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14 años

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14 años...

Cuando Taesan cumplió catorce años, no solo sabía planchar y limpiar cualquier superficie de la casa (desde la tela del sofá que su padre solía manchar cada vez que se le caía un poco de cerveza, hasta los cristales, la madera y el ladrillo), también sabía cocinar mejor que algunas amas de casa de Gwangju. Guisos, legumbres, pescados, carnes, verduras y pastas; había aprendido a manejar y sacar lo mejor de cualquier alimento que cayera en sus manos.

Pero si había algo que le apasionaba, era la repostería. En vistas de que a su hijo Riwoo no le interesaba demasiado, la señora Eunri le había ido enseñando las reglas básicas para lograr una buena masa o un bizcocho jugoso y esponjoso.

A día de hoy, hacer pasteles se había convertido en una especie de obsesión. Soñaba con mezclas imposibles, con sabores que fusionar, con diseños que crear. Soñaba que la gente disfrutaba comiendo sus dulces y que volvían para repetir y felicitarle por la inusual cremosidad o por el relleno inesperado de frutos rojos que aportaban un toque ácido entre tanto chocolate.

Soñaba... Taesan soñaba tantas cosas...

 Taesan soñaba tantas cosas

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16 años...

Vestía una camiseta blanca algo holgada y unos pantalones oscuros que se ceñían a su cuerpo.

Taesan había crecido, convirtiéndose en un chico atractivo que no pasaba desapercibido. Pero eso solo alimentaba más sus miedos. ¿Y si nadie podía ver nunca quién era él realmente? ¿Y si nadie se molestaba jamás en arañar detrás de las primeras capas para conocerlo de verdad?

Aquella noche, sin embargo, había dejado sus preocupaciones en casa. Todos los habitantes del pequeño pueblo de Gwangju se habían reunido en la plaza y sujetaban en sus manos farolillos de papel encendidos que le otorgaban un halo de magia al lugar. Era el día en el que se inauguraban las fiestas anuales que celebraban cada verano, y el ritual indicaba que se debían liberar los farolillos y pedir un deseo.

El pelinegro notó la mano de Riwoo apretando la suya.

—¿Qué vas a pedir? Yo no me decido entre aprobar las asignaturas que me quedan del año pasado o que mi madre deje de perseguirme todo el tiempo —El pelirubio se puso de puntillas y estudió a los vecinos allí congregados—. Mírala, ahí está, observándonos casi sin pestañear. Es como un pequeño sabueso sin vida propia. ¿Puedes esperar un momento? Voy a exigirle que deje de espiarme.

Crystal Hearts | GongfourzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora