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[Agustina]
Los días en los que Carlitos estuvo ausente los pasé junto a Danilo, todo el tiempo. Nos juntábamos después de desayunar, después de almorzar, merendábamos juntos y a la noche después de cenar volvíamos a encontrarnos.

Hoy, volvía Carlos. Decidí no ir junto a Segundo a buscarlo ya que Danilo me pidió si podía acompañarlo que iban a sacarle el yeso. No podía negarme.

Cochi también iba a acompañar a Danilo. Cuando llegué al punto de encuentro, saludé a ambos y partimos hacia el hospital.

— Tené' que tener más cuidado, Uruguayo — le digo — ¿Cómo te vas a quebrar jugando al fútbol? — me burlé. Danilo chasqueó la lengua con enojo.

Vi de reojo como Cochi soltaba una risa silenciosa.

— No seas mala gitana — dijo. Todavía trataba de suprimir la risa —. Puede pasar a veces.

El Uruguayo se mantuvo en silencio todo lo que duró el camino hasta el hospital. Cuando llegamos, el médico indicó que Danilo pase. Cochi iba a seguirlo, pero le pedí que se quede afuera, conmigo, que tenía algo que decirle.

Cuando quedamos solos, Cochi parecía confundido. Nunca fuimos tan cercanos, más que nada nos conocíamos por Danilo. Sé que él ha tenido algún que otro encuentro con mi viejo, nunca me dijeron si bueno o malo, pero parecía que conmigo todo estaba bien.

— No quiero ser desubicada — comienzo a decir. Era una forma de mostrarle respeto —. Pero quiero pedirte un favor.

Se apoyó contra la pared y se mantuvo mirándome. Mi papá decía que toda su aura intimidaba, pero que su mirada fija era lo peor. Yo me enderecé para no mostrar sumisión. Soy una gitana hecha y derecha, no me voy a dejar pasar por arriba.

— Es sobre el Uru... — fue lo primero que dije. No quería que piense que, no sé, le iba a manguear plata o algo —. No sé, Cochi, capaz vos pensás que estoy loca, yo diría que mi sangre gitana me está advirtiendo, pero tengo un mal presentimiento. Anoche soñé que veía al Uruguayo pasado de merca — susurré la última oración. Trataba de que la voz no se me quiebre, pero mis ojos se aguaron sin importarles mi esfuerzo. Imaginarme a Danilo así me hacía mierda —. Cochi, yo de verdad tengo miedo. Por favor, cuídalo, decile al Sebas que no lo meta en nada raro, pedile a Danilo que se cuide. Me acuerdo cuando le leí la mano... Dios... — no pude seguir hablando, sentía que lloraría.

Lo próximo que ví fue el pecho de Cochi en mi cara. Me estaba envolviendo en sus brazos y frotando mi espalda en forma de consuelo. Me acomodé en el abrazo para dejar mi rostro en la curva de su cuello y hombro. Sollocé una vez y tomé aire.

— Tiene que triunfar en el fútbol, tiene que salir del barrio. No puede meterse en la falopa.

— Gitana, mirame — me dijo. Terminó el abrazo y me había agarrado de los hombros. Yo tenía la cabeza baja, no quería que vea que me quebré frente a él — Voy a hablar con Sebas y Danilo para que ni se acerque a la merca, ¿sabés? El Uruguayo va a triunfar, vas a ver. Te lo prometo.

Sonreí rota. Me tranquilizó la seguridad con la que hablaba.

"El Uruguayo, goleador de la selección" — pronunció como si fuese la nota de un diario, me hizo reír —. No, no, "El Uru, próximo Diego"

— ¿Puede estar en la selección aunque sea Uruguayo? — pregunté entre risas. Cochi se encogió de hombros.

— Está bastante nacionalizado.

Estábamos envueltos entre risas cuando Danilo sale del consultorio —. ¿Cuál les pinta a ustedes?

Con Cochi nos miramos y callamos, pero aún manteníamos una sonrisa cómplice. Y a partir de hoy, una promesa nos unía.

GITANA | Fernando CisnerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora