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Por fin ha llegado. La fiesta de Nochevieja que he estado temiendo.

Me había probado un millón de trajes diferentes. Luego, me había mirado en el espejo, desde un millón de ángulos diferentes.

Me había decidido por un vestido que se ajustaba a mis curvas en todos los lugares adecuados. Mostraba mi escote.

Lo había combinado con unos delicados tacones que le daban un toque de elegancia. Había mirado mi reflejo un millón de veces, ajustando y reajustando hasta que todo estaba perfecto.

Con mi pelo negro cayendo en cascada sobre mis hombros y mi maquillaje meticulosamente aplicado, no pude evitar sentir una oleada de confianza. A pesar de las dudas que me asaltaban, intenté apartarlas y centrarme en la promesa de una velada divertida.

Pero ahora que estábamos aquí, volví a ver mi reflejo, esta vez en una ventana. La familiar punzada de timidez me invadió.

El vestido era un poco más corto de lo que había previsto, y acentuaba las partes de mí misma que prefería mantener ocultas: la celulitis de mis muslos.

Intenté deshacerme de los pensamientos negativos, recordándome a mí misma que tenía buen aspecto, que merecía sentirme guapa y segura de mí misma. Pero por mucho que intentara acallar la voz de la duda en mi mente, persistía, susurrando crueles recordatorios de mis defectos.

Respirando hondo, me obligué a centrarme en lo positivo. Estaba en una fiesta con mi guapísimo novio a mi lado.

Aparté la vista de la ventana y me centré en James. Emanaba una frialdad sin esfuerzo que atraía miradas allá donde iba.

No pude evitar sentir una oleada de orgullo mezclada con una punzada de aprensión. Sus vaqueros ceñían su musculosa figura, la cazadora de cuero le daba un toque rudo al conjunto y su pelo repeinado hacia atrás le confería un aire de innegable seguridad.

Pero mientras nos abríamos paso entre la multitud, no podía evitar la sensación de que nos miraban, escrutando cada uno de mis movimientos. La gente miraba a James, fijándose en sus rasgos cincelados y su presencia magnética.

Y entonces, inevitablemente, sus ojos se desviaban hacia mí, y yo no podía evitar sentir una punzada de timidez en comparación.

Dejé a un lado la timidez. Si estas personas se tomaban un tiempo para conocerme, tal vez, incluso, les gustara.

Se darían cuenta de que hay cosas más serias en la vida que la talla de los vaqueros. ¡El tamaño del corazón era mucho más importante! Y yo tenía un gran corazón...

Mientras caminábamos, me encontré levantando la cabeza. Vale, yo no era tan guay como James pero, de nuevo, nadie lo era.

Vi a Lucas sirviéndose una copa. Parecía ensimismado en sus pensamientos.

Esta era la oportunidad perfecta para vengarme de él por todas las veces que me asustó en el colegio.

-Sígueme-le dije a James- Voy a asustar a Lucas.

Entré en acción de un salto con un juguetón <<<¡bu!», que hizo que Lucas se sobresaltara tan bruscamente que derramó su bebida por todo el mostrador.

-¡Keily! Mira lo que me has hecho hacer gimoteó Lucas, lanzándome una mirada burlona mientras se apresuraba a salvar lo que quedaba de su bebida. Creía que sólo nos asustábamos junto a las taquillas.

-Pensaste mal-me reí.

Pero James, que me había seguido, no pudo resistirse a burlarse más de él. ¡Oh!, será mejor que no lo desperdicies-bromeó, con un brillo travieso en los ojos.

La Gran keily 2&gt;&gt;&gt;Donde viven las historias. Descúbrelo ahora