Prólogo.

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El viento silbaba a través de los árboles desnudos del oscuro bosque, trayendo consigo el olor acre de la tierra húmeda y las hojas en descomposición.

Greco Golden, el imponente alfa de la manada New Moon, observaba con ojos afilados el espeso manto de niebla que se deslizaba entre los troncos retorcidos y desnudos por el ya inminente otoño, mientras sus pasos resonaban como un eco lúgubre en el vacío. Su mirada, fría y calculadora, viajaba por el horizonte sombrío. El silencio del bosque se rompía únicamente por el crujir de las hojas secas bajo sus botas, un recordatorio de lo cerca que estaba de lograr lo que otros solo soñaban.

El rey Maximiliano Eterno, rey de los vampiros aguardaba a su espalda con sus más leales "hombres", su hedor inmortal invadía sus sentidos, asqueándolo, odiaba tenerlos tan cerca, Greco reprimió un gruñido bajo, su mandíbula tensándose. Respiro profundo, asqueandose nuevamente por el hedor, intento disimularlo mientras se repetía una y otra vez la misma frase: después de esto estarás más cerca de convertirte en rey.

Había hecho un trato con aquellos seres inmundos, un pacto oscuro que lo impulsaría a ser más que un simple alfa, aunque él no era para nada simple y su manada tampoco, desde la caída de las hijas de la Luna, casi dieciocho años atrás, su manada New Moon, se había convertido en la más próspera de todas, desde que él asumió el liderazgo y no hubo nadie impidiendo que trajera más de el conocimiento y tecnología humanos, New Moon se había alzado como la más avanzada manada de todas. Claro, al principio todos lo juzgaron loco por traer inventos humanos a su tierra sagrada, por desobedecer las normas de las hijas de la Luna, pero ellas ya no están aquí, murieron, y sus ideas estúpidas también.

Én su lugar, ahora el sería el rey de los Reinos de la Luna, como lo fue Ethan Horse, quien las derrocó años atrás. Pero a diferencia de aquel rey caído poco después de su intento de conquista, Greco no cometería errores. El consolidaría su poder sobre todas las manadas y se aseguraría de ser temido y respetado. Él llevaría la dinastía Golden a los cinco tronos de las hijas de Luna y los partiría en mil pedazos para dejar uno solo y ocuparlo el mismo.

Algunos metros frente a él, Greco pudo ver la gran barrera que protegía su territorio, hecha de magia pura siglos atrás tan poderosa como para solo obedecer a la sangre de un Alfa y a sus deseos, tan poderosa como para detener a cualquier criatura no deseada. Solo aquellos invitados a pasar por su Alfa eran bienvenidos dentro de ella.

Cuando se giró para mirar al rey vampiro, su asco creció. Las figuras pálidas y delgadas de aquellos monstruos se mantenían en silencio, expectantes. El rey, un hombre que aparentaba al menos treinta años, pálido, de cabello castaño cobrizo y ojos escarlata, se inclinó levemente, su sonrisa apenas visible entre las sombras. Greco sintió una punzada de inquietud, un presentimiento extraño que cruzó su mente como un lobo acechando en la oscuridad. Pero lo ignoró. No era momento de debilidades.

— ¿Tenemos un trato? — dijo Greco, su voz grave y firme, cortando el aire gélido como un cuchillo, el Rey lo observó y ladeó la cabeza curioso, hizo una seña con su mano y Greco gruñó —. Cuando yo sea rey, los bosques libres de los Reinos de la Luna serán suyos para cazar a cualquier criatura que deseen, excepto a los lobos.

— A cambio nosotros mataremos a los miembros de el comité de justicia por ti — dijo el rey, alzando ambas cejas. — . Una acción que debería ser mejor remunerada, si me lo preguntas.

— ¿Que es lo que quieres? — preguntó Greco, fastidiado y desesperado por cerrar aquella conversación.

