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A la mañana siguiente, Leehan llamó insistentemente a la puerta

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A la mañana siguiente, Leehan llamó insistentemente a la puerta. Ni siquiera había amanecido todavía y faltaban diez minutos para que sonara el despertador, pero Taesan pensó que si no le abría terminaría por echar la puerta abajo.

—¿Qué estás haciendo?

—¿Empezar el día? —Se coló dentro, fue directo a la cocina y tomó el cartón de leche del refrigerador—. Creí que te habrías levantado. ¿A qué hora tenemos que estar en la pastelería?

—¿Tenemos?

—Eso dije —Todavía somnoliento, el pelinegro se frotó los ojos y reprimió un bostezo.

—A las siete. Estaba a punto de levantarme.

—Bien. Pido la ducha primero —Taesan frunció el ceño y negó con la cabeza—. Hey, abejita, una última cosa —Se relamió los labios tras darle un sorbo al vaso de leche que acababa de servirse—. Me encanta tu pijama. En serio. Creo que quiero uno igual, ¿los venden por packs para matrimonios felices?

Taesan bajó la vista hasta toparse con los simpáticos gatos que invadían la tela algodonosa. Lo miró algo avergonzado, sin saber muy bien cómo reaccionar, hasta que Leehan prorrumpió en una sonora carcajada y se acabó el desayuno de un trago. El pelinegro puso los ojos en blanco y volvió a refugiarse en su habitación.

Aquel mismo ritual se repitió durante los siguientes días. Leehan se levantaba temprano, golpeaba la puerta hasta que Taesan se decidía a escapar del calor de las mantas y dejarlo entrar.
Discutían por ver quién se duchaba antes, y por el hecho de que Leehan tenía la horrible manía de dejar el baño hecho un desastre, con el suelo mojado y la toalla arrugada de mala manera. Más tarde, se iban juntos a la pastelería caminando; a excepción de un día en el que Taesan iba demasiado cargado y el castaño insistió en acercarlo en su coche.

Ya en ChocoCat, el castaño lo observaba cocinar en la trastienda y, normalmente, metía las manos donde no debía o probaba las masas y las salsas, sin importarle si estaban crudas o no. Le gustaba comerse algo salado y, después, buscar lo más dulce que encontrara sobre la encimera. Decía que en el contraste estaba la gracia. Y, curiosamente, sus palabras fueron la inspiración que necesitó para hacer una nueva receta: tarta de plátano y dulce de leche salado.

Solo hacía una semana que Leehan había aparecido en Gwangju de improviso, así que no estaba demasiado seguro de cómo demonios habían logrado adaptarse tan rápidamente a esa especie de... rutina. Porque el sistema era así: rutinario, ordenado. Tras pasar el día en la pastelería (a menudo Leehan salía a estirar las piernas y dar una vuelta), regresaban a casa, cenaban algo rápido y se dirigían al pub de Jaehyun. Allí, Leehan se comportaba como si le pagaran por ser «relaciones públicas», aunque nadie le había pedido que hiciera nada y, en los ratos muertos, merodeaba alrededor de la barra e intentaba sacar de quicio a un irritable Riwoo.

Al terminar, antes de ir a dormir, Taesan adelantaba alguna tarea del día siguiente, como una masa o alguna mezcla, mientras Leehan se encargaba de lavar los platos y molestarlo porque consideraba que su existencia se limitaba a trabajar y que, en su opinión, la gracia de trabajar era tener más tiempo o dinero para disfrutar de la vida, lo que, en esencia, explicaba que Taesan estuviera dentro de un bucle infinito.

Crystal Hearts | GongfourzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora