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[Agustina] Por un momento creí que mi vida se solucionaría siendo nada más ni nada menos que la novia de Fernando Cisneros, pero Dios, no, estaba tan equivocada

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[Agustina]
Por un momento creí que mi vida se solucionaría siendo nada más ni nada menos que la novia de Fernando Cisneros, pero Dios, no, estaba tan equivocada.

Tendría que haber disfrutado más aquella noche en el predio de Boca. Recuerdo cuando me reencontré con Carlos que estaba tan asustado por haberme perdido de vista, yo no podía dejar de sonreír aunque quisiera.

Fue una noche tan perfecta que no encaja para nada con realidad en la que estoy viviendo ahora, en el velorio de Anabella.

No entendí muy bien el problema que hubo, pero sé que Jorge y Cochi están enemistados. Y si bien, lamento muchísimo lo de Ana, no puedo dejar de pensar en cómo afecta esto a Danilo. Ella y Cochi era lo más cercano a unos padres que tuvo y ahora tenía que verlo a él llorándole al cuerpo inmóvil de ella.

— Lo siento mucho, Cochi — dije cuándo nos acercamos con Danilo a darle una palabra de aliento. Él miraba tan roto el ataúd de Anabella que me rompía el corazón.

— ¿Ustedes vieron como la dejaron? — nos dice luego de depositar un beso en los fríos labios de Ana. Nunca escuché el tono de voz de Cochi tan quebrado y tan hecho mierda. Las lágrimas me picaban en los ojos —. ¿Vieron cómo quedó?

Ni siquiera quería saberlo, no quería saber las atrocidades de las que Jorge pudo haber sido capaz.

— Yo estoy con vos, Cochi. Te acompaño — habla Danilo. Su mirada estaba perdida y aunque quisiera ocultarlo estaba muy drogado. En estos momentos, no sé qué es lo que me hace peor. La ausencia de Ana, el sufrimiento de Cochi o cómo estoy perdiendo a Danilo lentamente sin poder hacer nada para impedirlo.

— ¿En qué? — pregunta. La mirada de Cochi ya no estaba en nuestra dirección, si no, estaba posada en el cuerpo inerte mientras acariciaba sus cabellos.

— En matar a estos hijos de puta — contesta Danilo. Tanto Cochi y yo nos volteamos hacia él enseguida y anonadados por sus palabras. No quiero que el Uruguayo se llene las manos de sangre, Dios, no quiero. La idea de decírselo cruzó mi mente, pero instantáneamente se borró al saber que no está dispuesto en seguir mis palabras. Me había prometido que no iba a caer en la gilada y ahora me toca verlo bajo los efectos de esta.

— No, no — respondió mirándolo con sus ojos rotos —. Nosotros vamos a hacer el duelo como Dios manda y vos vas a ir al club a ganar la final.

Porque si, si necesitábamos un peso más era la final entre Liniers y Boca, dónde Fer se enfrenta a Danilo. Un partido importantísimo.

— Pero, Cochi, yo...

— Nada — interrumpe —. Vos vas a hacer lo que yo te diga. Con un muerto es suficiente. ¿Entendiste?

Danilo se mantiene mirándolo. Yo ya no puedo combatir con mis lágrimas y dejo que estas fluyan. La situación me está sobrepasando.

— Después, traés la copa y la enterramos juntos.

GITANA | Fernando CisnerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora