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[Agustina] Solo podía llorar

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[Agustina]
Solo podía llorar. Siempre que disfruto de un momento, como cuando estaba festejando con Fernando y Carlos su victoria con Boca, tiene que pasar algo malo que desestabilice todo. ¿Por qué me cuesta tanto ser feliz?

Hace unos días, en el entierro de Anabella, la banda del Cochi y la de Jorge arrancaron a los tiros. Dejaron mucha muerte, entre ellas las dos que más me afectaron: la de Cochi y la de Sebas, el hermano de Danilo.

Sebastian nunca fue de mi agrado por su negligencia ante Danilo, pero entiendo que él nunca tuvo que hacerse responsable de su hermano menor, ambos necesitaban un padre y una madre que los críe y los salve de esta vida. Sebas no merecía la muerte, nadie de los heridos la merecía. Es imposible castigar errores de las personas matándolos.

Que Cochi haya muerto me desespera. Él era quién controlaba el barrio, tenía sus cabales bien puestos y no armaba bardo al pedo. Ahora, la cabecilla del Fuerte Apache es Jorge a quién el puesto de líder le queda grande.

Danilo me preocupa, no lo veo desde la final y no sé cómo está. Carlos me dijo que ellos lo habían resguardado cuando sucedió el tiroteo, pero que al otro día se las tomó y no volvieron a verlo. Si hay algo que el Uruguayo sabe, es esconderse bien. Solamente lo vamos a encontrar si él quiere, eso es lo que me preocupa.

Odio esta situación de mierda porque no me deja disfrutar las pequeñas cosas que en otro momento me emocionarían. Por ejemplo, hoy Fernando está en concentración porque va a debutar con la selección en la Sub17. Es un logro increíble, debería estar saltando de felicidad por él, pero mi cabeza vuelve constantemente al bardo que hay en el barrio.

Hoy es el cumpleaños de Danilo. Salí con la excusa de caminar, pero la verdadera razón de esta caminata es encontrar un mínimo rastro del Uruguayo, aunque prácticamente sea imposible. Lo extraño millones.

Pasé por la casa de Cochi y el corazón se me apretó. Va a hacer mucha falta acá. Mientras enviaba mi mirada cargada de angustia siento una piedrita en mi espalda. Seguro son los hijos de la Mary que andan rompiendo las bolas por el Nudo Uno. Me di vuelta con furia para cagarlos a pedo, estos pendejos son terribles.

Me llevé una gran sorpresa: no eran los hijos insoportables de mi vecina, era Danilo.

— ¡Uruguayo! — exclamé. Sentí mi corazón respirar de alivio, aunque no sea posible —. ¿Dónde estabas?

— Por ahí — contestó sonriente. Se notaba ojeroso y sucio. Muy bien no estaba.

— Feliz cumpleaños, loco.

— Gracias, Gitana. Conseguí algo de guita, hoy comemos pizza en casa.

— Ahí voy a estar, amigo.

Me dió una sonrisa como las que me daba antes. Si bien iba a faltarnos Carlos, por lo menos este año íbamos a cumplir la tradición que venimos haciendo los tres desde que nos conocimos: cenar juntos en el cumpleaños de Danilo. Usualmente era él quién no los festejaba, así que los tres comíamos juntos esa noche y la hacíamos más especial que cualquier fiesta de cumpleaños.

GITANA | Fernando CisnerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora