Yo siempre te estaré esperando

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Itadori estaba tan orgulloso de sí mismo: logró graduarse con honores, su hermano vino a la ceremonia e incluso consiguió trabajo antes de recibir su diploma. Ahora era el asistente de un reconocido entrenador de básquet juvenil. Era como un sueño hecho realidad.

Gracias a sus estados de Whatsapp, donde puso fotos de que se había graduado, la señora Gojo le envió un arreglo de flores y golosinas, además de un par de zapatos de marca y un costoso reloj a modo de felicitación con una tarjeta que decía: "Muchas felicidades para nuestro niñero favorito que ahora se convirtió en entrenador profesional, te queremos de aquí a la luna". Más abajo, había un dibujito hecho con plumones de un hombrecito de cabello rosado con toga y birrete.

Yuuji sonrió, feliz. Ahora sí iba a tener tiempo para ver a Satoru chiquito, ya no tenía tantas responsabilidades.

Yendo al gimnasio polideportivo donde trabajaba, le dio de repente el impulso de comprar galletas de chocolate. Sí, esas que a Satoru le gustaban mucho. Esa era su manera de sentirse cerca de él: comiendo las cosas que a su alma gemela le gustaban, escuchando su música, mirando sus animes, rememorando en su cabeza todo lo que compartieron juntos en esta vida y la anterior.

Itadori amaba tanto su nuevo trabajo que llegaba siempre dos horas antes solo para ver cómo se desempeñaban los demás entrenadores que estaban allí. Le gustaba mirar a los gimnastas, a los tenistas y jugadores de futbol entrenar. Amaba esto, sentía que era una deuda pendiente que tenía consigo mismo desde su vida anterior: vivir para y por el deporte. Esto era lo que siempre había querido, su sueño, su propósito de vida. Y ahora lo estaba disfrutando al cien.

Unos muchachos lo invitaron a jugar futbol, Itadori estuvo algo de media hora con ellos yéndose después a duchar y ponerse el uniforme de entrenador asistente. Camino a las máquinas expendedoras, para comprar agua fría, se encontró con unos ojitos azules que lo miraban.

—¡YUUJI!
—¡¿SATORU?!

El niño corrió a su encuentro como si su vida dependiera de ello, Itadori le abrió los brazos, agachándose para recibirlo. Se abrazaron efusivamente, buscando luego sus miradas para ver si no estaban soñando.

—¡Satoru! ¿Qué haces aquí?

—Mi mamá me inscribió en clases de básquet.

Qué hermosa coincidencia, qué cosa tan increíble era el destino. Cuando es para ti, por más que te alejes, la vida busca una manera de regresarte lo que te pertenece y ellos se pertenecían mutuamente.

Satoru se veía tan lindo con su uniforme de jugador.

Yuuji se veían tan profesional con su uniforme de entrenador asistente.

—Eres tan lindo, Yuuji.

—Lo mismo puedo decir de ti, ¿cómo estás? Disculpa por lo de la última vez que nos vimos...

—¡Que va! ¡Tenías razón! ¡Me divertí mucho haciendo cosas de niño! —dijo con la carita más sonriente que Itadori haya visto jamás— Fui con mi mamá a Orlando y fuimos a muchos parques diferentes, me subí a todo, me puse ropa de Buzz Lightyear, mi mamá me compró muchos juguetes, comí todos los dulces que quise y hasta me enfermé de la barriga.

Yuuji se rio fuerte, Satoru no cambiaba jamás.

—¡También fuimos a otro país donde estaba el hotel de Nickelodeon! Me bañé en la piscina de Bob Esponja e hice muchos amigos, fui a la playa y nadé con pececitos. Ahí también me enfermé de la barriga por comer mucho.

—Me alegra que hayas tenido unos meses divertidos—dijo Yuuji, acariciando suavemente su cabello. Aunque estaba un poquito más grande, Satoru no dejaba de ser ese niño risueño que conoció hace unos años atrás, su carita seguía sonrosada y sus ojitos brillantes, su naricita era la misma cosita chiquita y tierna de siempre.

—¿Tú qué hiciste sin mí, Yuuji?

Itadori le contó todo lo que tuvo que pasar para poder graduarse y mantener la beca universitaria que le abrió las puertas al mundo de los estudios. Le dijo que se desvelaba tanto estudiando que, si se llegó a parecer mucho a Choso por las ojeras que tenía, le contó cómo eran las prácticas, el servicio comunitario, la defensa de su tesis y cómo fue el día de su graduación. Agradeciéndole por el regalo que le enviaron él y su mamá. Le dijo que todo el proceso fue cansado y estresante pero que ahora era feliz.

—¡Yo también soy muy feliz! Soy un niño normal, que tiene una mamá y un papá. Ya no tengo que ser el más fuerte, ni la gente me ve como a un monstruo. Soy solo yo, Gojo Satoru, divirtiéndome en la piscina de Bob Esponja.

—Nunca fuiste un monstruo, mi Satoru.

Se abrazaron, esta vez más fuerte y profundo. Yuuji reposó su cara en la cabecita de Satoru que a su vez descansaba en el pecho de Itadori. Era como sentir conectar sus almas con un abrazo.

En ese momento Yuuji se dio cuenta que no era requisito indispensable y obligatorio hacer las cosas que hicieron en la vida anterior, no tenía por qué apresurarse y besar a Satoru en la boca ni tener una cita, ni hacer otras cosas que hacen los adultos. No era necesario nada de eso, solo necesitaba a su niño cerca, cuidarlo, consentirlo y verlo crecer. Unas lágrimas cayeron por sus mejillas, mojando sus pestañas y enrojeciendo su nariz. Fue muy tonto. Todo era porque le daba miedo que Satoru un día se enamorara de alguien de su edad, porque se lo llevaran a vivir a otro país o porque lo vería como a un señor mayor para él.

La verdad era que sus recuerdos de la vida pasada le daban la fortaleza para aguantar los años, sus inseguridades eran las que no ayudaban. Sabía que en Gojo tenía un amor bonito y sincero, que jamás lo abandonaría. Pero era humano y los humanos tienen dudas y miedos.

—¿Aún te quieres casar conmigo cuando seas grande? ¿No te aburrirás de esperar?

—Mi pequeño Yuuji, pero si yo siempre te estaré esperando.


Cuando sea grande, me voy a casar contigo #GOYUUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora