Un día normal, ¡más o menos!

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I

H O P E

Debí saber que mi día no sería bueno cuando mi tostada se cayó mientras desayunaba.

Ahora nada estaba bien. Toqué la puerta de casa, mamá no tardó en abrir.

— Oye, preparé– ¿Qué te pasó? —su tonó cayó a uno de preocupación inmediatamente, empujándome dentro de la casa y cerrando la puerta—

No sabía que responderle, ni siquiera cómo explicar qué me pasó.

Ustedes tampoco lo saben, pero al volver de la escuela me sentía rara, perseguida.

Apresuré el paso, porque definitivamente no me detendría a corroborar si alguien me estaba siguiendo o no, pero unas pisadas fuertes lo confirmaron.

Les juro que no iba a voltear, y ojalá no haberlo hecho, porque ví algo, muy... No lo sé. Era un grifo.

No, no el del agua, un maldito grifo de las historias raras y antiguas. Era una cosa con cuerpo negro, como una pantera pantera, con alas y la cabeza de un águila. Asqueroso. Además, yo pensaba que los grifos serían como leones con alas majestuosas, algo más, mítico y mágico.

Eran hienas con alas, qué más les puedo decir.

El punto, es que me congelé por unos segundos, ¿qué se supone que debía hacer? Nadie parecía haber visto al monstruo con sed de sangre. Entonces, chicos, corrí.

Me gustaría decirles que saqué mágicamente un arma y lo atravesé con ella, pero no. Simplemente corrí, a lo más, le lance un par de tapas metálicas –lo que cabe destacar, no le causó el más mínimo daño–.

No sé qué sucedió, solo sé que me caí un par de veces y me golpeé contra varios muros. Cuando el coso estuvo a metros de mí, comencé a llorar. ¿Qué otra cosa iba a hacer entonces?

Y pasó algo todavía raro, el grifo gruñó, rasguñando el suelo, para después correr hacia el parque cercano y desaparecer. Aún no, fue lo que juro haber escuchado.

Comprenderán ahora porque no encontré una respuesta que darle a mi mamá. Ya le había traído muchos problemas como para que ahora pensara que tengo esquizofrenia –lo cuál veo probable–.

— Me... Charlie quiso enseñarme a andar en bicicleta en el camino de vuelta, y... Yo... —mi voz sonó más temblorosa de lo que pretendí—.

Mamá me miró, como si entendiera y supiera qué pasó en realidad. Pero eso no es posible, porque ni siquiera yo sé si fue real lo que acaba de pasar.

— Debió haber sido una caída grave —ella señaló, solté un suspiro al ver que ella me creyó, o al menos, fingió hacerlo—. Vamos a limpiarte la cara, cariño.

Ella me sentó junto al lavabo, sacando el pequeño botiquín de emergencia. Mamá comenzó a limpiar mis heridas y tratarlas con cuidado, acariciando mi mejilla, a veces sentía que sus caricias eran mágicas y podían curar lo que sea.

— Estaba pensando... Es jueves, mañana no tienes clases, ¿quieres ir a Montauk por el fin de semana? —preguntó con suavidad—

Montauk, me gusta ir ahí. En realidad, me gusta Long Island en general, lo siento extrañamente acogedor. Mamá me lleva ahí desde niña, y siempre me cuenta la misma historia. Ella no conoció a mi padre ahí, pero cada vez que podían, viajaban a la cabaña junto al mar, vivieron ahí desde que mamá se enteró de mi embarazo, hasta unos meses después de que yo nací, también dijo que en esa casa se habían conocido mis abuelos, los paternos, ella nunca habla de sus propios padres.

The ProphecyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora