinero o algo así.

A Itadori Yuuji le gustaban mucho los niños, eran mini personitas que estaban aprendiendo a vivir en este mundo de locos, experimentando, jugando, y asombrándose con las cosas más simples. Eran lienzos en blanco que se pintaban con las experiencias de la vida y sobre todo con el amor que se les podía dar.

Jamás había tratado mal a un niño, y le gustaba mucho su trabajo como niñero a medio tiempo, cosa que venía haciendo desde hace un par de años. Había conocido a muchos niños y se divertía tremendamente con ellos. Pero este enano era sencillamente insoportable: altanero, contestón y malcriado. Aunque ciertamente era muy tierno a la vez, sobre todo por el encanto que irradiaban sus ojos y su sonrisa radiante.

¿Qué clase de persona sería al crecer?

—¡Yei! Estas galletas están muy deliciosas, ¡eres un súper galletero! —gritaba contento el niño mientras corría con dos galletas en cada mano.

—¡Satoru Gojo! ¡Sentado para comer, por favor!

—No quiero.

—Ven, miremos "Héroes en Pijama" mientras comemos galletas con leche —"Por favor siéntate enano del mal", pensaba.

El niño se sentó cerca de él y del enorme plato de galletas, cuando de repente le dijo algo que lo descolocó muchísimo.

—Señor Yuuji, cuando sea grande nos vamos a casar.

—¿Ah? Eso no se puede y ¿por qué te casarías conmigo en primer lugar?

—Porque haces galletas deliciosas y porque tienes pequitas muy chiquitas en la nariz.

Yuuji abrió mucho los ojos y se echó a reir.

—Eso no es motivo para casarse con alguien.

Gojo chiquito lo miró confundido y le dijo:

—En la vida anterior nos casamos, yo era más grande que tú y nos casamos porque eras muy lindo y hacías tortas de todos los sabores.

Itadori decidió seguirle el juego porque estaba aburrido y no quería ver dibujitos de héroes.

—Ah, ¿sí? ¿Dónde vivíamos?

—En un país muy lejos de aquí. Con otros amigos y teníamos un trabajo donde luchábamos contra monstros grandotes.

— ¡Wow! Y ¿qué más hacíamos en esa otra vida?

—El amor.

¡Pfff! Yuuji escupió toda la bebida y se ahogó con las galletas que masticaba, ¡Tenía que hablar con los padres de este mocoso urgentemente!

—Ja, ja, ja, ¿qué cosas dices? —le acarició la cabeza, cuando Satoru lo miró directamente a los ojos, con esas pupilas tan intimidantemente azules. Algo vio en esas irises profundas, algo sucedió, un escalofrío recorrió su espina dorsal.

El niño hizo una seña con sus dedos, superponiendo el dedo índice con el medio.

—¿No te acuerdas, Yuuji? Yo era tu profesor. 

Cuando sea grande, me voy a casar contigo #GOYUUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora