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-Voy a ir al MIT-declaró James.

No, no lo harás con tono resuelto replicó el señor Haynes, No vas a tirar tu futuro por una escuela que ni siquiera tiene un programa de fútbol decente. No te lo permitiré.

-El fútbol no lo es todo, papá -replicó James, con la frustración a flor de piel. El MIT es una oportunidad para dedicarme al mundo académico.

-¿Oportunidad? Más bien una pérdida de tiempo y dinero -replicó el señor Haynes, elevando la voz con frustración. ¿Desde cuándo quieres dedicarte a lo académico? Te encantan los deportes. No lo estás pensando bien, James. Estás dejando que tus emociones nublen tu juicio.

Me miró al decir esto último. Casi rehuyo su mirada.

Menos mal que estaba sentado. ¿Cómo había podido salir tan mal esta noche tan rápido?

-No voy a dejar que nada nuble mi juicio -insistió James, con una resolución inquebrantable. Lo he pensado mucho y sé que es la decisión correcta para mí.

-Estás siendo testarudo, James -argumentó el señor Haynes, agotándose su paciencia. Tienes que escucharme.

Nunca me haces caso replicó James.

Basta intervino la señora Haynes. No discutamos sobre esto ahora. Todos estamos cansados y no vamos a resolver nada esta noche.

La sala se quedó en silencio, la tensión entre padre e hijo hirviendo a fuego lento bajo la superficie como un volcán dormido a punto de entrar en erupción.

-Pero mamá... -empezó James. Su frustración era evidente.

-Sin peros, James -insistió la señora Haynes, con tono firme. Acordemos retomar esta conversación en otro momento, cuando podamos discutirlo con más calma y racionalidad. Por ahora, despidámonos e intentemos descansar.

James asintió a regañadientes, con los hombros caídos por la derrota al acceder a la petición de su madre.

El señor Haynes suspiró pesadamente. Su expresión se relajó por la suave intervención de su esposa.

-De acuerdo cedió James, aunque la tensión aún persistía en el ambiente.

-Pero no hemos terminado de hablar de esto, James.

El señor Haynes se levantó bruscamente y su silla chocó contra el suelo al levantarse de la mesa sin mirarme un segundo.

Me sentí como si fuera una silla más derca de la mesa. Pero entonces la señora Haynes se volvió hacia mí, como si me viera tal como estaba.

-Lo siento -dijo la señora Haynes en voz baja, con la voz cargada de pesar-. Espero que no te hayamos incomodado demasiado.

-No-mentí, forzando una pequeña sonrisa-. No pasa nada.

No estaba bien. Nada de esto estaba bien.

Quería agradarle a ambos padres, pero ahora el señor Haynes estaba descartado. Y él iba a arruinar los planes universitarios de James. Realmente, era un hombre estricto. Y era difícil hablar con él.

Quizá podamos volver a intentarlo en otra ocasión -sugirió la señora Haynes, con tono esperanzado. Espero que tengas una buena noche.

Se levantó de la mesa sin ofrecer un abrazo, dejando tras de sí un incómodo silencio que flotaba en el aire. Ninguno de nosotros había terminado de comer.

Cogí la mano de James. Su enfado se había disipado, sustituido por una palpable sensación de tristeza que reflejaba la mía.

Nos sentamos en silencio. Ninguno de los dos sabía qué decir al otro.

La Gran keily 2>>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora