Itadori no podía expresar con palabras lo feliz que se sentía al tener a Satoru chiquito en sus entrenamientos de básquet, era increíblemente tierno mirarlo llegar con su ropita de Naturo y una mochila de Doraemon. A lo lejos, Gojo le lanzaba un besito y se iba a los vestuarios con los demás niños.
Yuuji lo veía saltar, correr, hacer amiguitos y divertirse. Su corazón se hacía grandote cuando el niño sonreía con las mejillas coloradas de tanto corretear, abriendo un juguito de cartón y merendando galletas con chispas de chocolate en el tiempo de descanso.
Se sentía bonito saber que estaba teniendo una niñez feliz como un niño normal.
Bueno, si es que se le podía decir normal a un niño que tenía presentes todos los recuerdos de su vida pasada, donde alguna vez fue el hechicero más fuerte de todos.
Eso era algo que a Itadori todavía le impresionaba mucho, su pequeño Gojo había sido una personalidad exageradamente importante en su vida anterior y, de alguna manera, él quería ser digno de Satoru en esta vida.
Su mente voló muy lejos, hasta su vida anterior, que aún no tenía muy claro cuando fue. Ahí estaba el Satoru grande, su profesor bonito, el que podía exorcizar una maldición de grado especial solo con caminar, el que le salvó la vida a él y a muchos otros. Su divertido profesor, el amor de su vida. Un tipo extremadamente fuerte e inteligente. Amado por muchos, odiado por bastantes otros.
Itadori se convenció de que seguiría trabajando mucho y esforzándose día a día para ser el mejor entrenador deportivo. De ahora en adelante se enfocaría en crecer como persona y trabajar en sí mismo además de hacer diplomados y especializaciones para que, en el futuro, cuando Satoru hablara de él con otras personas, se sintiera orgulloso del esposo que tenía.
Itadori no sabía a qué se iba a dedicar su pequeño Satoru cuando creciera, seguramente sería alguien influyente, ya que en esta vida había nacido como el único hijo de unos importantes políticos, aunque también jugaba muy bien al básquet, era bueno en los estudios y, por otro lado, muy fuerte físicamente, por lo que podría ser boxeador o destacarse como deportista olímpico. Se la ponía difícil de nuevo, pero no importaba, Yuuji quería ser lo mejor para Satoru Gojo y se iba a esforzar hasta conseguirlo.
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No solo Yuuji estaba feliz durante los entrenamientos, Satoru chiquito vivía cada día más enamorado de él, de su disciplina al trabajar, de su entusiasmo, carisma y cobijo con todos los chicos que querían aprender el deporte. Siempre supo que Itadori tenía mucho potencial y que era un increíble ser humano. Verlo en esta faceta era arrollador en el buen sentido. Amaba como se veía de adulto, tan carismático y guapo.
Alguien que estaba también muy feliz por el regreso de Itadori a sus vidas, era la señora Gojo. Ella lo quería mucho, ya que su hijito era tremendamente feliz cuando él estaba cerca. Satoru no se daba fácilmente con otras personas y con Yuuji todo había sido tan bonito y natural que era imposible hacerse la ciega: Itadori era especial, solo que no terminaba de entender de qué manera.
Cuando supo que Yuuji era parte del cuerpo técnico del equipo de básquet donde estaba su hijo, la señora se presentó personalmente para saludarlo e invitarlo a comer, diciéndole que las puertas de su casa siempre estarían abiertas para que fuera a ver al niño y desde ese día le enviaba regularmente con Satoru algún regalito.
—Mi mamá pregunta si quieres venir a mi fiesta de cumpleaños, será en el club acuático de dinosaurios.
De vez en cuando, Yuuji llevaba a Satoru hasta la casa de los Gojo luego de los entrenamientos. No lo hacía todo el tiempo por algunos compromisos que podían surgir con el cuerpo técnico de su trabajo, pero en tardes como hoy, se lo llevaba caminando de la manito hasta su hogar.
—Claro que sí, pero esta vez no vas a llorar, ¿verdad?
Satoru hizo cara de fastidio, ¿acaso Yuuji no entendía que aquella vez se puso a llorar precisamente porque él no estaba?
—No, no lo haré.
—Entonces iré —respondió animadamente Itadori, apretando un poco más su manito— ¿qué quieres de regalo?
Satoru lo miró por unos instantes, como temeroso de que las palabras que saldrían de su boca desencadenarían la tercera guerra mundial, pero al fin dijo con una sonrisa tímida: —Un besito.
Itadori solo se rio, negando con la cabeza y murmurando algo como "no tienes remedio"
Se detuvieron en un kiosko, para comprar algunos dulces. Yuuji pidió para él unos malvaviscos y Satoru como cinco cosas diferentes, entre ellas un caramelo de tipo Ring Pop.
Caminaron un poco más, cada quien comiendo sus golosinas mientras hablaban de todo un poco, y Satoru, aprovechando que la calle por la que iban estaba desierta, haló a Yuuji por la camisa para que lo volteara a ver.
—¿Qué pasa? —preguntó Yuuji, arrodillándose para quedar a su altura. Satoru no desperdició la cercanía, posando rápidamente una de sus manitos en el rostro de su ahora entrenador.
—Sabes que te amo mucho, ¿verdad?
—Claro que sí, y yo también —Itadori sintió miedo, no quería que Satoru tuviera dudas de sus sentimientos hacia él, tanto en esta vida como en la anterior, lo amaba. Aunque sí sabía que había metido la pata hace poco.
—Ahorita solo puedo darte esto —dijo el niño con un puchero, parecía avergonzado—, pero cuando sea un poco más grande te podré dar uno de verdad —Gojo chiquito tomó una de las manos de Yuuji y le puso el anillo de caramelo—, prometo amarte todos los días y hacerte reír mucho. No te vayas de nuevo, por fi.
A Itadori se le olvidó qué día de la semana era, qué hora, dónde estaban y a dónde se dirigían porque se perdió entre el interminable color azul de los ojos de Satoru, en su brillo, en sus pestañas y cejas blancas como la nieve. En su carita bonita.
Si en este bucle interminable de las diferentes vidas le tocaba reencarnar cien veces, cien veces buscaría a Satoru Gojo para estar con él.
No importaba si le tocaba ser su niñero, su maestro, su entrenador, un doctor, el cartero, si nacía en otra ciudad o país, dedicaría su vida entera a conseguirlo.
Con la mirada fija en los ojos de Satoru, Yuuji tomó sus manitas en las suyas depositando un pequeño beso en cada una de ellas.
—Aquí estaré contigo, hasta el día que deje de respirar. Y te prometo que yo trabajaré para ser cada día lo mejor para ti. Te amo, mi niño travieso.
—Oki, y ¿si me darás un besito?
—¡Nop!
Yuuji rio y le hizo upa a Gojo, que se colgó de él como un pequeño koala, un koalita besucón que llenó de besitos a Itadori por toda la cara. Así lo llevó hasta su casa, cargado y más mimado que nunca, con la promesa de que más temprano que tarde podrían estar juntos como antes.
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♥Este fic tendrá un epílogo que será subido en los próximos días ♥
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Cuando sea grande, me voy a casar contigo #GOYUU
FanfictionEl universitario Itadori Yuuji es un chico que ama los niños, tanto que en sus tiempos libres trabaja como niñero a medio tiempo. En uno de sus cuidados conoce al pequeño Satoru Gojo, quien le hace comentarios inquietantes sobre una vida pasada. Art...