— ¿Que hay de los lobos desterrados? — pregunto el rey, haciendo que el ambiente se volviera aún más tenso. — ¿Podemos cazarlos también?.

Greco respiro profundo, después de todo, ¿a quien le importaban los desterrados? Eran la escoria de la sociedad.

Pueden quedárselos — dijo sin emoción alguna.

El rey de los vampiros asintió lentamente, tendió su pálida mano y Greco la miro por unos segundos antes de sellar el trato con aquel gélido y frío apretón, liberó la mano, limpiándose mentalmente del contacto repulsivo, y se giró hacia la barrera que protegía su territorio.

Apenas la cruzó se giró y miró fijamente detrás de él, analizando a la docena de vampiros frente a él. Trago saliva y respiro profundo antes de hablar.

— Sean bienvenidos a New Moon — dijo firmemente, la barrera desplegó un brillo fugaz y uno a uno los vampiros comenzaron a entrar.

El estómago le dolía tanto de los nervios que temió que fuera a estallarle, miro fijamente al rey, quien permaneció del otro lado de la barrera sin inmutarse.

—¿No los acompañas? —preguntó Greco, lanzando una última mirada de desdén al vampiro.

—No —respondió el rey, susurrante —. Mis días de guerra quedaron atrás. Prefiero regresar a mi castillo lo antes posible.

— ¿Y quien se supone que guiará a los vampiros? — preguntó con la voz más firme que encontró.

— Los vampiros no necesitan que alguien los guíe para matar — replicó el rey con una sonrisa divertida. Greco frunció el seño haciéndole saber que no era divertido, el hombre rodó los ojos. — . Los vampiros serán "guiados" — hizo comillas con sus dedos. — por mi hijo, el príncipe Alexander Eterno.

Greco asintió, dispuesto a no insistir más.
El príncipe Alexander era el único descendiente de el rey, lo había engendrado antes de convertirse en vampiro y el mismo lo había convertido cuando su hijo alcanzó la edad humana de veinticinco años, nadie dudaba de que lo amaba con su vida, y si lo enviaba a esa misión era por que no planeaba hacer nada estúpido, cumpliría con su parte, no pondría a su hijo en medio de aquello si estuviese planeando una traición, se lo repetía una y otra vez, aunque algo en su interior se removía, una advertencia que su mente enterró con fuerza. Sin mirar atrás, se adentró en su territorio seguido por los vampiros.

Después de unos minutos se detuvo en seco y miró al príncipe.

— Deben esperar aquí y no acercarse más, ocúltense hasta el anochecer, yo les daré la señal para atacar — ordeno mirando fijamente al príncipe, este asintió con firmeza.

Greco se giró y siguió caminando. El aroma familiar del bosque de New Moon lo envolvió mientras avanzaba hacia la casa manada, pronto pudo ver a sus guardias, alertas como él les había ordenado y justo donde les había pedido que esperaran. A la distancia, el aullido de los lobos resonaba en el amanecer naciente, pero Greco no sentía la belleza del momento, solo la presión de la ambición. Sus guardias se acercaron, inclinando la cabeza con respeto.

— El comité de justicia está acercándose a la frontera norte, alfa — informó uno de los lobos con tono firme.

El respiró profundo.

— Envía a una docena de hombres a recibirlos, que los omegas no se acerquen demasiado — ordenó mientras seguía caminando, sus guardias comenzaron a seguirlo. — No quiero que nadie interrumpa el carruaje que los transporta, asegúrate de liberar el camino y que lleguen a la casa manada lo más rápido posible.

— De inmediato — respondió el soldado haciendo una pequeña reverencia y alejándose al trote para hacer lo que le había ordenado su Alfa.

Greco echó una última mirada al cielo, donde la luz comenzaba a vencer a la oscuridad, pronto todo sería suyo, solo suyo...

Sin más, se giró y desapareció en la fría seguridad de la casa manada, mientras la cacería comenzaba.

Desterrada. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora