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Salem se encontraba respirando agitada frente a la puerta de aquella casa. Tenía que hacerlo. Tenía que ser fuerte.
Cerró los ojos y dio varios golpes, para en pocos minutos ser abierta la puerta por la mujer policía.

—¡Spinel! ¡Hola! —Sonrió la mujer y se hizo a un lado. La esquelética que tomó una forma humana entró, sonriendo con timidez.

Su táctica de disfrazarse en humana para asegurarse la compañía del enrulado estaba siendo un poco caótico. Más aún cuando las cosas estaban siendo complicadas. No estaba preparada para pasar de nuevo por la situación de Volleyball. No de nuevo. Tenía que ser profesional.

—Buenas noches, señora Universe —saludó, jugando con sus dedos.

—Muchas gracias de nuevo por lo que hiciste por mi hijo. Sé que estuviste apunto de morir por la falta de sangre. Pero fue un milagro. —La tomó de las manos y Spinel asintió levemente.

—Es un placer… —susurró y giró su mirada al enrulado que se encontraba de pie en el arco del comedor. Su rostro serio y sus mejillas rojas. Spinel tragó saliva. —Buenas noches, Steven —susurró. Él asintió en respuesta.

La cena prosiguió en silencio. Spinel y Rose eran las que más hablaban, Steven se limitaba a jugar con su comida con una mueca. Estaba desorientado, pero no drogado.

—Estaba pensando… —comenzó Rose, mirando a su hijo de reojo. —… Que podrías venir de vez en cuando. Creo que a Steven le encantaría. —Eso llamó su atención, mirándolas confuso.

—¿Qué?

—Me encantaría pero no sé si a él le gustaría —respondió Spinel.

—No, no me gusta —añadió él. Rose lo miró mal y luego sonrió con dulzura a Spinel.

—Por favor.

—No le caigo bien —intervino Steven.

—Steven, no estoy hablando con vos. —Él enmudeció por lo dicho por su madre.

—No lo sé, debería pensarlo —respondió esta vez Spinel. Steven miró a su plato y se levantó molesto. Spinel lo vio irse a su cuarto y suspiró. —Déjeme ayudarla con los platos.

—Fuiste muy grosero —se quejó Salem mirando a Steven que estaba recostado en su cama con su teléfono.

—A la mierda, ella fue una puta desde un comienzo.

—¡No digas eso! Ella se esforzó. —Salem se acercó a la cama.

—No importa, tengo tarea que hacer. —Se levantó y se dirigió a su mochila, donde sacó un libro. Salem se inclinó a verlo y entreabrió sus labios.

—¿Qué es eso?

—El diario de una muerta. Lo estamos estudiando en literatura. Por la caza de brujas. —Salem curvó sus ojos e hizo una mueca.

—No lo leas —pidió.

—¿Por qué?

—Porque… No debería de importarte —susurró angustiada. ¿Por qué ese diario se estaba usando como literatura? Era más que literatura. Era su vida.

—¿Quieres leerlo conmigo? —preguntó sonriendo levemente. La parca le dio la espalda, con una mirada asustada.

—No, por favor. No lo leas. —Steven la ignoró y descendió la mirada a una de sus páginas.

“Recuerdo esa noche que lo conocí. Fue tras mi boda. Cuando pregunté por él, nadie lo conocía, pero mi corazón sí sentía que lo conocía.
Me encontré a mí misma soñando, buscándolo todos los días en el mercado y sonriéndole. Ni siquiera conversábamos, pero ahí estaba él: era alto y delgado, lucía trajes y mostraba una sonrisa blanca.

De repente un día, iba a hacer un estofado de oveja para mi marido, y estaba eligiendo los morrones, y llegó él. Ahí fue cuando mi corazón se detuvo porque lo oí decir:
«Hola».

¿Era a mí? Por supuesto que era a mí. Me miraba con sus ojos como perlas. No era ciego pero sentía que debía serlo si se fijaba en mí. Desde que me casé, mi cabello parecía andrajoso, y yo parecía una mendiga al dejarme de lado todo para centrarme en un marido que ni me amaba.

«Hola» le dije de vuelta y le sonreí. Me sentí contenta, flotando. Como si tuviera alas.

«¿Qué va a hacer?»

«Un estofado de oveja» respondí. Él asintió.

«Le recomiendo las hojas de laurel».

«¿Cómo sabe?»

«Soy médico, uso muchas plantas medicinales para los medicamentos». ¡Un médico! Mi madre estaría enamorada. ¿Por qué no me casé con él? ¿Por qué no lo conocí antes?

«Ah, mire usted. Muchas gracias». Agarré un ramito que ofrecía una de las canastas de la tienda.

«Tengo en mi casa un árbol. Puede venir cuando quiera».

«Muchas gracias…» susurré y lo vi irse con mi corazón.

Ese día, supe que él sería mío y que yo sería suya. Mi esposo tendrá mi cuerpo, pero nunca mi corazón.

A los días, me dediqué a salir de paseo con él, conversando. Me mostró su jardín y me mostró su árbol de laurel. Me llevé muchas plantas a casa y cociné con ellas. Mi esposo me halagó por las comidas, pero no me importaba, no me importaba si a él le gustaba.
Hasta que un día se me cruzó un pensamiento. Viudez. Quería ser viuda. Así podía casarme con ese médico.
Agarré veneno que solía usar para las ratas y lo puse en el estofado. Se lo di a comer a mi esposo, y me excusé de no comer por un malestar. A los dos días, fue su funeral. Y volví a ver a ese médico. Y me pude refugiar en sus brazos”.

Steven levantó la mirada y miró a Salem que estaba con la mirada perdida, sosteniéndose con fuerza a su guadaña.

—¿En qué parte vas? —preguntó ella. Steven se sobresaltó al escucharla. —¿En qué parte vas? —repitió. Steven descendió la mirada al libro.

—En el funeral de su marido. —Salem cerró sus ojos con fuerza.

—Mi perdición.

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AAAAAAAAAAAA
HOLAAAA.

El otro día estaba por dormir y dije, ¿Por qué no continuar con esta historia?

Ya que ando trancada con una historia que tengo en borrador, empecé con esta.

CUATRO AÑOS DESPUÉS la voy a terminar. Estoy escribiendo el capítulo 26, falta poco para terminar de escribir.

Esta historia se publicará los lunes, a no ser que sea muy popular y ahí publicaré dos veces por semana.


En fin.

Espero que les haya gustado.

Saludos.

¿Cómo estás, Steven? | StevnelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora