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[Agustina]
Estuve toda la tarde y noche acompañada de Belén. Además de hablar de mi futuro matrimonio, también hablamos sobre lo que le sucedía a Danilo. Belén terminó lagrimeando, aunque quiso mostrarse fuerte.

Hoy por la mañana, papá salió a trabajar y mamá salió del barrio con mi tía porque debía comprar algunas telas ya que últimamente ambas están vendiendo ropa que confeccionan ellas misma. Le pidieron a mi abuelo que vaya a casa y nos cuide, aunque realmente era para tenerme vigilada y no salga a buscar a Fernando. Lo que ellos no saben es que mi abuelo siempre estará de mi lado.

— ¿Vas a ir a verlo? — me pregunta Belén. Yo estaba trenzando mi pelo.

— Sí... Tengo qué cortarle todo ahora, porque si lo estiro más no sé si voy a ser capaz... — Digo con una clara tristeza. Belén me mira apenada.

— ¿Le vas a decir lo que me dijiste?

— Sí.

— No es justo, Elena. Fernando tiene que saber la verdad — declara ella. Si, Fernando merece la verdad, pero no quiero que sufra por injusticia, por algo que se me sale de las manos. Será mucho más fácil que me olvide si me odia, será mejor que su recuerdo hacia mi sea uno de ira y no de tristeza.

— No, Belén. Vos misma lo dijiste, Fernando no va a entender. Si él cree que yo nunca lo amé de verdad, no va a sufrir por mí. No va a sentir lástima y no va a intentar detenerme. Si Fer sabe que me están obligando a contraer matrimonio va a tratar de evitarlo y así solo va a lastimarse más.

— Te vas a dañar a vos misma, Elena. No solo vas a vivir en un matrimonio que no deseas, si no que vas a recordar que lo último que Fernando sintió por vos es odio, recordá que tenés que ahorrar fuerzas para soportar una vida junto a Ignacio López. ¿Vas a poder aguantar toda esa carga emocional?

No lo sé, sinceramente no lo sé.

— Voy a tener que aguantar.

Termino de atar mi última trenza y salgo de mi pieza junto a Belén. Mi abuelo nos saluda muy feliz y nos dice que preparó el desayuno para los tres.

Me siento en la mesa y él trae panqueques, frutas y café. Serví mi plato aunque mi garganta estaba bloqueada y dudaba que algún alimento pueda llegar a pasar por ella.

— Hoy es un muy lindo día — comenta él mirando la ventana. Ojalá pensar lo mismo, pero últimamente a pesar del despejado cielo todos mis días son horribles.

— Abuelo... ¿te puedo pedir un favor? — pregunto.

— Si, Elenita. Lo que quieras.

— Necesito salir, pero mis papás no me dejan. ¿Puedo ir igual y vos me cubrís?

— Aaay Dios Mío, que habrás hecho para que tus padres no te dejen salir — dice él. Por suerte no le contaron la razón de mi castigo —. Bueno, andá. Pero que no se enteren porque si no me retan a mi.

Sonrío, creo que es la primera vez en la semana que sonreí genuinamente. Teniendo en cuenta que hoy es sábado eso no está muy bueno.

Capaz quede un poco desubicada si caigo a la casa de los Cisneros sin avisar ni haber sido invitada con anterioridad, pero la situación lo amerita.

Antes de salir, agarro un poco de plata de mi cajón para el viaje en taxi. Tenía solo para la ida, así que a la vuelta volvería en bondi.

[...]

Estaba en la puerta de la casa de Fernando. El taxi ya me había dejado y yo ya le había pagado. Hace cinco minutos que estoy tocando la puerta y nadie responde. Se supone que los padres de Fer no estarían, pero él si. No entiendo porqué no abre. Lo peor es que está lloviendo, capaz estoy pagando el karma de la vez que lo dejé varios minutos en la puerta de mi casa.

Me sentía derrotada, tendría que irme y esperar otra oportunidad o simplemente decirle por teléfono, lo que me parecía aún más cruel. Decido tocar por última vez y si no hay respuesta ahí sí daría la vuelta y me iría por dónde vine.

— ¡Soy Agustina! — digo. Sigue sin abrirme nadie, así que me estoy por voltear y volver a casa. Hice un viaje en vano.

— ¡Agus! — exclaman detrás de mí. Al darme vuelta veo a Fernando —. No sabía que eras vos, disculpá.

Me acerco a él y veo su rostro golpeado y moretoneado. Su labio parece estar cortado. De repente me olvido el motivo por el que estoy ahí y solo puedo centrarme en él y en su estado actual.

— Perdoná, amor. Vení pasá — se corre de la puerta y deja un espacio para que entre —. Ya veo que te resfrías... ¿Querés cambiarte de ropa? te presto algo y ponemos esta encima del calefactor así se seca — habla. Yo solo puedo prestarle atención a su cara magullada. Una vez que ambos entramos a la casa tomo su rostro entre mis manos y lo acerco para observarlo con atención.

— ¿Qué te pasó? — pregunto con un tono de preocupación que me salió solo.

— Nada, gorda — le resta importancia a la situación y toma distancia — ¿Querés que te prepare un té? Algo calentito así dejás de pasar frío.

— No, Fernando. Quiero que me digas qué te pasó.

Suspira y toma asiento en una silla del comedor. Yo hago lo mismo.

— Me peleé en el colegio.

— Ay Dios... ¿Qué pasó?

— Micaela estaba enojada porque la rechacé el día de la fiesta en el predio así que se encargó de averiguar quién era esa chica rubia por la que, según ella, la cambié. Se ve que alguien le dijo sobre vos y te averiguó la vida. Empezó a decir cosas sobre vos, cosas feas. La mayoría estaban relacionadas a tu barrio y a tu cultura. Dijo que cuando me cambies por otro gitano o cuando me robes ella se iba a reír.

Fernando contaba todo con una angustia muy fuerte que me daban ganas de llorar.

— Le contó a un par de boludos que van a mi mismo curso yy... bueno. Primero le siguieron el hilo a Micaela con las cosas feas que ella decía sobre vos, pero cuando ella les mostró una foto tuya ya no eran prejuicios, eran comentarios obscenos e irrespetuosos. Mi reacción fue ir y darle una piña a uno, fue lo que me salió. No podía permitir que hablen mierda sobre vos y que después te falten el respeto. Me suspendieron por eso. Y a la salida el pibe al que le pegué me buscó con su grupito y bueno, me superaban en número y terminé así.

— Dios, Fernando... Los hubieses dejado si sabés que a mi no me importa. Además de suspendido, mirá cómo terminaste.

Me rompió el corazón, todo lo que hacía Fernando por mí y yo le iba a pagar diciéndole que no lo amo. No, definitivamente no podía hacerlo. No puedo hacer que me odie, me va a doler muchísimo. Me siento egoísta, pero si tengo que dejarlo quiero que sepa que no es mi decisión.

— Ya está. Por más que haya terminado así, me siento en paz conmigo mismo sabiendo que defendí a la mujer que amo — sonrió.

GITANA | Fernando CisnerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora