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Leehan deslizó un dedo por el cristal del expositor mientras su «esposo» parecía pensar qué decir

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Leehan deslizó un dedo por el cristal del expositor mientras su «esposo» parecía pensar qué decir. El pelinegro no era el único que estaba nervioso. Él llevaba casi dos años esperando ese momento, buscando al misterioso joven con el que se había casado durante un fin de semana de fiesta. No esperaba encontrarse a alguien así.

Apenas recordaba al chico con el que se emborrachó, pero los pocos detalles que había memorizado no tenían nada que ver con la persona dulce e inofensiva que tenía enfrente. El cabello negro alborotado y ligeras ondas que le daban un toque inocente a su rostro. Tenía un cuerpo alto y esbelto. Y sus ojos eran de un bonito color marrón claro y estaban repletos de luz, de vida. Se obligó a calmarse cuando vislumbró en esos mismos ojos un atisbo de temor.

—No voy a hacerte daño. Solo quiero entenderlo. Y conseguir el divorcio, claro.

Taesan le sostuvo la mirada unos instantes, sopesando si era de fiar o si, por el contrario, podía resultar peligroso.

—Tenía que casarme con alguien —confesó finalmente apenas en un susurro inaudible—. Antes de morir, mi padre puso una cláusula en su testamento para que no pudiera acceder a su herencia a menos que contrajera matrimonio. No era gran cosa, pero necesitaba el dinero para poder abrir la pastelería —Hizo una pausa tras hablar tropelladamente—. Así que mis amigos me regalaron un boleto de avión con destino a Las Vegas y la intención de que lograra encontrar un marido... El resto de la historia, en fin, creo que sabes cómo terminó todo.

—¿Hablas en serio?

—Es la verdad.

Leehan comenzó a caminar de un lado al otro de la tienda y se llevó las manos al puente de la nariz. Aquello no tenía ningún sentido y no era lo que esperaba averiguar al ir hasta allí, conduciendo durante horas. Se sentía perdido, muy perdido.

Hacía tiempo que lo acompañaba la sensación de no encontrar su lugar en el mundo, de no tener nada útil que hacer con su vida; el hecho de desenmascarar a su esposo misterioso se había convertido en una especie de obsesión durante el último año porque, de algún modo retorcido, era lo único «interesante» que había trastocado el curso de sus días. Así que, cuando su abogado le aseguró que había conseguido una dirección de un establecimiento comercial a su nombre, no dudó en ir hasta allí porque, ¿total?, tampoco tenía nada mejor que hacer.

—Di algo. Cualquier cosa... —El castaño tardó unos segundos en contestar.

—Quiero el divorcio. Mañana. Sin excusas. Pasaré a recogerte a primera hora.

—Pero... ¡no! ¡No puedo! Por favor...

—¿Qué más te da? —Lo miró con cierto desprecio—. Ya conseguiste lo que querías, ¿no? Tienes tu herencia, así que deja de entrometerte en mi vida, a menos que desees que te acuse de fraude. Porque ambos sabemos que eso es exactamente lo que hiciste.

Crystal Hearts | GongfourzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora