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El aire era fresco, con un toque de copos de nieve, mientras James y yo paseábamos por el festival de Navidad. Las luces parpadeantes bailaban sobre nosotros y proyectaban un cálido resplandor sobre todo lo que nos rodeaba.

Fue uno de esos momentos en los que no puedes evitar sentirte agradecido por la temporada y la compañía en la que estás. Y yo estaba en la mejor compañía.

Mientras paseábamos por los puestos festivos, no pude evitar acordarme de todo lo que habíamos pasado. Parecía que hacía toda una vida desde que James y yo estábamos peleados, discutiendo constantemente y provocando el caos allá donde íbamos.

Le había gustado desde el principio. Pero yo no lo sabía; mis inseguridades me habían hecho creer que un chico guapo como James nunca me querría, Que él no fuera capaz de demostrarme que le gustaba sólo empeoraba las cosas.

En vez de decirme que le gustaba, me decía cosas feas para llamar mi atención. Hizo comentarios sobre mi peso y me insultó.

Había conseguido lo que quería: mi atención. Pero también había conseguido que lo odiara.

Entonces, llegó esa fatídica noche en la que todo cambió. Cuatro hombres decidieron convertirnos, a James y a mí, en sus objetivos. Nos atacaron. En el caos, James me protegió, llevándose la peor parte del ataque.

Habíamos ganado la batalla, pero salimos heridos. Los padres de James se habían encargado de que esos hombres estuvieran en la cárcel.

Una cosa buena había salido de esa noche. El acoso de James había cesado por completo. Me había confesado su amor y yo había hecho lo mismo.

Y ahora, éramos oficialmente una pareja.

Ahora, James era como una persona completamente diferente. Había pasado de ser mi peor pesadilla a alguien que siempre estaba ahí para mí. Había pasado de menospreciarme, a fortalecerme.

Había pasado de estar siempre enfadado, a estar siempre riendo. Y, ¡oh!, su risa era el mejor sonido que jamás había oído.

Miré a James, con una suave sonrisa en los labios, mientras lo observaba admirar la decoración con asombro infantil. Eran momentos como este los que me hacían darme cuenta de lo afortunada que era por tenerlo a mi lado.

El día se llenó de risas y alegría mientras James y yo nos sumergíamos en las actividades festivas. Saboreamos un humeante chocolate caliente, dejando que el calor nos calara hasta los huesos mientras veíamos pasar el mundo.

Construir muñecos de nieve se convirtió en una competición de creatividad, en la que cada uno intentaba superar al otro con sus extravagantes diseños. Por cierto, ganó él.

Las esculturas de hielo nos hipnotizaron con sus intrincados detalles. Reflejaban las luces parpadeantes de forma mágica.

Nos maravillamos ante la habilidad de los artistas que habían elaborado tan bellas creaciones.

Pero quizá, lo mejor del día fue el paseo en trineo. Nos subimos al trineo con impaciencia, con la ilusión burbujeando en el pecho mientras nos adentrábamos en el paisaje nevado. El viento nos azotaba la cara y nos producía escalofríos.

Entonces, en un momento de pura hilaridad, nuestro trineo se desvió. Nos estrellamos contra un montón de nieve. Caímos unos sobre otros, riendo sin control.

La fría nieve se colaba por nuestra ropa, pero no nos importaba. El calor de nuestras risas disipaba cualquier incomodidad.

Aterricé encima de James. Mi risa cesó abruptamente. Fue sustituida por una repentina oleada de timidez.

La Gran keily 2>>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora